Miguel Cane.
¿Qué ocurriría si, en vez de utilizar el 10% de nuestro cerebro, utilizáramos el 50% o el 100%? Esa es la cuestión que plantea Luc Besson en su más reciente filme en el que mezcla el cine de acción con conceptos filosóficos más cercanos al cine experimental europeo, con un toque de ciencia ficción.
La trama es en apariencia simple: Lucy (Scarlett Johansson) es una joven americana que vive y estudia en Taipei, que es engañada y obligada por un cartel a llevar una droga sintética en su interior, que la transforma en un ser superpoderoso, casi un dios.
Scarlett Johansson es la razón de existir de la película, de la que se va apoderando en paralelo al aumento de la capacidad cerebral de su personaje, que multiplica su actividad mental y sus capacidades a ritmo vertiginoso. La bella combina sus probadas dotes como heroína de acción (Los Vengadores) con su notable desempeño dramático y emerge victoriosa del reto de interpretar en tiempo real la progresiva pérdida de humanidad de una criatura extraordinaria, que debe luchar por su vida, mientras puede fundirse con el mundo virtual (como en Matrix), y de este modo, modificar la materia y la voluntad de los demás.
La película no es aburrida, tiene buen ritmo (una de las virtudes del director) y si bien no es tan efectiva como La Femme Nikita o León el profesional, se sostiene por sí misma en una serie de secuencias muy bien coreografiadas.
Besson explora nuevos terrenos narrativos y hace guiños a lo metafísico que hace ecos de 2001: Una odisea del espacio (ese momento cara a cara con “la otra Lucy”, la homo erectus más antigua de la historia). El resultado, por supuesto, está lejos de Kubrick, pero la intención es honorable y la Johansson está espectacular.
La cinta no defrauda, aunque no es ninguna obra maestra, pero siempre es bueno ver a Besson volver en plena forma. Una película mediana suya, vale por diez buenas de algún director mediocre.
Lucy
Con Scarlett Johansson y Morgan Freeman
Dirige Luc Besson
EU/Francia 2014