“...como en la tensión de un arco”
La historia es sencilla: un hombre ya mayor convive en su barco con una adolescente que encontró siendo niña, y planea casarse con ella cuando cumpla 17 años; la chica nunca ha bajado a tierra desde entonces. Su modo de vida consiste en llevar a su embarcación pescadores mediante un pequeño remolcador. A partir de esta anécdota se desarrolla una historia casi silenciosa, donde los únicos que hablan son los ocasionales visitantes de la desigual pareja.
La chica es muy bonita, aparentemente inocente y sin conciencia de su atractivo. Pero es una mujer, y los hombres que llegan a pescar casi sin excepción buscan acercarse a ella, la mayoría de las veces en forma muy grosera. Ante estas situaciones, el “remedio” del pescador consiste en disparar flechas con su arco, sin ánimo de realmente dar en el blanco, pero a modo de advertencia. El mismo arco cumple otra función mucho más agradable, cuando por las noches se transforma en un instrumento para que el anciano toque música.
La otra ocupación durante las excursiones de pesca es la adivinación: la chica se instala en un columpio que cuelga en el costado del barco, mientras el anciano desde el remolcador dispara flechas que van a clavarse en el exterior del barco, en una imagen pintada de Buda. Al finalizar, la chica las recoge y susurra su predicción, que luego es a su vez susurrada por el pescador al cliente.
Ahora bien, la convivencia en ese aislamiento es armónica: la chica no encuentra nada forzado o que le falte en esa forma de vida, porque es la única que realmente conoce. Por su parte, para el hombre el aislamiento es conveniente: mientras marca los días del calendario que faltan hasta ese ansiado cumpleaños, va comprando con ilusión y alegría el ajuar para el día de su boda y mientras tanto tampoco enfrenta disconformidad por parte de su compañera. Los rituales diarios se repiten: el baño donde él lava a la chica, sin ningún toque de sensualidad en sus gestos; la música nocturna del arco; el irse a dormir en la litera superior y tomar la mano de ella en un gesto de mucha ternura; la comida preparada para ella al otro día.
Esa rutina se ve alterada por las críticas de los hombres que suben al barco: ante las flechas que dispara el pescador, se lo increpa: es un degenerado, un secuestrador, un pederasta... sin embargo durante la primera parte del filme no hay una gota de sensualidad, como si el viejo se estuviera reservando para cuando se diera la situación legalmente aceptada de que la chica fuera su esposa. Por su parte, lo que vemos en el rostro de la chica es confianza, cariño y hasta gratitud cuando las flechas la libran de manoseos de los clientes.
Un día llega un joven con su padre, y la frágil estructura empieza a desmoronarse. La chica se siente atraída por él, y él por ella. El viejo lo ahuyenta, y esto provoca reacciones de rebeldía nunca vistas. Las expresiones de los rostros cambian; ya no hay paz ni sonrisas y algunas flechas son dirigidas hacia el viejo. Ese despertar de su interés por un hombre joven también hace que la expresión de inocencia cambie; a veces es franco enojo hacia el viejo, otras veces es rencor y hasta repulsión. Los gestos de la rutina diaria cambian, parecen más de posesión que de cariño.
Confieso que no conozco detalles sobre la sociedad sur coreana, y si bien busqué información encontré opiniones contradictorias sobre el rol femenino. Algunas dicen que no es una sociedad machista y para eso citan que su actual jefe de gobierno es una mujer, otros dicen que sí. Del director Kim Ki-duk había previamente visto “Hierro 3” y “Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera”. En “El Arco” hay comportamientos que dejan a la chica en un segundo plano y tal vez en retrospectiva esto se podría ver como un intento del director de mostrar esa característica de su sociedad, ese convertir a la mujer en un objeto posesión del hombre que tenga a su lado, algo ya visto de algún modo en “Hierro 3”. En todo caso, las conclusiones quedan a cargo del espectador.
Aquí la chica es tratada como un objeto por casi todos los hombres involucrados. Ni que hablar de los pescadores que con total grosería la sientan en sus faldas para manosearla, o humillarla de alguna otra forma. El hombre por mucho que sea su cariño, la ve más como una posesión a la que tiene derecho luego de 10 años de cuidados: jamás se cuestiona una unión tan desigual donde la otra parte no tiene voz ni voto. Tal vez el que menos se comporta así sea el joven, en parte por su edad que podría sugerir otra forma de ver las cosas, pero sin embargo se erige en el salvador de la muchacha.
Obviamente el centro de la historia es que esa sumisa muchacha deja de serlo, situación a la que el viejo no está acostumbrado. Con esa rebeldía también cae a pedazos la ilusión del pescador de ser correspondido en cuanto a sus intenciones (no hablemos de sentimientos) y por primera vez la vemos herir deliberadamente a su compañero. Llega incluso el momento donde ella demuestra claramente que puede defenderse de clientes abusivos, y de una forma mucho menos inofensiva que la de su protector.
Sin embargo la rebeldía es provocada, no surge sola o de un cuestionamiento personal, o de la necesidad de ser tomada en cuenta (no podría de todos modos cuestionar esa forma de vida porque no conoce otra): surge de la mano del interés del joven hacia ella, que no solo hace los reproches habituales al pescador sino que decide buscar a su familia. Es alimentada también por la actitud posesiva del hombre: lo que antes era visto como cuidados y protección es ahora parte de los barrotes de una jaula. Una vez más la mujer necesita ser “salvada”, o al menos tener un disparador para tomar cartas en su situación particular.
En este marco, por más que se hace el ejercicio de no perder de vista que estamos viendo una producción proveniente de una cultura muy diferente a la nuestra, no deja de resultar chocante el planteo respecto a la mujer (no porque en nuestra sociedad no exista la discriminación, sino porque en general no es aceptada como algo natural, como parecería ser la situación en la historia). Se comprende por supuesto que la chica no vive una situación desagradable, no es maltratada, al contrario... pero como espectadora, siempre hay un punto de protesta callada frente a ese “decido por ti”. Finalmente la chica toma las riendas de las cosas, en principio de una forma que no es más que complacer (por gratitud, piedad, o por afecto) al viejo ya que la ceremonia de boda se lleva a cabo. Sin embargo y aquí viene la parte discordante del filme para mi gusto, un ingrediente sobrenatural interviene para que el final sea otro.
Es natural que cuando vemos un filme debamos “comprar” la propuesta que se nos muestra. Debemos creer en extraterrestres, personajes que se convierten en otro ser con superpoderes, sin cuestionar demasiado la lógica de estos argumentos. De lo contrario, nos quedamos sin nada entre las manos. Entonces, por dos horas más o menos, debemos aceptar lo que se nos muestra en la pantalla.
En este caso podremos saber que ese aislamiento del viejo y la chica no sería seguramente realizable en la práctica; sabemos que es difícil que dos personas jamás hablen entre sí en diez años (cabe suponer que esa es su rutina) más que para susurrarse profecías y sabiendo que el silencio es una característica de la obra del director, con más razón aceptamos esa situación. Todo se sustenta además en que la chica no puede ansiar lo que no conoce. Podemos aceptar incluso que dos jóvenes se enamoren con solo verse una vez (en parte gracias a las historias de infancia donde esto es moneda corriente y el “vivieron felices” es obligatorio)... pero el recurso sobrenatural utilizado es un tanto forzado y no resulta algo que aporte nada salvo algo como un “aún así me salgo con la mía”. Somos incluso testigos de cómo el hombre reconoce en su interior que sus planes no serán posibles realmente. Hacia el final, la imagen de la antigua embarcación hundiéndose tiene para mí mucha más fuerza y más significado que cualquier otro recurso anterior: proyectos y sueños rotos.
Dejando ese detalle de lado, se trata de una producción donde el espectador tiene la libertad de hacer su propia lectura de muchas situaciones, donde el silencio no se hace pesado gracias a la expresividad de los dos actores principales. Tiene el atractivo de permitir la reflexión sobre la naturaleza humana con sus luces y sombras (ya sea el viejo con su egoísmo, la chica con su inocencia, los pescadores siempre listos a criticar y murmurar, el joven con su rol de salvador); y también el de mostrar otra cultura y otra forma de hacer cine que al menos en mi país muchas veces no llega a las salas comerciales. Es un filme poético en algunos tramos y muy humano; donde la tensión del arco que le da nombre muchas veces es reflejo de las emociones más íntimas de los protagonistas, pese a la armonía y tranquilidad exterior.
The Bow / El arco.
2005.
Dirección y guión: Kim Ki-duk.
Protagónicos: Han Yeo-reum, Jeon Seong-hwang y Seo Si-jeok.
Una producción de Sur Corea y Japón.
90 minutos.