Miguel Cane
Aunque parezca increíble, sin Jesucristo Superstrella, no existiría El Show de Terror de Rocky.
El que estas dos obras, que nada tienen qué ver estén relacionadas, se debe a que en ese montaje el director Jim Sharman conoció a Richard O'Brien, actor-cantante de singular aspecto y excéntricas ideas, que fue despedido por Andrew Lloyd Weber al atreverse a desafiarlo e interpretar a Herodes como Elvis Presley, en contra de lo especificado por el autor, que hizo berrinche y lo puso de patitas en la calle. El desempleo forzoso lo aprovechó O'Brien para escribir su propio musical con rock and roll, inspirado por las películas de terror de la serie B que había visto de niño, sazonado con una fuerte dosis de sarcasmo y sexo desenfadado. Sharman lo produjo y dirigió en el Royal Court's Theatre Upstairs, espacio pequeño del West End, dedicado al “Teatro experimental”, con un elenco que incluía a Tim Curry y Patricia Quinn (en sus propias palabras, la llamaron de último minuto días antes del estreno, cuando Marianne Faithfull se fumó hasta los zapatos y se le fue la onda).
La obra se estrenó el 19 de junio de 1973, y la reacción fue inusitada: el público la consideraba una fiesta de la que eran no sólo espectadores, sino partícipes. El éxito hizo que fuera trasladada a un antiguo cine de Kings Road convertido en teatro, donde llegó a las 2.960 representaciones. Posteriormente se llevó al Roxy Club de Los Ángeles incorporando al rockero Meat Loaf al elenco y en 1976 la formidable Julissa adquirió los derechos para estrenarla en el desaparecido cabaret Señorial del Hotel Regis; traducida y protagonizada por ella, con Gonzalo Vega como Frank N. Furter con taconazo popis, popularizó “El Baile del Sapo” -- le haría versiones hasta Timbiriche- y recibió amenazas, algunas hasta de muerte, por parte de miembros del público, ofendidos por lo que llamaron “mariconadas” en escena; la controversia, desde luego, contribuyó a un éxito rotundo.
El productor Lou Adler –creador de la saga de Cheech y Chong– con financiamiento de la 20th Century Fox, inició el rodaje de The Rocky Horror Picture Show en octubre de 1974, en los Bray Studios de Londres, hogar de las Hammer Films. La cinta fue dirigida por Sharman, con un reparto que reunía a veteranos del montaje teatral –Curry, O'Brien, Meat Loaf, Pat Quinn, Little Nell– y caras nuevas, como Susan Sarandon (que estaba suculenta) y Barry Bostwick, quienes encarnaron a Brad Majors y su noviecita santa Janet Vice... er, Weiss, pareja de magníficos – por no decir fresas y aplatanados- chicos del pueblito de Denton, que una noche de tormenta van a parar a la residencia del científico loco Doctor Frank N. Furter (Curry, en una interpretación monumental), dulce y pervertido travesti del planeta Transexual en la constelación Transylvania y toda vez ahí viven una sensual y tenebrosa aventura que los cambiará mientras bailan, cantan, se encueran alegremente y mandan sus ñoños valores burgueses a la basura.
Cuando la película se estrenó para Halloween de 1975, el público joven adoró la cinta, pero las opiniones de los principales lideres conservadores eran muy negativas: ¡pero cómo! la película promovía la homosexualidad, la promiscuidad, las drogas y la música rock. ¿Qué es lo que hace que hoy, después de 35 años, la película haya sobrevivido a sus detractores? La cosa es simple: como estreno comercial fue un fracaso, pero se convirtió en un éxito de culto al ser reestrenada en el circuito de medianoche en el Waverly Theatre de Greenwich Village. A esas funciones acudieron los mismos aficionados que asistían al teatro, y fueron ellos quienes reprodujeron la costumbre de participar de la pachanga. Pronto, intérpretes espontáneos, vestidos como los protagonistas jugaban a repetir la acción de la pantalla entre las butacas; un grupo de espectadores comenzó a interpelar a los personajes de la película, corear las canciones y coreografias, transformando un simple visionado en un espectáculo.
Así surgió todo un culto. Poco a poco, las proyecciones de la película con participación de la audiencia se convirtieron en un fenómeno internacional, ajeno a las modas, idóneo para eternizar el musical ostensiblemente basado en la nostalgia.
Pocos largometrajes han logrado un seguimiento tan fiel, y aunque se haya intentado entender el asunto, lo cierto es que consolida su propia mitología año con año en estas fechas en cines, teatros, bares y discotecas alrededor del mundo: cada nueva proyección de The Rocky Horror Picture Show produce el milagro; Riff Raff, Magenta, Columbia, Frank o Janet te hablan con tanto descaro que no es posible apartar los ojos de la pantalla.
Casi todo el elenco recuerda con cariño su participación en la cinta original: Susan Sarandon es la primera en reconocer que en buena parte el inicio de su carrera se vio impulsado por este filme y que el afecto de los fans de Rocky Horror es perenne, Barry Bostwick suele sonreír si en la calle alguien le grita “Dammit!”, Meat Loaf canta canciones de la obra en sus conciertos y sólo Tim Curry frunce la boca cuando le hablan de ella. Si bien su ingratitud podría pesar a los fans, en realidad, un menosprecio no hace verano.
Con sus escenas de seducción, canciones pegajosas, referencias al cine y su lema de ser auténtico y entregarte al placer absoluto sin que importe cómo o quién seas, El Show de Terror de Rocky ha pasado a la posteridad como pocas obras, invitándonos a poner las manos en la cadera y un salto dar para atrás, demostrando que sustancialmente es mucho más que un relajo bien extraño y muy pasado.
Ya lo saben, como hace 35 años, el programa de esta noche es de terror (con Rock and Roll).