Leyenda viva del cine, la actriz francesa retorna a las pantallas como estrella de Mujeres al poder.
Miguel Cane
La imagen de Catherine Deneuve (nacida Catherine Fabienne Dorléac en París, en 1943) es icónica: ha sido la protagonista de filmes legendarios como Los paraguas de Cherburgo, Repulsión, Belle de Jour, Indochina y El Ansia, e incluso fue seleccionada para encarnar a Marianne, el símbolo nacional de la República, en las fiestas del bicentenario, en 1989. Es una verdadera leyenda, aunque ella misma asegura que “El mito de Catherine Deneuve no existe.” Aún así su presencia impone respeto. Su educada indiferencia, la elegancia de movimientos como agitar la muñeca para encender un cigarrillo (insistió que su encuentro con la prensa fuera en la terraza de un hotel madrileño para poder fumar a su gusto. No pide disculpas por ello. Durante la conferencia de prensa se armó un numerito, porque se le ocurrió encender un cigarrillo en el salón del hotel. Cuando le dijeron que podían multarlos, respondió que la pagaría ella. "Todo esto me parece un exceso", dijo antes de apagar de mala gana su cigarro). Es una diva y lo sabe.
En Potiche, Mujeres al poder, la más reciente comedia de François Ozon, toma esta imagen y le da la vuelta: en la primera escena aparece en ropa deportiva y con un peinado espantoso de los años 70. Si su bienamado Yves Saint Laurent la hubiera visto, habría sufrido un derrame cerebral. Pero es solo un personaje en esta comedia que satiriza las relaciones entre capitalismo, feminismo y lucha de clases, burlándose de las imágenes de sus protagonistas, la Deneuve y Gérard Depardieu.
"Yo no interpreté el papel pensando que también estaba satirizando mi imagen. Lo elegí porque me gustó el guión. Yo no hago cosas que no me gustan. Asi de simple. En todo caso, eso es cosa del director y François es un profesional, sabe exactamente qué quiere plasmar a la larga.".
La película es una adaptación de un clásico del teatro de Barillet y Grédy estrenada en 1977. Cuenta, en clave de farsa, las tribulaciones de un matrimonio burgués, dueño de una fábrica de paraguas, que se enfrenta a una huelga. O cuando la lucha de clases se mezcla con el vodevil sexual: mientras la fábrica arde, el marido se enreda con su secretaria, y ella, hastiada de su rol de mujer trofeo (el potiche/florero del título), se la cobra enredándose con el alcalde comunista del pueblo (Depardieu, con quien ya hiciera pareja hace años en El último metro de Truffaut), todo deriva en una comedia aguda, divertida y no desprovista de cinismo, que asegura, es algo que le gusta.
“Tengo un sentido del humor, claro. Pero es muy poco convencional. No me río con las cosas simples. Me gusta que me arranquen las risas con retruécano, con ingenio, ¿me entiendes? Por eso no he hecho comedias corrientes nunca. No me dan risa y no me imagino haciendo cosas semejantes. Pero Potiche es diferente. Después de todo, el que sea una comedia es lo que le da su encanto. No se trata de un filme social que pueda resultar panfletario o demagógico. Sin embargo dice, y bien claro además, cosas sobre las relaciones entre hombres y mujeres.”
La cinta retiene su periodo histórico. ¿Cree usted que refleja algo en los tiempos actuales?
“Ya lo creo, si. Mira, es una obra de los setenta, pero aunque la situación ha cambiado desde entonces, el machismo y el sexismo siguen siendo habituales en el mundo laboral y no solamente en Francia. Si lees el periódico, verás que sucede en Europa, en América, en todas partes. Hombres ganan más que las mujeres solo porque son mujeres y si ellas obtienen un puesto de mayor importancia, se enfadan y se quejan y dicen “oh, se lo han dado sólo porque tiene tetas.” Sí. Es verdad. Muchos hombres se quejan de eso.
¿Diria que hay más igualdad ahora en algunos aspectos, cuarenta años más tarde?
Pienso que en cierto modo, ahora hay más igualdad, sí, pero no sé si algún día alcanzaremos la igualdad total Te contaré algo. En 1971, participé en una campaña del Movimiento de Liberación Femenina que fue un escándalo, una càuse celébre. 343 mujeres firmamos un manifiesto en la prensa en la que reconocíamos públicamente haber abortado. Eramos muchas. Simone de Beuavoir, Marguerite Duras. Emmanuelle Riva, Anouk Aimée, yo misma. Fue un escándalo, pero logramos algo. Sin embargo, ahora se promueven en varios países, penalizaciones a nuestros derechos, se busca revertir las leyes del aborto, que protegen nuestro derecho a decidir. A veces creo que el reloj va hacia atrás.”
Ha trabajado con una selección de los mejores directores en la historia del cine. ¿Cómo es su relación con ellos cuando trabaja?
“Con Polanski, ambos éramos muy jóvenes. Él era brillante y muy exigente. Me daba instrucciones precisas y yo me puse por completo en sus manos. Repulsión es un gran filme. Lo amo. Jacques Demy me adoraba y yo a él. Yo era casi una niña cuando me llamó a trabajar con él y aprendí muchísimo. Pocos directores te cuidan tanto como él. Buñuel... me vio primero en una fotografía y pensó que estaba bien, que le serviría para Belle de Jour. No sé si fui su primera opción o no, y ahora, tantos años después (se ríe) ya no me importa. Me eligió y me dio este papel y me indicó cómo trabajar con lo que era. Contención, contención. Le gusté, porque después me invitó a venir aquí a filmar Tristana. Él estaba muy contento de volver a rodar en España tras Viridiana. Tenía buen humor, aunque era un hombre de otra época. Nuestra relación fue buena, pero no estrecha. Se relacionaba mejor con Fernando Rey o Rabal, de hombre a hombre. Conmigo era respetuoso. François, por otra parte, es un muchacho encantador. Ya habíamos tenido una experiencia magnífica al hacer 8 mujeres, que es también una adaptación teatral – de una obra que se llama La ronda de las Arpías – y decidió hacerla en clave de musical. Fue como volver con Demy al set de Los paraguas de Cherburgo. Me encantó trabajar con él y le dije que haríamos lo que quisiera. Es un director de actrices estupendo. ¿Has visto lo que ha hecho con Charlotte Rampling, con Jeanne Moreau? Es un genio en ese sentido. Tiene una inmensa sensibilidad. Eso no es común. Raúl Ruiz era igual, increíblemente sensible. Ese es un factor que me hace considerar un trabajo. No hago cosas que no me gusten, ni las hago por dinero.”
Son cincuenta años casi de carrera y sigue trabajando como el primer día...
“Mira, las cosas son así. Voy a cumplir 70 años en 2013. No me gusta sentir cómo pierdo energía, pero un proceso natural. Envejecer no me provoca ningún conflicto grave. No es algo que me obsesione. Afortunadamente, estar rodeada de amigos, de familia, me ha hecho superar las etapas de mi vida sin grandes traumas. Las arrugas no me quitan el sueño, y veo que la fiebre del botox y los facelifts ya está pasando, al fin. Los directores llegan a cansarse de los actores que no pueden mover ni la frente ni las cejas. Pero no sólo los actores recurren a la cirugía estética. Lo hace mucha gente, incluidos los políticos, como Berlusconi. Que es un tipo ridículo a quien la cirugía no le ayudó absolutamente nada.”
Icónica e inconforme, entonces. De una pieza.
“¡Pues claro! (sonríe) Aunque la gente crea que por verme como me veo o vestirme como me visto no lo sea. Eso es algo que finalmente a nadie le importa. Soy anticonvencional. Siempre he sido igual. Por eso acepté ser la imagen de Marianne, es un símbolo de la República, no un mito. No creo personalmente en los mitos. Sé que mucha gente me considera eso, pero si supieran cómo soy en realidad, que hago mi propio mandado y que me desmaquillo antes de dormir y que necesito lentes para la presbicia, se sentirían desencantados. Pero qué puedo hacer. Soy una mujer. Soy humana."