El legendario cineasta creador de Desayuno con Diamantes, Días de Vino y Rosas, La Pantera Rosa y La Fiesta Inolvidable, falleció en Hollywood a los 88 años de edad.
Miguel Cane
Sin lugar a dudas, Blake Edwards fue uno de los nombres clave en la historia del cine moderno y uno de los más notables exponentes de la alta comedia. Cineasta versátil, irreverente, mordaz y temerario, deja al fallecer, el 15 de diciembre, un canon pletórico de cintas realmente icónicas, comparable al de su mentor y amigo Billy Wilder. Como aquél, Edwards – que nació en Tulsa, Oklahoma, el 26 de julio de 1922- se inició como escritor y fue poco a poco aprendiendo y perfeccionando el oficio de director de televisión (fue el responsable de la exitosa serie Peter Gunn) y posteriormente cine, intercalando géneros desde la comedia hasta el melodrama, sin dejar de lado algunos filmes de suspense inquietante.
El gran momento de Edwards, llegó hace medio siglo con la aparición de filmes como la memorable comedia romántica Desayuno con Diamantes – en la que aprovechó al máximo el radiante carisma de Audrey Hepburn convirtiéndola en un símbolo para la eternidad como Holly Golightly, la proverbial prosti con el corazón de oro, creada por Truman Capote- y la estrujante Días de Vino y Rosas, parábola sobre el alcoholismo en la que Jack Lemmon arrastra a su esposa, encarnada por la vulnerable y exquisita Lee Remick, por el tortuoso sendero del vicio, del que sólo uno de los dos volverá más o menos recuperado. Estas dos cintas, siempre con la impecable mancuerna musical de Henry Mancini, sirvieron para establecer a Edwards como un nombre de peso en ese Hollywood que hoy, por desgracia, ya no existe.
A ellas seguirían Chantaje a una Mujer (también con la hermosa Remick), una estremecedora cinta de intriga y terror, que es uno de los últimos exponentes del film-noir clásico y cuenta con un clímax inolvidable en el estadio Candlestick Park de San Francisco, aprovechando las locaciones a más no poder, con un ritmo vertiginoso.
Estilo en Rosa
En 1964, dirigió la que sería tal vez su cinta más célebre (por no decir lucrativa): La Pantera Rosa, misma que dirigió en Europa y lo llevó a hacer mancuerna con el genial e idiosincrático Peter Sellers.
En el filme éste interpretaba al pedante y torpe Inspector Clouseau, de la Sûrete francesa, encargado de recuperar un diamante robado (la pantera rosa del título) y a su paso, dejar un rastro de estropicios mientras que el ladrón de marras “El Fantasma” (el mismísimo David Niven) los cuernos con su esposa (la deliciosa Capucine) le ponía, sin pudor alguno. La película fue un éxito sin precedentes, lanzó a la fama al personaje animado (creación de Friz Freleng) que hoy es figura permanente en la cultura popular, al igual que el inolvidable tema musical de Mancini (que ciertamente usted ha oído, por lo menos una vez en su vida), y dio origen a una larga serie de secuelas (no todas con Sellers, que murió en 1980) y remakes vigentes hasta hoy, aunque ya no relacionadas con el fino estilo de Edwards, que cruzaba la fina línea entre el chiste ingenioso y el slapstick ultraviolento.
Junto con Sellers, además, haría otra película de gran impacto entre los espectadores de su tiempo: La Fiesta Inolvidable (1968), una pantagruélica set-piece improvisada en su mayor parte, misma que se distingue por sus gags visuales y la interpretación de Sellers como un inocuo pero catastrófico actor indio, que se convertiría en una de las grandes comedias del siglo XX.
Queremos tanto a Julie
La otra gran sociedad de Edwards fue con la prodigiosa Julie Andrews, con quien se casó en 1969. Juntos, no sólo crearon una familia sino también una serie de siete filmes , todos de mayor o menor éxito – hacia principios de los 70 los estudios le empezaron a volver la espalda, cosa que luego corregirían, cuando él se volvió independiente, pero no volvió a confiar en el sistema de la industria- como Darling Lili (en la que Julie hacía de una espía que también practicaba el estriptís), La Semilla de Tamarindo, (un sofisticado thriller de la guerra fría donde Julie sale muy bonita en un bikini amarillo), Víctor/Victoria (en la que Julie hace de una mujer que se gana la vida como hombre disfrazado de mujer y obtendría una nominación al Oscar por ello) y S.O.B., considerada por muchos el filme más personal de Edwards, una ácida – y no por ello menos amarga, que conste- comedia negra en la que ambos se parodiaban para desquitarse de la volubilidad de Hollywood, en la que para sorpresa de todo Dios y su vecino, la siempre propia Julie hizo lo impensable: su personaje de la adorable sweetheart de la pantalla, Sally Miles, en público decía palabrotas (“Shit!” y “Fuck!”) en voz bien alta, consumía estupefacientes y enseñaba las bubis al aire, alegremente.
Otras cintas de la época de este “resurgir” son El Hombre que amó a las mujeres (remake de una cinta de Truffaut con Burt Reynolds) y la exitosa 10: La Mujer Perfecta, que le reportó millones de dólares y lanzó a Bo Derek a la fama, con todo y su peinado de trencitas mientras que Dudley Moore era el “ganón” al intentar seducirla.
Hacia finales de los años 80, Edwards comenzó a manifestar los síntomas de una encefalopatía miálgica/síndrome de fatiga crónica, misma que mermaba su energia y por lo mismo, su carrera fue menguando. Su último filme comercial fue Switch, con la fea-pero-muy-sexy Ellen Barkin en 1991 y después, en el teatro dirigió a su Julie en el musical Victor/Victoria en Broadway en 1995. Ese fue su último trabajo y eventualmente se retiró a leer, algo que lo obsesionaba (leía hasta cinco libros en una semana). Como algo insólito en el medio, Edwards siempre se mantuvo cerca de su familia, en su hogar de Santa Monica y ahí falleció de una neumonía a los 88 años.
El legado que deja al morir, no sólo es extenso: es rico en texturas y temas. Filmes que hablaron a generaciones y que arrancaron carcajadas al más puesto, siempre con ingenio, clase y una brutal socarronería.
Adiós, Blake Edwards. Gracias por todo.
Lo sentimos tanto, Julie.
Miguel Cane
Sin lugar a dudas, Blake Edwards fue uno de los nombres clave en la historia del cine moderno y uno de los más notables exponentes de la alta comedia. Cineasta versátil, irreverente, mordaz y temerario, deja al fallecer, el 15 de diciembre, un canon pletórico de cintas realmente icónicas, comparable al de su mentor y amigo Billy Wilder. Como aquél, Edwards – que nació en Tulsa, Oklahoma, el 26 de julio de 1922- se inició como escritor y fue poco a poco aprendiendo y perfeccionando el oficio de director de televisión (fue el responsable de la exitosa serie Peter Gunn) y posteriormente cine, intercalando géneros desde la comedia hasta el melodrama, sin dejar de lado algunos filmes de suspense inquietante.
El gran momento de Edwards, llegó hace medio siglo con la aparición de filmes como la memorable comedia romántica Desayuno con Diamantes – en la que aprovechó al máximo el radiante carisma de Audrey Hepburn convirtiéndola en un símbolo para la eternidad como Holly Golightly, la proverbial prosti con el corazón de oro, creada por Truman Capote- y la estrujante Días de Vino y Rosas, parábola sobre el alcoholismo en la que Jack Lemmon arrastra a su esposa, encarnada por la vulnerable y exquisita Lee Remick, por el tortuoso sendero del vicio, del que sólo uno de los dos volverá más o menos recuperado. Estas dos cintas, siempre con la impecable mancuerna musical de Henry Mancini, sirvieron para establecer a Edwards como un nombre de peso en ese Hollywood que hoy, por desgracia, ya no existe.
A ellas seguirían Chantaje a una Mujer (también con la hermosa Remick), una estremecedora cinta de intriga y terror, que es uno de los últimos exponentes del film-noir clásico y cuenta con un clímax inolvidable en el estadio Candlestick Park de San Francisco, aprovechando las locaciones a más no poder, con un ritmo vertiginoso.
Estilo en Rosa
En 1964, dirigió la que sería tal vez su cinta más célebre (por no decir lucrativa): La Pantera Rosa, misma que dirigió en Europa y lo llevó a hacer mancuerna con el genial e idiosincrático Peter Sellers.
En el filme éste interpretaba al pedante y torpe Inspector Clouseau, de la Sûrete francesa, encargado de recuperar un diamante robado (la pantera rosa del título) y a su paso, dejar un rastro de estropicios mientras que el ladrón de marras “El Fantasma” (el mismísimo David Niven) los cuernos con su esposa (la deliciosa Capucine) le ponía, sin pudor alguno. La película fue un éxito sin precedentes, lanzó a la fama al personaje animado (creación de Friz Freleng) que hoy es figura permanente en la cultura popular, al igual que el inolvidable tema musical de Mancini (que ciertamente usted ha oído, por lo menos una vez en su vida), y dio origen a una larga serie de secuelas (no todas con Sellers, que murió en 1980) y remakes vigentes hasta hoy, aunque ya no relacionadas con el fino estilo de Edwards, que cruzaba la fina línea entre el chiste ingenioso y el slapstick ultraviolento.
Junto con Sellers, además, haría otra película de gran impacto entre los espectadores de su tiempo: La Fiesta Inolvidable (1968), una pantagruélica set-piece improvisada en su mayor parte, misma que se distingue por sus gags visuales y la interpretación de Sellers como un inocuo pero catastrófico actor indio, que se convertiría en una de las grandes comedias del siglo XX.
Queremos tanto a Julie
La otra gran sociedad de Edwards fue con la prodigiosa Julie Andrews, con quien se casó en 1969. Juntos, no sólo crearon una familia sino también una serie de siete filmes , todos de mayor o menor éxito – hacia principios de los 70 los estudios le empezaron a volver la espalda, cosa que luego corregirían, cuando él se volvió independiente, pero no volvió a confiar en el sistema de la industria- como Darling Lili (en la que Julie hacía de una espía que también practicaba el estriptís), La Semilla de Tamarindo, (un sofisticado thriller de la guerra fría donde Julie sale muy bonita en un bikini amarillo), Víctor/Victoria (en la que Julie hace de una mujer que se gana la vida como hombre disfrazado de mujer y obtendría una nominación al Oscar por ello) y S.O.B., considerada por muchos el filme más personal de Edwards, una ácida – y no por ello menos amarga, que conste- comedia negra en la que ambos se parodiaban para desquitarse de la volubilidad de Hollywood, en la que para sorpresa de todo Dios y su vecino, la siempre propia Julie hizo lo impensable: su personaje de la adorable sweetheart de la pantalla, Sally Miles, en público decía palabrotas (“Shit!” y “Fuck!”) en voz bien alta, consumía estupefacientes y enseñaba las bubis al aire, alegremente.
Otras cintas de la época de este “resurgir” son El Hombre que amó a las mujeres (remake de una cinta de Truffaut con Burt Reynolds) y la exitosa 10: La Mujer Perfecta, que le reportó millones de dólares y lanzó a Bo Derek a la fama, con todo y su peinado de trencitas mientras que Dudley Moore era el “ganón” al intentar seducirla.
Hacia finales de los años 80, Edwards comenzó a manifestar los síntomas de una encefalopatía miálgica/síndrome de fatiga crónica, misma que mermaba su energia y por lo mismo, su carrera fue menguando. Su último filme comercial fue Switch, con la fea-pero-muy-sexy Ellen Barkin en 1991 y después, en el teatro dirigió a su Julie en el musical Victor/Victoria en Broadway en 1995. Ese fue su último trabajo y eventualmente se retiró a leer, algo que lo obsesionaba (leía hasta cinco libros en una semana). Como algo insólito en el medio, Edwards siempre se mantuvo cerca de su familia, en su hogar de Santa Monica y ahí falleció de una neumonía a los 88 años.
El legado que deja al morir, no sólo es extenso: es rico en texturas y temas. Filmes que hablaron a generaciones y que arrancaron carcajadas al más puesto, siempre con ingenio, clase y una brutal socarronería.
Adiós, Blake Edwards. Gracias por todo.
Lo sentimos tanto, Julie.