A lo largo de tres décadas, este hombre se ha convertido en una de las figuras más prominentes del cine europeo. Ahora estrena la polémica comedia "Habemus Papam".
Miguel Cane.
Desde su debut formal en 1978, cuando era muy joven, Giovanni Nanni Moretti (Bolzano, 1953) se mostró como un actor y cineasta con una de las voces más claras y críticas del cine italiano. Jovial, agudo y observador, alcanzó reconocimiento con Querido diario (1993), agridulce comedia que mostró su batalla personal contra el cáncer. Con La habitación del hijo (2001) causó furor internacional al subvertir su humor habitual para contar un drama serio acerca de la pérdida. Ahora, tras un periodo dedicado a la política, y antes de fungir como presidente del Jurado Internacional del Festival de Cine de Cannes de este año, retorna a la pantalla con una cinta ácida, polémica y muy divertida: Habemus Papam, que dirige y protagoniza al lado del legendario Michel Piccoli, que encarna a un nuevo Papa que padece fobias, y el mismo Moretti es el psiquiatra que acude a tratarlo al Vaticano.
MC: ¿De dónde surgió la idea para la película?
NM: Con mis colaboradores de siempre, Federica Pontremoli y Francesco Piccolo, empezamos a trabajar en diferentes ideas a la vez luego de filmar El caimán. Tras un tiempo de darle vueltas a varias tramas, decidimos desarrollar esta historia de Habemus Papam. Hay una escena que, en particular, fue la que empezó todo, y fue cuando pensamos: “Aquí hay un Papa recién elegido que no es capaz de salir al balcón a saludar a los fieles, porque el miedo lo paraliza”. Todo salió de ahí: la idea de ver como humano a alguien a quien se nos programa para ver como si fuera santo.
MC: Supongo que al crecer en la Italia de los años cincuenta y sesenta recibiste una educación religiosa; pero, ahora mismo, ¿crees en Dios o en la Iglesia?
NM: Naturalmente, así fue. Mis padres eran creyentes y recibí una educación católica con todos los sacramentos de rigor hasta cierta edad. Aunque respeto las creencias ajenas, desde hace muchos años yo ya no soy creyente. Pero sí, parte de mi educación básica fue un marco referencial para ciertos aspectos de la película.
MC: La película está claramente centrada en dos ejes: algunas secuencias se centran en el encierro y otras en la libertad. ¿Qué hay detrás de esa simetría en tu forma de escribir?
NM: Quería mezclar comedia y drama en una película, el tono grotesco y el realista. El cónclave de los cardenales es inventado, pero respetamos los rituales y las liturgias de uno real. El Papa escapa del Vaticano y se pasea por la ciudad, donde se encuentra en situaciones que no ha experimentado desde hace mucho tiempo. Su vagar por Roma le plantea muchas cosas y al público ciertas preguntas. Mientras, el psicoanalista permanece retenido en el Vaticano, donde, a pesar de sentirse desorientado al principio, se acaba encontrando a gusto al final. Es una inversión de roles, si se quiere.
MC: ¿Hubo polémica en su estreno por los temas que toca?
NM: No ha habido ataques a la película en sí sino sólo algunas reacciones que no representan al mundo católico. La Iglesia católica ha sobrevivido recientemente a una serie de escándalos, y la actitud de su jerarquía ha sido criticada. ¿Por qué no están presentes estas controversias en la película? Verás, yo intento evitar decirle al público lo que espera escuchar. No me ha interesado nunca reiterar en mis películas cosas que el público ya sabe. No me gusta enviar mensajes velados jugando con temas de actualidad. Respecto a los escándalos de la Iglesia católica, como los financieros o la pedofilia, hay libros, documentales y artículos informativos en los periódicos por todas partes. Prefiero no condicionarme con asuntos de actualidad. Es una historia inventada, sobre mi Vaticano, mi cónclave, mis cardenales. Mucha gente que ha criticado la película, lo hace de auditu, ni siquiera se han molestado en verla. ¿Me preocupa eso? No. Es como una fábula, todo es imaginario. Si el público decide verla como algo real, es cosa de cada espectador.
MC: Tu cine casi nunca se aparta de un subtexto político y éste no es la excepción.
NM: Claro. Después de El caimán, que versaba sobre las esferas del poder, quise dar mi versión personal de un mundo preciso: el del Vaticano. Pero pienso que los temas de la película y la angustia del protagonista pueden ser aplicados a otras situaciones y otros mundos, y pueden afectar al público que vive apartado de personajes como el nuestro, de las más distintas maneras. La política es algo que siempre me ha interesado.
MC: ¿Se podría decir que eres más crítico con el psicoanálisis que con la Iglesia?
NM: En mis películas me he reído mucho de la izquierda, de mi generación, de la relación entre padres e hijos, la escuela y el mundo del cine, e incluso, en Querido diario, del cáncer que me dio hace 20 años. Pienso que es de justicia reírme del psicoanálisis también. ¿Por qué no? Nada debería ser tabú en el siglo XXI.
MC: ¿Has estado en psicoanálisis?
NM: En algún momento, sí. Me pareció muy interesante la experiencia, aunque puedo entender que para algunos la sola idea parezca una tomadura de pelo. Creo que en este caso cumple con su función: muestra los entretelones de la situación planteada. El profesor Brezzi es un personaje que, en cierta forma, es muy similar al cardenal Melville, y ambos tienen ciertas dudas sobre sí mismos. Pero no es a través de una sesión de terapia sino a través del contacto con la realidad que Melville hace catársis.
MC: Después de años dedicado a la política, anunciaste tu retiro de esa arena, antes de rodar este filme. ¿Se podría decir que tu negativa a seguir con tu actividad política se corresponde con la de Melville a ser Papa?
NM: No lo había visto de esa manera, pero es probable. Desde el principio de mi experiencia política dije que volvería a mi trabajo de director de cine en cuanto pudiera. Nunca busqué ser político profesional. Mi verdadera y única vocación, desde que era yo un adolescente, ha sido el cine. Es lo único que realmente me interesa ahora, y es la única profesión de la que he tomado mi satisfacción personal.