En 1961 debutó una serie de TV de Hanna-Barbera que en México se convirtió en Leyenda.
Miguel Cane
Si a principios de los 60 alguien hubiera dicho a los inefables William Hanna y Joseph Barbera, ya por entonces universalmente famosos por creaciones como Los Picapiedra, El Oso Yogi, Huckleberry Hound o Tiroloco MacGraw, que una de sus series de televisión menos exitosas se iba a convertir en objeto de reverencial y obsesivo-compulsivo culto en México por décadas, muy probablemente se hubieran reído... sin embargo, años después, ellos mismos tuvieron que reconocerlo: de manera inexplicable, Don Gato y su Pandilla es una auténtica leyenda tatuada en las mentes de generaciones de mexicanos merced perennes retransmisiones de los 30 episodios de un experimento de comedia sofisticada para adultos que había fracasado con audiencias estadounidenses, pero gracias a un ingenioso doblaje, encontró un nicho cultural al sur de la frontera.
En su versión original, Top Cat era parodia de un popular sitcom de la época llamado The Phil Silvers Show, que básicamente presentaba las aventuras y desventuras de un grupo de conscriptos en un campamento militar, que buscaban la manera de escurrirle al bulto y hacer fortuna, con el mínimo esfuerzo posible. Si bien esto funcionaba con actores humanos, la versión animada, trasplantada a Nueva York, con un grupete de gatos callejeros como protagonistas que buscaban la manera de salir del arroyo mediante la estafa al prójimo, encabezados por el epónimo Don Gato, felino marrullero y sin pudor alguno, que manipulaba supremo a la sarta de botarates que lo seguían, pareció no gustar a la gran familia americana, que si bien había convertido a Los Picapiedra – gloriosos cavernarios clasemedieros – en un éxito sin parangón [hasta la llegada en 1989 de otros clasemedieros, Los Simpson], encontró que, por muy patrocinados por los cereales Kellogg's que estuvieran, estos gatos no les hacían gracia y después de una temporada (que se realizó en color, aunque se transmitiera en blanco y negro) la jubilaron, mandándola a hacer las rondas por los países vecinos en paquete con sus otras creaciones que habían tenido mayor aceptación, como Pixie y Dixie, Canuto y Canito (padre e hijo perros salchicha, severamente neuróticos, pero de buen corazón) o el Oso Casioso y la foca Achú (de quienes ya casi nadie se acuerda, por cierto).
Fue en México y gracias al excepcional doblaje que se hacía a mediados de los 60, que Don Gato tuvo su renaissance y se convirtió de gato de barrio, en auténtica superstar cuando se estrenó por primera vez con un doblaje impecable a cargo de actores como Julio Lucena (Don Gato), Víctor Alcocer (inconfundible como el oficial Matute), David Reynoso (que en algunos episodios suplió a Alcocer como Matute), Judy Ponte (habitualmente la voz de los escasos personajes femeninos como la madre de Benito, Shirley la novia de Panza o Melosa Melón) y especialmente Jorge Arvizu (años antes de crear su icónico personaje de “El Tata”, como Cucho y Benito B. Bodoque y B.), que ayudaron a dar una personalidad a cada personaje e incluso proporcionaron una idiosincracia a la serie completa: donde el público estadounidense no había encontrado gracia en los descabellados intentos de Don Gato y sus canchanchanes por hacerse del dólar nuestro de cada día de un modo rápido y fácil, el público mexicano sin duda dio un encanto casi Chava Floresco a esa filosofía de “A qué le tiras cuando sueñas Mexicano” y acogió a estos gatos con un fervor que raya prácticamente en la santidad doméstica.
La serie no solo se arraigó en México, sino que viajó rápido a otros países como Perú, Colombia y Argentina, donde “Matute” convirtióse en sinónimo de agente de la ley división peatona, mientras que Don Gato, Cucho, Espanto, Demóstenes, Panza (ostensiblemente inspirado, aunque usted no lo crea en el inenarrable Cary Grant) y Benito – cuya voz en español, aniñada y aguda fue tan emblemática, que es un shock oírlo hablar con su voz original, que es más similar a la de un taxista de Brooklyn, pasado de kilos – se convirtieron en auténticos ídolos de las masas hispanoparlantes (aunque en su nación de origen siguen siendo tratados con cordial indiferencia, como esa gente que va a fiestas y todo mundo sabe más o menos quienes son, pero nadie les habla) y, menosprecios aparte, su nicho fue tan grande, que no importó que no hubiese más temporadas de la serie: los 30 capítulos bastaban para recordar momentos claves de la infancia, y para atraer las carcajadas (lo reto a no reírse al recordar de dónde vienen frases como “Hábil y conspicuo ladrón internacional de joyas” o “¡Socooorrooo! ¡Dice que es Loretta Young!”). Esto se refrendó cuando en 2004 apareció la serie completa, con su doblaje original, se convirtió en un tumultuoso hito de ventas en DVD.
Ahora, 50 años más tarde, los estudios Anima (propiedad de Guillermo Cañedo White, Fernando De Fuentes, Fernando Pérez Gavilán, José Carlos García De Letona y Federico Unda, creadores de El Chavo Animado y El Agente 00P2 – no, no voy a comentar el angurriento doble sentido de ese título-) estrenan una versión cinematográfica en inevitable 3D, de los personajes. Esta nueva pandilla es, a decir de la critica invitada a verla por anticipado, una especie de tributo a la original – cuenta incluso con la voz de Arvizu como Benito y Cucho, si bien los años no pasan en balde y el histrión se oye fatigado – que en su afán de gustar a todos los públicos (la momiza que fuera chaviza y lo recuerda con amor y la generación Xbox que tiene muy escasa concentración y demanda efectos sobre trama o estilo) acaba por no gustarle a nadie. ¿Es este filme solo un vulgar intento por capitalizar la nostalgia para sacarle su dinero a la gente o un homenaje honesto? A estas alturas del culto resulta irrelevante: horrenda o no, de todos modos la gente irá a las salas a verla, principalmente porque en tierra de estafadores (y estafados) Don Gato es rey.