Miguel Cane
En 15 años de hacer cine -- desde su debut en 1992 con Pushing Hands-, el Taiwanés se ha especializado en hacer un tipo de cine único, con rúbrica: ninguna de sus películas se parece a otra y todas se "sienten" como una película de Ang Lee, algo que es muy difícil de obtener.
En su más reciente trabajo, Lujuria y traición (Lust, Caution) que causó furor en el pasado Festival de Venecia, resurgen algunos de los temas que distinguen el trabajo de Lee: una profunda sensibilidad, una mirada objetiva a sus personajes, sin héroes ni villanos, así como la más cuidadosa recreación hasta el mínimo detalle de un mundo que ya, cuando él lo captura en pantalla, hace mucho que ya no existe, aunque el resultado se percibe (y se siente) como totalmente auténtico.
De este modo fue que su lente abordó la sociedad campestre en la sedada Inglaterra del siglo XIX en Sense & Sensibility (aún hoy considerada una de las mejores adaptaciones de Jane Austen a la pantalla), nos dio un atisbo a dormitorios en privilegiados suburbios de Connecticut circa 1973, atestados de matrimonios pudientes y sexualmente frustrados en The Ice Storm (1997); nos hizo testigos de la relación vibrante de una pareja homosexual y multirracial en Nueva York que de pronto descubre un cambio insólito en sus vidas en la memorable El Banquete de Bodas y luego nos hizo polvo el corazón con Brokeback Mountain (2005) -- que para su mala suerte, aún carga con el sensacionalista estigma de ser recordada no por su maestría, sino por ser "la peli de los vaqueros gays"-.
Hasta en su trabajo de índole fantástica, como El Tigre y El Dragón (2000) y Hulk (2003 -- aún vilipendiada por muchos por ser más una especie de tragedia griega post-moderna que un event movie como esperaba todo mundo) Lee consigue conjugar sus obsesiones y narrar historias que serían de otro modo inconcebibles, de un modo natural, que fluye y lleva consigo al espectador por cada escena cuidadosamente iluminada, montada con precisión, mostrándonos a personajes de una dolorosa humanidad [esto es también en parte obra de su cómplice perdurable y guionista semi-habitual, James Schamus] hasta llegar a una resolución que permanece por horas, por días, algunas veces, de modo indeleble.
Estamos en Shanghai en 1942, durante la ocupación japonesa de China, en pleno fragor de la Segunda Guerra Mundial. Una joven mujer de aspecto elegante, a la que conocemos como Mrs. Mak, espera en un café después de hacer una llamada misteriosa. Sus recuerdos nos revelan que en realidad, es una ex estudiante de arte dramático llamada Wang Jia Zhi, que en 1938 se afilia a una célula radical de la resistencia China, contra los invasores. Esto la lleva a representar el papel de la joven señora de sociedad, para acercarse al círculo de la elite representado por los Yee, un matrimonio frío pero muy chic, que son colaboradores con el gobierno pelele.
La relación de la joven con el enigmático Mr. Yee (Tony Leung, protagonista de 2046, opus de Wong Kar Wai) es el centro de la cinta, misma que está estructurada como si se tratara de una novela, con varios capítulos y recursos narrativos, y como un diamante, el nexo entre ambos tiene muchas aristas: lo mismo es totalmente bestial -- por momentos uno no puede evitar recordar Portero de noche (Liliana Cavani, '74)- que desconcertantemente es tierna y sí, siempre sensual.
Las comentadísimas secuencias eróticas ameritan, supongo, los ríos de tinta que por ellas han corrido. Algunas son tan extraordinarias como aquél encontronazo entre Donald Sutherland y Julie Christie en el clásico de culto Amenaza en la sombra (Don't Look Now, de Nicolas Roeg) y el cuidado de Lee al establecerlas como un trasfondo para los personajes, permite que se liberen del sensacionalismo, para ser casi como actos de la naturaleza humana de la pareja. El sexo ardoroso es parte fundamental de lo que son, sí, pero hay mucho más.
La revelación de la cinta, es la jovencísima y sumamente versátil Tang Wei, que debuta en el filme como la joven heroína y cuya mística femenina permea cada una de sus apariciones. Y es que ésta es una cinta muy femenina, sin caer en ninguno de los estereotipos: Lee utiliza todas las reglas del melodrama tradicional al más puro estilo del Hollywood de los 40, y los conjuga sutilmente con un suspense implacable: el espectador no puede (al menos yo, no pude) despegar los ojos de la pantalla. El ritmo es a veces parsimonioso y lúdico, otras, es implacable.
En un papel clave, Joan Chen (¡cómo han pasado los años desde Twin Peaks!) fulgura cuando debe y luego funciona como motor para la joven protagonista. Con una sencilla expresión de su rostro, ahora maduro, Chen puede revelar muchísimos factores que para el ojo podrían haber pasado desapercibidos. Así es como a veces funcionan las cosas en la vida real: hay que abrir los ojos y Ang Lee siempre invita a hacerlo.
La música de Alexandre Desplat, que ha logrado un nicho desde sus trabajos en La joven del arete de perla y Reencarnación (Birth), es el aderezo ideal para la cinta. Consigue meterse, hipnótica, en la memoria. Ang Lee no es un cineasta que sea popular y no le importa. A su manera, es como John Woo o el propio Wai, un artista que consigue la total expresión de sus ideas sin aires de pretensión como sucede con algunos otros cineastas que esperan que la reacción sea "vean, plebe, qué trascendente y político es lo que hago" [como *cof, cof, cof* El "Negro"].
Lee lo que busca es contarnos una historia y lo consigue, de manera exquisita.
Las reacciones que en nuestro sentimiento, nuestra mente, nuestra memoria provoque su trabajo, es algo completamente personal y Lust, Caution se mete bajo la piel, como tinta de tatuaje: permite un acceso clandestino a un éxtasis subrepticio (y hasta violento), nos muestra cómo se puede llevar el dolor (del alma, de la carne) hasta los límites de la exquisita ternura y lo hace sin permitirnos, ni por un minuto de las dos horas treinta y ocho minutos que dura, que vayamos a olvidar qué somos y a qué vinimos.
Sabe exactamente a qué vinimos.
Y por qué.