Hace más de diez años que James Cameron se autoproclamó el “Rey del Mundo” cuando obtuvo el Oscar a mejor director y mejor película por Titanic, a su vez la película más taquillera de la historia (eran los 90, década propensa a exceso, de cualquier modo) y con la canción más pegajosa que una banda sonora haya generado jamás – elevando a Celine Dion a ser un tópico sobreexpuesto, igual que Leonardo DiCaprio, que no se ha recuperado del todo-. Tras ese prolongado silencio, el otrora director aventurado de Terminator y la memorable Mentiras verdaderas, regresa con un proyecto que le ha tomado mucho tiempo (y mucho, muchísimo dinero) completar. En sus propias palabras Avatar es su “película soñada”, en la que ha invertido su concentración y todas las técnicas que aprendió a lo largo de su carrera (y que fueron, en su momento, consideradas revolucionarias por muchos).
¿Y el resultado?
El resultado son 180 minutos de una trama que podía haberse contado en 30, con una sensación de decepción que crece al punto de volverse insoportable. Uno espera que la cosa repunte, que mejore, que suceda algo que justifique (o bien, que disipe) los tropezones narrativos del principio, del medio o del final. Pero esto no sucede. La película no se recupera nunca de la falla fatal de tener un guión incoherente y pueril, apenas una triste semijustificación para sus mensajes gazmoños y rollos dizque “críticos” de la “política intervencionista en la historia reciente de los Estados Unidos” que son presentados con escasa sutileza a manera de “metáforas” con disfraz de ciencia ficción y efectos visuales que podían, pese a los recursos involucrados, haber sido mucho mejores y más convincentes de lo que en realidad son.
La trama, sin echarles mucho a perder, y como seguramente ya conocen (la avalancha publicitaria es casi sin precedentes y huele a desesperación del estudio por llevar gente a las salas como sea) trata sobre el primer contacto entre los terrícolas y los Na'vi, una raza semifelina que habita en el selvático planeta Pandora. Un humano (Sam Worthington) es infiltrado al planeta con un 'Avatar' – una representación virtual- de Na'vi. El resto de la trama gira en torno a su proceso de adaptación, su shock cultural y cómo descubre otra especie. Etcétera, etcétera. Ustedes pueden adivinar el desenlace desde el principio.
Ahora bien, la película tiene sus momentos de brillantez, hay un diseño de producción muy logrado (algo que es de cajón en la filmografía de Cameron) y algunos efectos (sobre todo en la nave nodriza) son estupendos. Sigourney Weaver (que es una presencia donde se la ponga) tiene una aparición notable como Grace Augustine, la proverbial figura materna y también la científica a cargo del proyecto Avatar, pero está desperdiciada en aras de la trama ostensiblemente simplificada para gustar a los adolescentes y niños que acudirán a las salas esta Navidad para ver el espectáculo. Porque eso es Avatar, un espectáculo llamativo, como el circo, pero sin sustancia, sin sensación de maravilla – aquella magia que se manifestó en Jurassic Park, aqui ya no pega-, sino de mercantilismo. Es inevitable preguntarse, ¿tantos años para esto? Desde luego, Avatar tendrá éxito de taquilla, ya está nominada para Globos de Oro y tiene por lo menos algún Oscar de efectos visuales asegurado, pero ¿y qué? Eso no la hace una buena historia, o una aventura memorable. Dentro de un año o dos, nadie hablará de Avatar, a menos que surjan las inevitables secuelas. Pero aún así, una cinta tan costosa, sin ningún tipo de espíritu, es un fracaso monumental a nivel artístico. Cameron trabaja de modo mecánico, y su “sueño”, por muy bonito que luzca, es tan sólo un paquete vacío.
Avatar
Con Sam Worthington, Stepehen Lang, Zöe Saldaña, Michelle Rodríguez y Sigourney Weaver
Dirige James Cameron
Estados Unidos, 2009