Claudi Etcheverry
Una mujer sale de comprar zapatos y un tironero en patinete le roba el bolso con toda su documentación. Atónita, su primera reacción es regresar a la tienda para ver si le devuelven el valor de la compra dando explicaciones de lo que acaba de suceder. Los vendedores comprenden su situación y hacen el canje para que la mujer no se quede varada sin dinero. El ladrón, tras quedarse con el efectivo del bolso, arroja el billetero en un aparcamiento donde lo encuentra un hombre que se decide inmediatamente a dar con la persona que figura en los documentos, aunque cae en un estado de gran expectativa y curiosidad acerca de su desgraciada favorecida. Acude a una comisaría de policía para presentar la denuncia y pide que consten los datos del bienhechor en la devolución de los documentos con la esperanza de que la titular ponga su atención en él. Y finalmente, así es.
El protagonista Georges Palet (en la piel del actor André Dussolier, que podría pasar por hermano de James Caan por su parecido físico) tiene una actitud bastante extraña y se sume en una lenta obsesión por entrar en contacto con la doctora Marguerite Muir, dueña del billetero que ha encontrado Palet, una mujer que vive en una realidad que la película retrata bien de esas personas que se apartan un poco de la vida en general, que tienen un circuito propio y que se refugian en sus hábitos y costumbres. Esto hace que Marguerite anhele a lo que a causa de esa vida que lleva, precisamente nunca tendrá porque hay muchas personas que achacan al destino lo que en realidad es obra. El clima de ansiedad de la protagonista se hace casi endémico durante toda la película, y está muy bien logrado. El nombre de la dentista quizá sea un chiste del director a la cinta de 1947 de Joseph L. Mankievicz, “El fantasma y la Sra. Muir”, en que Lucy Muir es una mujer joven que ha quedado viuda y se recluye, sin saberlo, en una casa en el mar en que vive un fantasma que se aparece a los sucesivos inquilinos para conseguir volver a quedar a solas, aunque pese a sus esfuerzos sobrenaturales, sus trucos de espantajo carecen de fuerza con Lucy). Aquí, Monsieur Palet tiene mucho de fantasma, y tampoco consigue ahuyentarla.
No es posible desconocer lo que significó el grupo de directores franceses tan imaginativos y polémicos entre los años 50 y 70 –con el propio Resnais, Chabrol, Godard o Truffaut entre otros– que la crítica simplificó como Nouvelle Vague en su conjunto. En apenas diez o quince años esos nuevos directores franceses sentaron las bases de un nuevo cine con propuestas de ruptura no sólo en lo que querían decir sino cómo querían decirlo, desplazando muchos de los principios del cine académico del país y europeo hasta entonces. Pero hoy, la película me parece vieja en su base creativa. Con muy buen ritmo y montaje, y unos actores que se manifiestan perfectamente convincentes, la cinta alude a símbolos que ya casi podemos decir que han perdido vigencia (como el juego del deseo y la visualización del inconsciente en la acción paralela directa). El inconsciente ya casi no es noticia. En su momento, el director Alain Resnais precisamente se separó del grupo de La nouvelle vague siguiendo una corriente simultánea encarnada en el grupo “Rive Gauche” que se mantenía sobre unos principios de estilo más alambicado y con mucha influencia de la literatura, pero es inevitable ver que el mundo ya es otro. Las historias de la Nouvelle vague calaron pronto en la juventud de entonces, y su manera de contarlas hizo creer que era posible un cambio. Las melenas de los Beatles que escandalizaban a mis padres en los 60, vistas actualmente son casi terciopelos. A pesar de que la angustia del ciudadano de hoy sea la misma o incluso haya aumentado, gritar hoy “¡Imaginación al poder!” parece claramente pura nostalgia. Ahora se necesita mucho más que imaginación para desmontar el poder.
Filmar “Les herbes folles” a los casi 90 años de Alain Resnais da cuenta de la vitalidad de aquellos intereses por la imagen y de su pasión por rodar. Pero supongo que ya estoy lejos de los debates universitarios y las charlas de café hasta demasiado tarde. A esta altura de la soirée, no tengo ganas de sentirme en deuda con el director y tener que estudiarlo para poder entender sus simbolismos y fantasmas a fin de poder argumentar algún razonamiento más o menos sólido sobre el uso de sus signos, su filiación artística o su trayectoria. Aquel discurso creativo y rupturista de los años 70, hoy tiene que ser decididamente otro. Sin un manual del usuario, la película resulta extraña para entender algunas claves (como la inacción de la mujer del protagonista, que no reacciona ante la proximidad de Marguerite a su esposo)
Puede ser incluso por pereza, pero desde hace tiempo que al cine –como a tantas otras cosas– le pido una indicación simple: que me guste, o que no me guste. Y no: decididamente, “Les herbes folles” no me gusta.
Las malas hierbas / Les herbes folles), Francia, 2012
Director: Alain Resnais; con Sabine Azéma, André Dussolier, Anne Cosigny.
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