Miguel Cane
Para hablar del que es el quinto largometraje en cuarenta años de carrera de Terrence Malick, hay que advertir algo al espectador: no espere nada de él. No trate de entenderlo. Sólo déjese llevar.
Esto es dicho únicamente para evitar el disgusto de gente que, atraída por el reparto, no se diga engañada al entrar en la sala, sólo para abandonarla con airados gritos de “¡pero qué es esto!” o “¿Cómo pudo Brad Pitt hacer esto?” -- sepan desde ahora que esta cinta no es una película de Brad Pitt. Que no es, pese a tener elementos de ello, una saga familiar o un melodrama. Que no hay secuencias de vertiginosa acción o sofisticadas escenas de sexo; esto es para que no se clame estafa ni mentira. Es como presentarse ante una obra de arte como el tríptico de El Jardín de las Delicias, de El Bosco, o el Guernica, de Picasso. Se trata de algo impresionante, que afecta los sentidos y las emociones en una reacción básica, es decir, habrá quien la ame y quien la odie, pero – como sucede habitualmente con el trabajo de Malick – no habrá muchos espectadores que se declaren indiferentes.
A partir de una serie de imágenes abstractas que podrían significar el nacimiento de la galaxia, nos asomamos a momentos fragmentados en la vida de una familia, los O'Brien, que viven en Texas. Al principio los encontramos en algún momento a fines de los 60, cuando la madre (Jessica Chastain, que mantiene un aire renacentista todo el tiempo) recibe un telegrama que la informa de algo trágico; su marido, un viajante (Brad Pitt, adecuadamente desglamorizado y muy sincero) se entera por teléfono. Después comprenderemos que esta noticia era la muerte de su segundo hijo, ostensiblemente en la guerra de Vietnam.
En paralelo observamos escenas de la vida en el periodo Cretácico, y el amanecer deprimido de Jack O'Brien (Sean Penn, que peca de intenso, quizá para imprimir dramatismo casi mímico en compensación a sus escasos diálogos) que junto a su compañera (una fugaz aparición de la hermosa – y hasta ahora semiretirada – Joanna Going) encara la monotonía de su vida en la gran ciudad y la nostalgia por su niñez, que es expuesta vía flashbacks, narrándonos cómo su padre (Pitt) trataba de conectar con sus hijos, mientras la madre fungía como colega y hada protectora.
Casi onírica, la película no sigue los entresijos de una trama convencional y pasa de cualquier noción del ritmo; la hermosa cinefotografía de Emmanuel Lubezki se presta como una paleta sutil de claroscuros y colores para mostrar el mundo imaginado obsesivamente por el cineasta. Experiencia mística, sueño, revelación, usted decide.
Siguiendo la pauta de Bergman en El Séptimo Sello y más claramente en su famoso “anti-filme” Persona, Malick muestra su trabajo más personal, más intimista, pese a su impactante y monumental talla. No existe una manera – ni hace falta – de explicar esta cinta. Puede ser indigesta, puede ser conmovedora, puede ser aborrecible, o inolvidable. Cada espectador tendrá que decidir. Lo cierto es que se trata de un trabajo único, de relevancia. Si ésta resiste el paso del tiempo, será otra historia.
El árbol de la vida/The Tree of Life
Con Brad Pitt, Sean Penn, Jessica Chastain y Joanna Going.
Dirige: Terrence Malick
Estados Unidos/Francia 2011