Miguel Cane
Desde sus primeras apariciones en pantalla, Juliette Binoche (París, 1964) dio muestras claras de ser una actriz de primer nivel, capaz de transmitir emociones o de ocultarlas, según fuera el caso. Así, por ejemplo, la vimos como una criatura amoral en Obsesión (Louis Malle, 1992) que era capaz de ser la novia de un hombre mientras sostenía un tórrido – y retorcido – affair con el padre de éste, (Jeremy Irons), sin perder en ningún momento su elegancia y serenidad.
También, a las órdenes de Krysztof Kieslowski, rodó la emocionante Azul (parte de su trilogía de los tres colores), en la que daba magistral cátedra sobre el dolor. En El paciente inglés (Oscar a la mejor actriz de soporte de 1996) es una mujer dulce y luminosa, mientras que en Caché, de Michael Haneke, es una madre confundida y expuesta a algo siniestro. Versátil y carismática, ha encontrado nichos tanto en el circuito de arte como en el cine de Hollywood – se dio el lujo de brillar en una bien realizada comedia familiar con Steve Carell – y en ambos se siente cómoda. Su trabajo más reciente es a las ordenes de Abbas Kiarostami, el aclamado director iraní creador de la excepcional cinta El Sabor de las Cerezas, que la invitó a trabajar con él en Copia Fiel, una de las cintas más notables y apreciadas por la crítica en 2010.
Esta es la película más aclamada del último festival de Cannes. ¿Cómo te sientes al respecto? Muy honrada. Me sorprende, porque es una película muy sencilla, muy modesta. Pero también es verdad que Abbas Kiarostami es un genio y no necesitaba de un presupuesto millonario para contar una historia completamente humana, que le va a hablar lo mismo a una persona en Cannes, que en Chicago o en Madrid o en Taiwan. Es una película que resulta universal y entrañable por eso mismo. Y que haya sido tan reconocida no puede inspirarme más que admiración por su manera de trabajar.
¿Cómo se da el acercamiento con Abbas Kiarostami y la oportunidad de trabajar con él? Yo era su fan (sonríe). No. Soy su fan. Lo conocía de anteriores ediciones del Festival de Cannes, y siempre le decía que me encantaba su trabajo y que quería trabajar con él. De hecho, justo después de el Oscar, en Los Angeles me preguntaron si quería hacer carrera en Hollywood, y yo respondí: No, yo solo quiero trabajar con Abbas Kiarostami.(se ríe) ¡Y mira cuánto tiempo pasó!
Esta es una cinta muy compacta, básicamente de dos personajes: ¿Dirías que tu personaje y el de William Shimell representan e cierta forma los arquetipos de lo femenino y lo masculino? Totalmente, yo los veo como si fueran una especie de version moderna de Adán y Eva. De hecho, cuando hablamos de la película, esa era la idea, que estuvieran lo más al natural posible en un terriorio paradisiaco y a la vez agreste para ambos, como es Toscana. También por eso mi personaje no tiene nombre, podría ser cualquier mujer. Con eso, yo siento que lo que Abbas nos quiere decir que las mujeres se exponen más emocionalmente que los hombres, se arriesgan más a hacer el ridículo, a arrodillarse y provocarles hasta que consiguen sacar algo de ellos. En cambio, los hombres son más protectores de sus emociones. Por eso Abbas quiso que él fuera un escritor, un narrador, que no se implicara emocionalmente tanto como ella.
¿Hay mucho de ti en el personaje? ¿Te identificas de algún modo con ella? ¡Pues claro! ¡No tenía otra opción! (rie) Cuando trabajas, usas todo lo que puedes de tu pasado, de tu imaginación, de tu intimidad. En este caso, mi personaje al principio de la película domina la situación, pero luego pasa por diferentes capas, se siente abrumada por lo que pasa. Abbas me dio carta blanca, a pesar de que teníamos un guión escrito que ensayamos durante un par de semanas. Eso me sirvió porque me sentía totalmente libre mientras rodábamos. Tanto que a veces provocaba a Abbas sin querer. A veces me saltaba lo escrito, y él se iba del set, pero antes de marcharse me decía: “Juliette, tengo que pensar en lo que ha pasado.” No se lo esperaba. Y al volver me decía: “Las mujeres usan mucho su intuición.” Y quedábamos bien. Yo iba descubriendo al personaje a medida que lo interpretaba, y Abbas me decía que en la sala de edición se vería si aquello funcionaba o no. Y que si no iba bien, al día siguiente volveríamos a rodar la escena. Pero no hizo falta. Fue maravilloso trabajar así con un genio.
Tienes una carrera en el mundo del cine 'de arte' y otra, muy lucrativa, en Hollywood. ¿Te compensa la combinación? Espero que sí. Yo no esperaba que esto iba a ocurrir. Yo siempre haré películas en Francia, porque me gusta cómo se trabaja allá. Y hago películas en Hollywood porque me permiten hacer cosas distintas a la larga. Me dan cierta independencia económica que aprecio. Hace muchos años que decidí no mudarme a Estados Unidos. No me hace falta. Estoy acostumbrada a elegir qué guiones quiero interpretar y los directores con los que quiero trabajar. Sí puedes decir que tengo lo mejor de ambos mundos.
¿Y lejos de los sets de filmación? ¿Cómo ves la vida al apagarse el reflector? No soy una mujer unidimensional, tampoco me sé quedar quieta en un solo lugar (ríe). Cuando no “trabajo” hago muchas cosas. En mi casa soy la cocinera y la encargada del hacer la limpieza, de hacer la compra, los presupuestos, de pasar la aspiradora. Soy una madre, lo que es un trabajo de tiempo completo en sí mismo. Además soy mi propia secretaria y atiendo mis llamadas y contesto mis cartas, voy a las juntas de la escuela de mis hijos. También soy una hija. Y si tengo tiempo y me da la gana, me pongo algo bonito y me voy a tomar una copa o a cenar con amigos y amigas, disfruto a mi pareja y a nadie le importa, cosa que me hace inmensamente feliz. Soy como cientos de miles de mujeres, en cualquier lugar del mundo tenemos tantas vidas... no sólo una. Son muchos trabajos distintos. Muchas facetas. Tengo una vida muy rica y muy llena fuera del cine. Y francamente, eso es lo que más atesoro. Que puedo ser mujer y actriz, todo al mismo tiempo.