Miguel Cane
Desde su debut en la hoy clásica La Boda de Muriel (PJ Hogan, 1994) la australiana Toni Collette ha sido una presencia resplandeciente en pantalla, aún si son escasas sus oportunidades de mostrar su talento como amerita; no obstante, sus apariciones en Sexto Sentido (como madre perpleja del chiquillo que “ve gente muerta”), Emma (es la confidente de Gwyneth Paltrow) y muy especialmente la formidable Velvet Goldmine (Todd Haynes, 1998) –es la delirante esposa de una estrella de rock, que termina extinguida a modo de supernova-, sirven como testimonial, junto con su breve, inolvidable beso con Julianne Moore en Las Horas, de un talento y belleza insólitos, que hallan una exposición perfecta en este filme dirigido por Sue Brooks.
Aunque el pésimo título en español, Una historia infiel, pareciera condenarla a una categoría de melodrama sórdido, Japanese Story (su título original) es fruto del esfuerzo de un cuarteto de mujeres – la actriz y la cineasta, junto con la escritora Alison Tilson y la compositora Elizabeth Drake- que desafía cualquier categoría y es uno de los estrenos más interesantes de la temporada, que sabe cómo recompensar al espectador paciente.
Sandy Edwards, geóloga y soltera, es frugal y juiciosa, pero tiene un lado secreto bajo ese barniz; es también una joven que se permite ser tierna y soñar... su cuerpo, en el trabajo su principal herramienta, se convierte en un instrumento musical; en un pestañear, su mirada revela aspectos de su alma que en un parpadeo se archivan sin expresión. Ambas identidades conviven en la misma mujer y son utilizadas con maestría por la directora al narrar su viaje hacia el corazón desértico de Australia, acompañando a un petulante joven millonario japonés (Gotaro Tsunashima), hijo de un socio de la compañía minera para la que ella trabaja y quien, al principio, le cae en la punta del hígado… aunque gradualmente el trato entre ambos, mientras se hallan en un territorio ignoto, se transforma en una auténtica epifanía. Contrario a lo que la espantosa publicidad pudiera sugerir, aquí no hay enamoramientos convencionales, ni besos de azúcar. De hecho, la relación entre los personajes trasciende al argumento.
Uno de los temas es, evidentemente, el encontronazo entre dos culturas, que ha sido tratado en otras películas, algunas veces rayando en el cliché (esto deriva en el ácido humor del personaje: al verse obligada a viajar, protesta “¡soy geóloga, no una geisha!”), pero aquí Brooks consigue, con apoyo de la hermosa y enigmática partitura musical de Liz Drake, que fusiona elementos de oriente y occidente, una comunión extraña entre ambos mundos; lo que acontece entre Sandy y Hiromitsu trastocará sus vidas de modo irreversible. +
De algún modo hermanada temáticamente con Swimming Pool (de François Ozon) y Perdidos en Tokio (de Sofia Coppola), la película es un prisma de los giros inesperados de la naturaleza humana, que no sólo nos transportan a un mundo ilusorio dentro del que habitamos, sino también a presenciar una de las mejores actuaciones femeninas en el cinema contemporáneo, por parte de una luminosa Miss Collette, que con este filme ingresa al excepcional nirvana de los monstruos sagrados (la legendaria Ingrid Bergman hacía suyos este tipo de personajes, encantada), por mérito propio y merece ser vista, incluso más de una vez.