Miguel Cane
Hace algunos años, vi por primera vez a una mujer llorar en un escenario, sin estar actuando.
La vi hecha trizas, estremeciéndose mientras cantaba ante mil personas en Austin, Texas. La mujer era Polly Jean Harvey y la canción era The Desperate Kingdom of Love.
Fui al concierto invitado por mi amiga Marcela (para aquellos que leyeron Todas las Fiestas de Mañana: es la inspiración para la efigie de Estefanía Larios), que vive y trabaja en esa ciudad y recuerdo que los dos nos quedamos helados, igual que el resto del público, ante la repentina transición de la intérprete, que había incendiado el escenario con temas fuertes, de alto impacto, casi rituales (Dress, Good Fortune, 66 Promises, A perfect day Elise, The Wind, Down by the water...) y de pronto se avalanzaba al vacío, con los ojos anegados de lágrimas, el maquillaje corrido y la voz quebrada mientras recitaba, à capella, esta balada envenenada, transida de dolor.
Es uno de los momentos más inexplicablemente hermosos que recuerde en un concierto -- quizá comparable con Tori Amos en San Diego cantando, con su Bösendorfer y una banda eléctrica una versión casi barroca de Bliss mientras una multitud coréabamos, o cuando Björk, con un coro de vestales paralizó Las Ventas con una versión de Pagan Poetry, mientras todos gritábamos "I love him, I love him, I love him, I love him/She loves him, she loves him, she loves him, she loves him..."- y por un momento, me sentí profundamente conmovido por ella, conectado al desamor brutal (entonces yo estaba en un estado similar y en ese momento me dolía como el carajo) que manifestaba.
Es algo que nunca voy a olvidar y estoy seguro de que Miss Harvey (que le cantaba, lo sé, a su malogrado romance oscuro con Nick Cave) tampoco, a su manera, podrá.
Ahora, PJ ataca de nuevo, con un disco completamente distinto a lo que había hecho antes: un álbum titulado White Chalk, en el que interpreta principalmente temas tan oscuros como los de siempre, con acompañamiento de piano (y poco más), muy lejos de su persona eléctrica y ecléctica y más cercana a una persona victoriana (con énfasis en el Tori, claro... y es ostensiblemente intencional), con una voz más dulce, casi obnubilada, mucho más adecuada a esta nueva identidad.
El álbum se lanza con el single When under ether y con él presenta esta poesía de abrojos (en absoluto distinta a lo que ya había explorado), en el que canta fantasmagórica pero a un mismo tiempo espléndida. Esta metamorfósis obedece sin duda a su constante búsqueda de hacer algo completamente distinto a lo que hacen los demás; es tan capaz de reinventarse como Madonna, pero al mismo tiempo, lo hace de un modo más introspectivo, menos pensado en un sensacionalismo que posiblemente no necesita.
Recomiendo el disco, naturalmente, y pongo a su disposición un par de temas para que escuchen y decidan, al igual que algunos de mis favoritos de la Harvey. No es la "señorita" de nadie, pertenece a su propia tribu y se redefine a sí misma, pálida y nebulosa -- mas no temblorosa- en su propia estética del dolor, del que no se aparta, sino que lo explora, mostrándonos algunas de sus facetas más hermosas, todo con el poder de su pluma y su garganta.
Hace algunos años, vi por primera vez a una mujer llorar en un escenario, sin estar actuando.
La vi hecha trizas, estremeciéndose mientras cantaba ante mil personas en Austin, Texas. La mujer era Polly Jean Harvey y la canción era The Desperate Kingdom of Love.
Fui al concierto invitado por mi amiga Marcela (para aquellos que leyeron Todas las Fiestas de Mañana: es la inspiración para la efigie de Estefanía Larios), que vive y trabaja en esa ciudad y recuerdo que los dos nos quedamos helados, igual que el resto del público, ante la repentina transición de la intérprete, que había incendiado el escenario con temas fuertes, de alto impacto, casi rituales (Dress, Good Fortune, 66 Promises, A perfect day Elise, The Wind, Down by the water...) y de pronto se avalanzaba al vacío, con los ojos anegados de lágrimas, el maquillaje corrido y la voz quebrada mientras recitaba, à capella, esta balada envenenada, transida de dolor.
Es uno de los momentos más inexplicablemente hermosos que recuerde en un concierto -- quizá comparable con Tori Amos en San Diego cantando, con su Bösendorfer y una banda eléctrica una versión casi barroca de Bliss mientras una multitud coréabamos, o cuando Björk, con un coro de vestales paralizó Las Ventas con una versión de Pagan Poetry, mientras todos gritábamos "I love him, I love him, I love him, I love him/She loves him, she loves him, she loves him, she loves him..."- y por un momento, me sentí profundamente conmovido por ella, conectado al desamor brutal (entonces yo estaba en un estado similar y en ese momento me dolía como el carajo) que manifestaba.
Es algo que nunca voy a olvidar y estoy seguro de que Miss Harvey (que le cantaba, lo sé, a su malogrado romance oscuro con Nick Cave) tampoco, a su manera, podrá.
Ahora, PJ ataca de nuevo, con un disco completamente distinto a lo que había hecho antes: un álbum titulado White Chalk, en el que interpreta principalmente temas tan oscuros como los de siempre, con acompañamiento de piano (y poco más), muy lejos de su persona eléctrica y ecléctica y más cercana a una persona victoriana (con énfasis en el Tori, claro... y es ostensiblemente intencional), con una voz más dulce, casi obnubilada, mucho más adecuada a esta nueva identidad.
El álbum se lanza con el single When under ether y con él presenta esta poesía de abrojos (en absoluto distinta a lo que ya había explorado), en el que canta fantasmagórica pero a un mismo tiempo espléndida. Esta metamorfósis obedece sin duda a su constante búsqueda de hacer algo completamente distinto a lo que hacen los demás; es tan capaz de reinventarse como Madonna, pero al mismo tiempo, lo hace de un modo más introspectivo, menos pensado en un sensacionalismo que posiblemente no necesita.
Recomiendo el disco, naturalmente, y pongo a su disposición un par de temas para que escuchen y decidan, al igual que algunos de mis favoritos de la Harvey. No es la "señorita" de nadie, pertenece a su propia tribu y se redefine a sí misma, pálida y nebulosa -- mas no temblorosa- en su propia estética del dolor, del que no se aparta, sino que lo explora, mostrándonos algunas de sus facetas más hermosas, todo con el poder de su pluma y su garganta.