Jacobo Bautista
Siguiendo con mi etapa de libros de la Segunda Guerra Mundial, me encontré con que Amazon consiguió una reedición más del libro de Adolf Galland, The First and The Last y pensé que ya estaba bueno de libros de guerra americanos, había que leer uno ‘del otro lado’.
El libro, agotado durante algo así como dos años, de repente estuvo disponible y apenas lo supe, lo compré. Galland es uno de esos personajes medio obscuros de la historia; nunca su nombre se ha vuelto tan famoso como el de Richtofen, el célebre Barón Rojo, pero afortunadamente tampoco se le ligó con las altas esferas de los Nacional Socialistas alemanes que llevaron al mundo al caos en los años 40.
Galland voló en la Segunda Guerra Mundial para la Luftwaffe, sus éxitos como piloto lo colocaron cerca de las elites que tomaban decisiones en el tercer Reich. En realidad el libro lo compré porque quería leer de combate aéreo, se trata de un piloto que participó de inicio a fin en la guerra, que se volvió célebre derribando Spitfires en la Batalla de Inglaterra y pensé que el libro contenía descripciones de las batallas aéreas, de sus aviones y de la vida en los campamentos, algo como lo que he estado leyendo de la Compañía E de la 506 Aerotransportada del ejército americano... pero no, Galland apenas le dedicó unas páginas a sus más de cien victorias en el aire y algunas otras líneas a las características de los aviones que manejó... a manera de disculpa Galland dice que el volar y el combate aéreo se le daban naturales y que él no encontraba gran cosa en derribar dos o más aviones en una sola misión.
El libro comienza como un recuento personal de sus traslados y expectativas como piloto de combate, pero muy pronto aparecen los políticos en su vida, primero el Comandante en Jefe de la Luftwaffe, Hermann Göring, para quien Galland de repente sólo tiene comentarios sarcásticos acerca de su ineptitud (Göring siempre fue el favorito de Hitler) y poco después, Adolf Hitler... aquí el libro volvió a interesarme porque Galland brinda un retrato desinteresado del dictador alemán, cuando Galland se atrevió a comentarle sus opiniones sobre la obvia superioridad que él sentía que tenían los ingleses y –para sorpresa suya y del lector– Hitler escuchó atento, dejándolo expresarse y haciéndole comentarios en los que Galland notó que eso no le caía de sorpresa al Führer.
La celebridad de Galland, además de sus impresionantes dotes como piloto, se debe en gran parte a su sinceridad y su forma de pensar; en el libro de queja a cada paso de las decisiones estúpidas tanto de Hitler como de Göring (Alemania estaba en vías de ganar la Batalla de Inglaterra cuando decidieron cambiar la estrategia que les hizo perderla)... pero lo más grandioso del asunto es que Galland tenía claro entonces que las decisiones estaban mal y hacía todo en su poder para convencer a los altos mandos de corregir, paso a paso Galland escribe la tragedia –como él mismo la llama– en que los alemanes, a pesar de tenerlo todo para ganar, terminaron perdiendo... pero lo valioso es que no se esperó a perder para externar su pensamiento sino que desde siempre fue un crítico acérrimo de las estrategias alemanas.
El libro se titula El Primero y el Último, pero bien se podría titular ‘La Tragedia de la Luftwaffe’. Galland, poco después de derribar cien aviones enemigos (casi todos ingleses), fue nombrado Jefe de los Cazas de la Luftwaffe, luego entonces, fue retirado del servicio activo (aunque, en un par de traslados, Galland viajó de una junta a otra en un avión caza, se desvió de su curso, encontró cazas ingleses y los derribó)... y desde entonces dedicó sus esfuerzos para que los cazas de combate alemanes pudieran defender con éxito al Reich, y desde ahí fue testigo y víctima de la miopía de Göring y de la necedad de Hitler, quienes siempre quisieron bombarderos más que cazas para atacar al enemigo en lugar de defenderse de él... y no entendieron nunca que incluso para atacar con bombarderos, necesitaban cazas para proteger a los bombarderos de los cazas enemigos.
Pero los cazas para Hitler siempre fueron una necedad de Galland, luego entonces nunca les puso atención y así no pudo nunca proteger a los bombarderos alemanes y luego peor, no tenía con qué proteger a Alemania de los bombarderos americanos e ingleses... peor aún, desde 1939 estaba ya muy bien desarrollado un jet, el primer jet del mundo, pero Hitler no quería que el Me 262 (el primer caza jet) se desarrollara porque creía que la guerra terminaría muy rápido y antes de que éste sirviera para algo... cuando Galland, ya despedido de su puesto como jefe de los cazas alemanes, pudo al fin, al final de la guerra, pudo formar por fin un grupo de jets Me 262 para defender al Reich... y comprobó que esta arma pudo haber detenido los bombardeos americanos e ingleses de haber sido producido en masa dos años antes (tal era su superioridad técnica).
Al leer a Galland, sobre cómo las decisiones y estrategias alemanas estuvieron totalmente equivocadas desde el inicio uno no puede sino relacionar con su entorno y ver cómo algunas cosas van directo al fracaso por la poca visión de sus líderes.
Al final, aunque obviamente Galland habla de bombas, de explosiones y de muertos (perdió a sus dos hermanos en la guerra, pero no les dedica mas que un par de líneas), no es propiamente el tipo de libros de guerra que había estado leyendo (experiencias de primera mano de soldados), es muy interesante porque se trata de una lectura muy crítica hacia sus líderes y las acciones porque las decisiones se tomaban en alguna oficina en algún lado y Galland las experimentaba de primera mano, las padecía, en el frente de batalla donde, a pesar de estar ya disponible, no se le brindaban las mejores armas para combatir y aún más, se le encomendaban tareas ilógicas con el armamento inadecuado.
Una cosa que no creo que Galland haya entendido bien a tiempo que escribió el libro es que (si bien me quedé con ganas de que escribiera más de sus combates) resulta ser una excelente crítica hacia las dictaduras porque a final de cuentas todas las decisiones de Hilter que llevaron al colapso del Reich nunca tuvieron un contrapeso, por más que le explicaban que las cosas las hacía mal, el tipo ya había decidido sobre tal o cual cosa y como es el único que tiene la razón, al final era lo que se hacía... no tenía un Congreso opositor que enderezara el rumbo o detuviera las idioteces, no tenía aspirantes a su cargo que propusieran mejores soluciones y no había medios de comunicación que expusieran al pueblo alemán que lo que se hacía estaba mal... simplemente el tipo decía ‘vamos para allá’ y la servil masa alemana de 1939-45 lo siguió hasta la cloaca.