Claudi Etcheverry
La película de Carlos Iglesias Españoles (Ispansi) expone con realismo y sin golpes de efecto el auténtico drama de los españoles huidos de una guerra local (la Guerra Civil), para ir a dar de barriga con una internacional, la Segunda Guerra Mundial, huyendo de la sartén para caer a las brasas.
Ese solo hecho hace que uno tenga que tratar con respeto el contenido de semejante desgracia abatida furiosa e inclemente sobre un montón de inocentes, auxiliados por otro montón de perseguidos de almas generosas que soñaban con un regreso imposible para saldar llagas abiertas. Que haga mucho tiempo de eso no supone tratarlo con ligereza, ni histórica, ni crítica, ni política, ni tratar a la pasada la estaca clavada de la nostalgia y el extrañamiento. Desde la perspectiva humana de los que tuvieron que pasarlo y en nombre de los que no lo consiguieron, todo respeto es obligado y debe ser solemne si no queremos confundir las responsabilidades políticas con el oprobio de las heridas infligidas en un drama humano descomunal del cual muchas personas vivas lamen heridas indelebles todavía. Este introito resulta imprescindible para abordar tres o cuatro ideas sobre el continente formal de esa odisea macabra, sobre la manera de contarla de esta película, pero jamás frivolizar con ligereza sobre su contenido o sus ribetes desgraciados.
Para su mal, el director Carlos Iglesias no recuerda la propia caída de los alemanes a quienes perdió meterse en más de un frente. Lamentablemente hace lo mismo, y apunta a varios registros a la vez sin deberse a aquello de que “Quien mucho abarca, poco aprieta”, y la cinta se lanza a tantos que apunta al drama histórico, al melodrama familiar, al patetismo personal, el retablo costumbrista y a la tragedia romántica. Con tanto en danza, alguna pata cojea, y a veces, más de una, porque la escena familiar es floja por todas partes con unos diálogos entre dos hermanos que no solo expresan mal las desavenencias políticas que los separan sino el desamor que los pierde. El retablo costumbrista no se aguanta y el Madrid de los vencedores se presenta únicamente en unas criticonas tópicas que recitan lo que no saben ni creen. Y la tragedia romántica se queda tirada tan pronto sale y va pinchada con alfileres. Al final, lo que se expresa mejor es el drama humano, la masacre histórica, porque uno sabe en el fondo que aquello fue verdad, pero de eso da más cuenta la crónica histórica y la nieve de la tundra rota por el vapor de un tren que avanza como puede por la estepa que el talento del rodaje.
Iglesias tiene el mérito indiscutible de ponerse a contar una historia que cada vez que sale levanta ampollas y enfrenta opiniones. Elude con habilidad el debate yermo de una etapa tan difícil de España con algunas de esas heridas todavía abiertas. Desde esta perspectiva, lo hace con mucha dignidad y no escabulle llegar a tomar posición al respecto, cosa que presenta sin declamaciones en una medida a la vez categórica y respetuosa, sin moralizar, porque entiende que ante el desastre al que se enfrentó toda esa gente no necesita sindicar a quien lo causó, pero sí que no se ahorra ni un solo cuadro para ponernos en clave de superproducción con señalamientos a la vez de grandes paisajes nevados y pequeñas escalas, para mi gusto, sacadas de un libro de texto, de un manual de secundaria, transformando algunas escenas en pura reducción a la anécdota dejándolas en algo que se parece bastante a los relatos de un anciano que cuente sus memorias sin que nadie le haga ya demasiado caso. Que se hayan contado mil veces esas penurias no hace menos reales aquellos días, y la película pierde el lance al evitar meterse en los sentimientos de sus protagonistas que serían, por definición, nuevos siempre y ricos como aportación escénica. Todos los personajes resultan tópicos y conocidos, y ninguno de ellos levanta de la mediocridad general, especialmente grave en el caso de Paula / Beatriz, en la actriz principal Esther Regina, que confunde emoción con exoftalmia, abriendo los ojos mucho más que lo que era necesario olvidándose de que el espectador está allí para abrir los suyos y no perder detalle.
A pesar de sus loables pretensiones, la película es casi ampulosa aunque no llega a ser pedante. Iglesias lo advierte, y en muchos pasajes mete una voz en off para no quedarse con las ganas de que el mensaje resulte alambicado y dejar patente lo que sospecha que podría perderse o no quedar claro, cosa que hubiera podido mostrar en las vicisitudes de sus propios personajes, en los que estaba la simiente para hilar una historia a la vez personal y universal. Así, lo que realmente pierde es la oportunidad de mostrar aquellas desgracias antiguas con unas voces que tenía a mano para hacerlas nuevas en el simple relato de un puñado de escapados que hunden los pies en la nieve mientras los verdugos vienen detrás pisándoles los talones.