Miguel Cane
Aunque Michelle Pfeiffer jamás se ha retirado del todo, la ocasión del estreno de una película suya es anunciada como el regreso de una de las más espectaculares actrices del cine norteamericano. A sus 51 años, su belleza perfecta sigue intacta. Madre y esposa dedicada, la Pfeiffer elige sus películas con mucho cuidado. Desde 1998 se prodiga poco y su familia disfruta de ella a tiempo completo: tiene un matrimonio de éxito con el productor David E. Kelley(creador de, entre otros programas de TV, Ally McBeal y Boston Legal), es madre de dos hijos (Claudia Rose y Jack Henry, hoy adolescentes) y una carrera respetada, lo que hace de esta actriz una rareza: una estrella que no se ha quemado en el firmamento de Hollywood.
La presentación de la película Chéri (presentada en la cartelera de México con el nombre de La Edad del Deseo), basada en la célebre novela de Colette, que marca su retorno a las órdenes del cineasta Stephen Frears (que la dirigió en Relaciones Peligrosas en 1988) en la pasada Berlinale, es la ocasión para celebrar su retorno a la pantalla y para que ella hable, sin atavismos ni poses.
¿Cómo fue reunirse con Stephen Frears después de tanto tiempo?
Fue estupendo. Siempre he sido una gran admiradora de su trabajo y de su sensibilidad. Haber trabajado con él en Relaciones Peligrosas fue una de las mejores experiencias de mi vida profesional y me enseñó muchísimo. Cuando me llamó, dije que sí de inmediato. Stephen es el director que más sabe extraer de mí. La primera vez que trabajamos, me sentía pequeña e insignificante. Sé que él dudaba de mi capacidad para hacerme con el papel de la seducida Madame de Tourvel. Pero me hizo sentir poderosa y aguantar escenas muy arduas. Esta segunda película ha sido como regresar al hogar de un buen amigo al que adoras. Este era un proyecto largamente acariciado por él y que pensara en mí es un gran halago y también fue un gran compromiso.
¿En qué sentido?
Pues en que esta era la primera vez en muchos años en que yo tenía el rol central en una producción como ésta, de época, que requiere mayor cuidado al detalle, no sólo como intérprete. Y me sentí al principio un poco nerviosa, pero Stephen me hizo sentir de inmediato como en casa al llegar al set y fue una experiencia muy buena.
Hace casi dos años que cumplió usted 50. ¿Lo celebró de alguna manera especial?
Pues sí, porque no es una cifra cualquiera. Sentí que inauguraba la segunda parte de mi vida y que quizá lo mejor estaba por venir. Desde que cumplí 46 notaba que me acercaba a esta fecha importante y he sentido durante mucho tiempo cierta anticipación. Lo celebré de una manera natural, sin aspavientos. Fue una jornada cálida y alegre.
En su opinión, ¿qué se gana y se pierde con la edad?
Pues tengo sentimientos encontrados. Por un lado, se pierde la frescura de la juventud, una cierta ingenuidad y vulnerabilidad; pero se gana en experiencia. A mí, personalmente, cada año me ayuda a encarar cada cosa de la manera más positiva posible. Los años me han hecho perder pesimismo y tendencia a regocijarme en el sufrimiento. Cada día me siento agradecida por sumar un año más.
Pero claro, cumplir años en Hollywood no es lo mismo que hacerlo en cualquier otro lugar…
Desde luego. No es un lugar saludable para hacerlo (Risas). Yo me empecé a preocupar a los 39 años. Cuando estrené Lo que la verdad esconde que protagonizaba junto a Harrison Ford, él tenía 15 años más que yo. Sin embargo, un periodista escribió algo acerca de “los protagonistas de mediana edad” y por un momento, por un momento nada más, sentí algo parecido al pánico. Luego me tranquilicé. Mis hijos eran pequeños en esa época y yo quise estar cerca de ellos todo el tiempo, así que los 40 y los 50 apenas he trabajado. Ahora, en cambio, me siento mejor que nunca.
En este filme interpreta a una cortesana enamorada de un hombre mucho más joven.
¡Ah, pero esa es otra ventaja de la edad, que mis coprotagonistas van decreciendo en años! (Risas). Ya lo ves, prefiero ver el vaso medio lleno. ¡Soy optimista!
Se trata de una historia melancólica, que aborda los temas del envejecimiento y la pérdida de la belleza, en una mujer que vive de su aspecto. ¿Fue difícil?
¡No, no, en absoluto! De hecho, fue una de las razones por las qué acepté. Para Stephen no es la historia de una mujer que pierde su juventud, sino la de una mujer madura que se enfrenta al amor, la decadencia y la belleza en la edad en la que ya no tiene la lozanía de antaño. Quise sentirme en la piel de la cortesana Lea de Lonval, sentir su deseo y su agonía. Y no pedí a los maquillistas que me hicieran parecer más joven. He aprendido a estar presente en mi edad y en mi momento vital. Lo demás sería engañarme a mí misma. Y hace tiempo que dejé de hacerlo. Me gusta lo que soy y como soy.
Se conserva como una mujer muy joven, ¿cuál es su secreto?
¿De verdad quieres saberlo?, no hay gran secreto. Como pescado y verduras, casi nunca como carne o grasas saturadas. Camino mucho. Pinto. Hago yoga. ¡Soy como cualquiera! Y me gusta mucho sentirme sana; me gusta, sobre todo, reír. Lo hago constantemente. Claudia Rose y John Henry, mis hijos, que ya están hechos unos adolescentes, son la mayor fuente de mis risas. Tengo la fortuna de tener una buena vida familiar.
¿Por qué no rueda más comedias? En Hairspray era una villana muy divertida.
Me encantaría, pero parece ser que los directores y productores me ven cara de seria, de mujer estoica que sufre. Una vez, hace muchos años, hablé de eso mismo con Marty [Martin Scorsese] cuando rodábamos La Edad de la Inocencia. Él me dijo que yo era capaz de transmitir la mayor tristeza sólo con la mirada. Supongo que un poco tendrá que ver que yo me tomo la vida muy en serio. Y, a veces, me la bebo a tragos. Me apasiona defender algo en lo que creo. He sido así toda mi vida. Cuando se es actriz y madre, la adrenalina viene de la vida misma y de cada instante.
¿Era así desde jovencita?
No, ¡al contrario! Era una vaga de lo peor. Me iba a la playa con los amigos, fumaba a escondidas, era respondona con mis hermanos y profesores, me mandaban a casa castigada... Y yo tan fresca como la mañana. Era muy rebelde, pero maduré. Aunque debo reconocer que lo que sí ha sido una constante en mi vida, desde niña, ha sido el afán de perfección. Lo heredé de mi padre, Richard, un hombre hecho a sí mismo. Así me considero yo: salí para ser actriz de la caja de un supermercado en el medio de la nada que es Orange County. Soy terca como una mula cuando me propongo algo. Pero, ¿puede ser también una virtud? Y, ya en serio, no es ningún secreto que por años padecí de algo como agorafobia. Bueno, no me dan miedo los espacios abiertos, sino las multitudes. Resisto a duras penas las alfombras rojas. Prefiero quedarme en casa preparando una buena cena rodeada de los míos. Por eso dejé Los Ángeles, nos mudamos a vivir a un rancho y ahí hago lo que más me gusta.
¿Eso qué es?
Simplificarme la vida, por supuesto. Eso y poder disfrutar de cada día y tal como viene.