Miguel Cane
Sorprende que después de hacer un filme tan logrado y diferente como Lars y la chica de verdad, Craig Gillespie, un director con talento notable, haya decidido filmar un remake – que en Hollywood es lo de hoy – y que sea de una película de culto de los 80. El resultado no es malo, pero sí es algo que estaba por debajo de las expectativas que generaba el director. No puede reclamársele a esta película su afán de entretenimiento, ni su intención de hacer reír y asustar a base de los elementos y estereotipos típicos del género del terror y de los vampiros como son los crucifijos, agua bendita y diversos símbolos sacros, alergia a la luz solar, una tenebrosa mansión repleta de reliquias y armas y unas víctimas que se dejan morder con facilidad. Pero el problema es que tiene una crisis de identidad: no sabe qué quiere ser realmente.
En la parte que corresponde al terror, cuenta con un par de escenas de sustos y alguna otra de suspense que no llega a provocar la tensión esperada, y solamente se compensa con la excelente interpretación de Colin Farrell (Jerry, el vampiro), quien gracias a su carisma consigue que el espectador celebre sus salvajadas. En cuanto al territorio cómico, tiene algunos momentos chistositos, gracias sobre todo a la aparición de Peter Vincent (David Tennant), una suerte de mago-caza-vampiros con aires de rockero alcohólico y mujeriego, y de Ed (Christopher Mintz-Plasse), el amigo del protagonista, que es bastante obvio. Pero tanto el humor como los diálogos ocurrentes, que prometen bastante al principio, van decayendo a medida que avanza la cinta.
Lo más notable aquí es la actuación de Colin Farrell que consigue crear un personaje perverso a la vez que encantador. Por su parte, Anton Yelchin (que interpreta a Charley), insiste en interpretarse a sí mismo como siempre (es inexplicable que siendo una nulidad le sigan dando papeles protagónicos). El resto de actuaciones están correctas, con Toni Collette espléndida y virtualmente desperdiciada en el ingrato rol de madre del protagonista.
La banda sonora, creada por Ramin Djawadi (Juego de Tronos), es uno de los aciertos, mezcla violines con órganos de iglesia y convirtiendo así a la propia música en uno de los elementos que más nervio le imprimen a la película, que es visualmente es llamativa, con unos buenos efectos especiales, un maquillaje (obra de Greg Nicotero, creador de The Walking Dead), que consigue unas transformaciones en los vampiros escalofriantes y una preciosa fotografía cortesía de Javier Aguirresarobe, el cinefotógrafo de Amenábar. Con todo esto a su favor, Noche de Miedo entretiene, y su director Craig Gillespie le proporciona un ritmo ágil, pero no acaba de definirse, si bien logra sostenerse gracias a las buenas actuaciones de Farrell y David Tennant, que compensan lo insulso de su héroe, y además porque consigue reírse de ella misma, lo cual siempre es de agradecer, aunque sin lugar a dudas, pudo ser un producto mucho mejor de lo que es.
Noche de Miedo/Fright Night
Con Colin Farrell, David Tennant, Anton Yelchin, Imogen Poots y Toni Collette
Dirige Craig Gillespie
EU 2011