2 abr 2009

Masacre en cadena / The Texas Chain Saw Massacre, de Tobe Hooper

Miguel Cane




Son tres las películas que jugaron un papel decisivo en la americanización del cine de terror, proceso entendido como el paso del horror clásico al horror moderno, ése que no necesita de los mitos literarios como el hombre lobo, el vampiro, o los brujos. La primera fue Psicosis de Alfred Hitchcock que plasmó con perfeccionismo enfermizo el postulado de Quincy de que "el asesinato es una de las Bellas Artes" . La segunda fue La noche de los muertos vivientes de George A. Romero que masificó el zombi y lo usó como vehículo de violenta metáfora política. Y la tercera es Masacre en cadena, por partida triple ópera prima de Tobe Hooper, obra maestra del género, y una de las películas más influyentes en la historia del cine moderno.

La historia lineal, sin complicaciones narrativas de ningún tipo, también cuenta con una fuerte carga política: es la visualización del delirio de terror de la juventud estadounidense frente a las carnicerías de la guerra de Vietnam. De hecho, sus fresones jóvenes protagonistas emprenden el viaje a través de Texas en su vagoneta hippiosa como medio de escape al reclutamiento del ejército. Pero encuentran que la muerte, especialmente en tiempos de guerra, es inevitable. Su destino ya les es ajeno.

Aunque el éxito tanto artístico como comercial del filme de Hooper ha provocado decenas de clones y copias, muy pocos cineastas aprecian el valor de la estética naturalista de Masacre en cadena, en donde sus acciones violentas y brutales son captadas sin artificio alguno. O si se prefiere, son trabajadas bajo el mayor artificio de todos: el estilo visual que aspira a la reproducción de la realidad más inmediata que conocemos. La violencia es cruel y cruda pero no sangrienta. De hecho, el uso de la sangre se mantiene al mínimo.

Su tono naturalista, desprovisto de los engolosines y tremendismos que han infectado el género en los últimos años, parte de una cuidada dramaturgia cuasi documental que domina el relato desde el prólogo en tres partes: introducción narrada por John Larroquete, para después dar paso a una pantalla en negro que sólo es iluminada por flashazos de la policía para revelar lo macabro del hallazgo recién encontrado y rematar con corte a una imagen posiblemente de un cádaver desenterrado del cementerio con distanciado locutor de radio que informa sobre la proliferación de los profanadores de tumbas.

Leatherface (Gunner Hansen) como esa máquina implacable de asesinato de inmediato adquirió status de figura de culto y aún más importante era la confirmación de que el terror ya no se debía buscar hasta Transilvania o los bosques de Europa Central a manera de vestigios de la Edad Media. El terror se podía encontrar en América y podía ocurrir en cualquier momento.
Por sus imágenes aterradoras que parecen no envejecer, por su abrupto final abierto en corte hacia la negra Nada, por su desafiante pertinencia política (aún vigente), Masacre en cadena es de esas pocas películas que bien merecen ser recordadas como parte del legado fílmico esencial del siglo pasado, un legado siempre vivo, proteico.

Para la trivia: Tanto Leatherface, como Norman Bates y Hannibal Lecter fueron inspirados por el mismo personaje de la vida real, el asesino en serie y antropófago Ed Gein.

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