Francisco Peña
Uma Thurman es una paradoja. Ubicada en el microgrupo de estrellas internacionales de Hollywood (el mundo no recuerda más de 50 nombres de memoria sin googlearlos), cada vez que puede se escapa a producciones alternativas. Pocos entienden por qué si Uma está en la cima de la fama insiste en bajarse del pedestal.
La respuesta está sembrada en su nombre: Uma Karuna Thuman. Su origen sánscrito está empapado de budismo; su padre, Robert Farrar Thurman, fue profesor de estudios de budismo tibetano en la Universidad de Columbia, fue el primer occidental ordenado como monje tibetano y amigo del actual Dalai Lama. Su madre y familia materna vienen del mundo del modelaje y la actuación. Desde su nacimiento el 29 de abril de 1970, Uma creció en un ambiente de valores budistas que interactúan –sin prejuzgar- con el ambiente posh, al que aceptan sin compartir su materialismo banal.
Con esas raíces no extraña que Uma tenga un pie en un mundo alterno y el otro en Hollywood. Mientras en su niñez viajó a India con cierta frecuencia y conoció al Dalai Lama, su adolescencia arranca con el modelaje y la actuación. Luego de sus primeras películas sin pena ni gloria da un salto mortal –¡sin red, señoras y señores, sin red!- a la fama internacional en Las Relaciones Peligrosas (Stephen Frears, 1988) y rodeada de actores reconocidos como Glenn Close, Michelle Pfeiffer y John Malcovich. Tenía apenas 18 años.
Desde joven marcó su tendencia a escoger “papeles peligrosos” y se embarcó en Henry y June (Philip Kaufman, 1990) como uno de los vértices del triángulo amoroso Henry Miller (Fred Ward), su mujer June (Thurman) y Anaïs Nin (María Medeiros). Pero el público deseaba más de la extraña belleza de Uma, que no encaja en el arquetipo de la güera de plástico hollywoodense gracias a la peculiar armonía de sus ojos, nariz y boca. Se embarcó en películas comerciales que no trascendieron porque el público no vió a la joven inocente de Relaciones ni a un nuevo símbolo sexual de consumo efímero. Por eso, su carrera actoral ha oscilado entre sonados triunfos y fracasos comerciales.
Uma es inolvidable en Pulp Fiction (Tarantino, 1994) en el papel “peligroso” de la drogadicta Mia Wallace. Destaca su baile con Travolta, descalza, en un mano a mano donde no da cuartel al mejor bailarín del cine en años. Impresiona en la escena donde, hasta el socket, revive con una inyección directa al corazón. Ese año fue nominada a los premios más importantes.
Pero como Hollywood no entiende que Uma brilla en la periferia del cine comercial y no en su centro, y el público no entiende que jamás le dará una actuación convencional ocurren graves errores como la horrible Batman & Robin (ella como Hiedra Venenosa) y Los Vengadores (como Emma Peel) o cintas intrascendentes como Mi super exnovia (Reitman, 2006) y Marido por accidente (Dunne, 2008)… aunque de algo tiene que vivir a diario.
Es preferible verla como La Novia o Mamba Negra en la saga Kill Bill (Tarantino, 2003-2004). Su trabajo es impresionante en películas en las que casi no abandona un segundo la pantalla. Demuestra ser capaz de dotar de todo tipo de emociones a un personaje aparentemente plano: pasa de ser una retorcida y sangrienta asesina sedienta de venganza a una maternal leona. Memorables son el duelo ritual con katanas frente a Lucy Liu, el violento enfrentamiento con Darryl Hannah y la confrontación final con Bill.
A sus 40 años Uma Thurman va y viene entre La Novia y la Hiedra Venenosa, pero se nota dónde está a gusto. Como marcan sus raíces budistas vive en el Samsara del cine comercial sin ser atrapada por sus ilusiones, mientras busca el Nirvana –casi siempre de la mano de Tarantino- con “personajes peligrosos” donde puede ser fiel a sí misma, libre de las convenciones de la fama. Con su belleza peculiar, se da el lujo de ser la rubia de dos mundos.