Miguel Cane
Es la mejor actriz de su generación, y no le importa llevarle la contra a Hollywood, como lo demuestra en el más reciente filme de Roman Polanski.
Sobrevivió al abrumador estrellato juvenil que se le vino encima tras protagonizar con Leonardo DiCaprio aquél mamotreto monumental conocido como Titanic (1997), que pudo ser la tumba de cualquier otra, mas no así de ella. Venía bien educada por Ang Lee y Emma Thompson (en Sensatez y sentimientos) y lo demostró desde aquel momento: se ha dedicado a buscar personajes complicados y retadores, y no le ha ido mal en el proceso. Así, Kate Winslet (Reading, Inglaterra, 1975) ha amasado una de las carreras más interesantes en el cine contemporáneo, y es considerada por muchos como la mejor de su generación, algo que parece no importarle, como señala mientras llega a la entrevista, sin un ápice del glamour asociado con el show business: suéter de cuello ruso, jeans, botas. Es una tarde fría, mientras promueve Carnage (película basada en la obra Un dios salvaje, de Yazmina Reza), el más reciente filme del polémico Roman Polanski, en el que comparte cartel con Christoph Waltz, Jodie Foster y John C. Reilly y, con cuya complicidad se roba la película con la mano en la cintura. La cinta, que dura menos de 90 minutos, se rodó íntegramente en París, aunque está ambientada en Nueva York —por razones obvias— y es, en palabras de la propia Kate, “una de las experiencias fílmicas más extraordinarias que he tenido en los 20 años que llevo dedicándome a esto”.
Pero no tanto como Titanic, claro...
Dice Kate: “Pues sí... Es decir, fue diferente. Titanic la rodamos en México (en Rosarito, Baja California) y tardamos casi un año en completarla. Esta película se rodó en 40 días contando los que tuvimos para ensayar —aquí entre nos, es un lujo poder hacerlo. Ya había perdido la costumbre y con Roman fue todo muy metódico. Primero leímos el guión en un escenario vacío y luego en el set. Cuando empezamos a rodar, ya estábamos tan cómodos que fue maravilloso. No teníamos que preocuparnos más que de la interacción. Cuando un director también ha actuado —y Roman es también un actor notable: nos imitaba perfectamente a todos— te ayuda un montón, porque te permite saber exactamente cómo moverte y qué reacción espera y cómo puedes manejar el tono. Es un genio”.
Precisamente es el tono de la película lo que primeramente la atrajo, cuando Polanski le hizo llegar el guión, no a través de su agente, sino de manera directa a través de amigos comunes. Continúa Kate: “Me pareció algo interesantísimo: una comedia para adultos. Yo no había visto la obra en teatro; tengo dos hijos y cuando no trabajo dedico el ciento por ciento de mi tiempo a ellos, así que tú dime de dónde voy a sacar el tiempo para poder ir una noche al teatro. No es que no lo haga de vez en cuando, es sólo que si lo hago suele ser para ver algo con los niños: Mary Poppins, Los miserables o El Rey León, ¿me explico? Así que hacía mucho que no leía yo una obra para adultos, que fuera tan inteligente, tan incisiva y tan condenadamente divertida. La terminé de leer y dije: ‘Tengo que hacer esto, como sea’, así que tuve que hacer malabares con mis proyectos, empacar las cosas de mis hijos e irme a París”.
Sobre la controversia de filmar con Polanski —quien sigue, después de casi 35 años, en el ojo del huracán por un escándalo de estupro y fuga—, ya que esta producción le atrajo críticas de algunos sectores del público, señala, mientras bebe té y cruza y descruza las piernas: “La verdad es que sí me sorprendió un poco la reacción de algunas personas, de algunos medios: ‘Oh, Kate, ¿cómo pudiste?’. ¿Cómo pude qué cosa? ¿Trabajar con Roman? ¡Necesitaría ser una imbécil para dejar pasar la oportunidad de trabajar con él! Lo que la gente haga en su vida privada no es de mi incumbencia. Y no podría ni siquiera atreverme a opinar, como lo han hecho muy liberalmente varios, acerca de ese caso. Es demasiado complicado y no es en blanco y negro. Además, hay que separar al artista y su obra, de sus defectos y sus faltas. ¿Quién sería yo para juzgar? Y no creerías las cosas que me dijeron algunos: ‘¡Tienes una hija! ¿No te da miedo que vaya a hacerle algo ese hombre?’. ¡Por el amor de Dios! ¿En qué siglo vivimos? ¿En el XIV? A veces no puedo creer que estemos en una época moderna”.
Kate se ha distinguido por ser bastante rebelde respecto a su estatus y es su rebeldía la que le ha valido un reconocimiento por parte de su entorno, más allá de su propio trabajo, que siempre es de primera.
“Nunca he sido conformista, ni convencional. De hecho, siento que me parezco más, o me parecía más en un momento de mi vida, a Clementine, el personaje que hice en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, que a Rose, la de Titanic. Por eso me gustó tanto que me ofrecieran el papel de Nancy en Carnage. Es esta madre aparentemente serena y ecuánime, muy de clase alta, toda estirada, que pierde los papeles de manera espectacular y muy gráfica. Y me encantó, porque pude reírme de mí misma. Venía del rodaje de Mildred Pierce —la miniserie de HBO por la que obuvo varios premios— y estaba exhausta; necesitaba reírme, de mí misma, de la situación, de todo. Mildred fue un personaje maravilloso, de esos que no se presentan muchas veces en la vida y que me llenó de satisfacción. Nancy Cowan fue mi escape, mi terapia para reírme, para romper con lo anterior. Siendo un trabajo de ‘cámara’, tan pequeño, la dinámica fue totalmente distinta y Roman nos dirigió muy bien. Fue casi como un rodaje de vacaciones. No tuvimos un solo problema”.
Otra característica de Kate es que siempre y sin tapujos ha hablado abiertamente sobre su negativa a permitir que Hollywood dicte su peso, y su figura estilo Rubens es un contraste con los habituales esqueletos forrados de carne magra que se dejan ver en las galas; esto, en vez ir en detrimento de su belleza, la realza, y no vacila en señalar su compromiso en demostrar siempre que, en su opinión, las mujeres deben aceptar su apariencia con orgullo. “No comprendo esa obsesión que tienen tantos con mi peso. ¡Soy una mujer de 36 años! ¡Tengo curvas! ¡Tengo dos hijos! ¡Tengo pechos! ¿Qué esperan de mí? ¿Que me mate de hambre? ¡Por Dios! Creo que ese ha sido el peor mensaje que le hemos dado a las chicas desde hace años: esta idea de que no deben estar contentas con sus cuerpos, que están obligadas a convertirse en otra cosa que no son. ¿Gorda? Yo quiero que alguien venga y me diga ‘gorda’ en la cara, a ver si se atreven. ¿Qué es esto de discriminar a una mujer por su peso, por su figura? ¡Es enfermizo! Y creo que estamos haciendo algo para cambiarlo. ¡Lo natural es bello! No digo que se descuiden o se abandonen, y que caigan en la obesidad. Yo no lo hago. Y sí, hago ejercicios y sí, tengo que cuidar la línea. ¿Pero pasar privaciones? ¿Quién en su sano juicio querría vivir siempre muriéndose de hambre? ¡No tiene lógica!”.