21 mar 2012

Amigos / Intocable / Intouchables, de Olivier Nakache y Eric Toledano

Claudi Etcheverry




Philippe es un tetrapléjico adinerado y excéntrico que contrata a un asistente, Driss, para que le ayude en su vida diaria a causa de un accidente que le ha dejado sin ninguna movilidad. Su nuevo ayudante es un inmigrante que ha tenido algunos roces con la justicia y que emerge de los suburbios de París a los manotazos para incorporarse a la vida de este enfermo en un universo económico y social en las antípodas de su marginalidad diaria. Pero lo que en un principio comienza como una asistencia sanitaria acaba por forjar una relación fuerte de la que ambos hombres sacan fuerzas para enriquecer sus vidas. El conjunto de solventes actores en los cuatro papeles de peso rezuma un encaje perfecto e intenso. Todo se presenta en formato de comedia comedida, con toques inteligentes y un punto de desenfado satírico que se agradece en todo momento. Que se argumente como una historia real es tan soso como si un vínculo fuerte entre opuestos fuese algo extraordinario o ejemplificador. Es una preciosa historia humana, pero como las miles que tenemos cerca si miráramos con un poco de agudeza y libertad a nuestro alrededor, nada más.

The Untouchables


El tema del diamante en bruto ya ha sido recorrido por el cine en casos tan hermosos como “My fair lady”, de George Cukor; o la infumable “Princesa por sorpresa”, del director Garry Marshall (y Whitney Houston como productora), por poner algunos ejemplos. En la primera, de 1964, el director Cukor cuenta que la florista callejera Eliza Doolittle (Audrey Hepburn) es adiestrada por un profesor de fonética (Richard Harrison) para hacer de ella una gran dama (inolvidable la escena de “Rain in Spain” que declama la Hepburn). En la segunda (con el título original de “The Princess diaries”), de 2000, Anne Hathaway aparece como nieta heredera al trono del reino ignoto de Genovia junto a Julie Andrews como su abuela, dando barquinazos ambas durante toda una cinta tan ingenua como inocua (ya hemos visto en alguna ocasión que la Andrews es proclive a escorarse hacia la exageración lírica, artista indiscutible pero actriz de pocos registros). Tanto el profesor de fonética diseñando a la florista en la de Cukor; la abuela mutando en aristócrata a una nieta casi accidental en la de la princesa; o este millonario abriendo puertas mentales al asistente basto en “Intocable”, los tres tienen la pasión de Pigmalión, el rey griego que había decidido no enamorarse y que, encerrado en su estudio para no ser interrumpido, esculpió una estatua a la que llamó Galatea y a la cual no pudo evitar amar aunque desesperado la cubriera de besos sin que ella abandonara el mármol. Pero los dioses oyeron sus ruegos, y Galatea reaccionó a los besos y devino mujer de carne y hueso. Es el autor que se enamora o admira su obra, y aquí también, el tetrapléjico se admira y goza al ver que conmueve al asistente.

The Untouchables


Pero en la película subyace la distancia entre las realidades de ambos hombres como un milagro. Uno, que sufre su desgracia con los ungüentos con que le alivia el dinero; y el otro, que ve en su nueva ocupación una vía de escape a su vida de miserias sociales. Hasta que finalmente (y de manera de verdad inverosímil para cualquier espectador que no sea un cándido) la necesidad mutua surge como un lazo que los reúne cada día. El mérito enorme de los directores (a la vez que guionistas) ha sido no estigmatizar al pobre ni encasillar al rico, pero varias situaciones se parecen mucho a una cruzada por acercar posiciones y evitar más disturbios en París, aunque se exponga con mérito que vistas con frialdad, algunas convenciones se revelen perfectamente absurdas (como la escena en que Driss encuentra ridículo ver a un solista disfrazado que entona una aria sin que le surja impostada una reverencia a la cultura). El descaro y lo espontáneo traen bocanadas de aire fresco en varios momentos de la película, incluso ridiculizando el precio de las obras de arte cuando Philippe convence a un amigo de comprar caro un cuadro sin decirle que lo ha pintado su asistente.



Lo que me queda es la impresión de que hay personas que llegan a la vida de otro como una bomba y hacen estallar en el huésped una fuerza vital hermosa, personas que dan vida, simplemente, aunque a veces los beneficiarios no hagan más que cebarse en la crítica para poner paredes al viento. Philippe descubrió que Driss le daba vida no pese a la condición social de éste sino precisamente gracias a ella, y en eso radica su sabiduría y la lección de la película. Hay personas que se pierden en la crítica para no abrir sus puertas a sentimientos consistentes, y se rodean de mediocres emocionales para repetir asirse a esquemas conocidos y no seguir adelante. Driss transforma las relaciones del entorno cercano del minusválido al que ayuda, y ésa es la metáfora: la vida como río, o la vida como contemplación. “Intocables” me dejó pensando que la contemplación estética, los razonamientos, los argumentos o el discurso puramente intelectual se alejan imparables de la fuerza vital, de la energía. Tras ver cómo bailaba y disfrutaba Driss de la música de Earth, wind and fire después del concierto de cámara, uno se plantea que se puede entender y conceptualizar la cultura, e incluso sacar muchos valores útiles de ella, pero que parece casi imposible que alguien sea intensamente feliz si no hace otra cosa que empaparse de momentos excelsos con Telemann o Beethoven. El universo intelectual ofrece una enorme satisfacción, por supuesto, pero se semeja bastante poco a la felicidad, o cuando menos, se construye con otros materiales muy distintos. La contemplación nos detiene, y la alegría nos empuja, motivo especialmente sensible para alguien como Philippe, que desde su silla de ruedas, ya casi no puede imaginarse bailando con nadie.

Amigos / Intocable / Intouchables
Francia, 2011
Directores: Olivier Nakache, Eric Toledano; con François Cluzet, Omar Sy, Audrey Fleurot, Anne le Ny.

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© 2011 Claudi Etcheverry, Sant Cugat del Vallès, Catalunya, Espanya-España



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