15 ago 2013

La mejor oferta / The best offer, de Giuseppe Tornatore

Claudi Etcheverry.



El Sr. Oldman (un impecable Geoffrey Rush) es un subastador de piezas antiguas y obras de arte que conoce su oficio y destaca: un pícaro elegante e hipnótico que juega sus cartas entre el dinero y hacer un espectáculo de su estilo. Por su prestigio le llega un caso en que hay que tasar todo el contenido de una villa, si bien la pieza que más le sorprenderá de esa casa es precisamente algo que se le resiste a ser inspeccionado: se trata de Claire, la dueña misma del lote a subastar (la relativamente poco convincente Sylvia Hoeks), una joven que evita ser vista y que no quiere salir de su enclaustramiento por lo cual vive recluida en unas dependencias de ese caserón de sus ahora fallecidos padres.



Oldman es un coleccionista fascinado por una colección de retratos que ha conseguido reunir durante años y a los que admira con verdadero embeleso. Un rasgo de los coleccionistas es ser obsesivos, y en ocasiones el deseo perentorio de lograr una pieza más para la colección hace que el coleccionista no mida riesgos ni costes en pos de la siguiente conquista.



En realidad es harto frecuente que sean las colecciones las que tengan atrapados y encerrados a los coleccionistas y no al revés. Llevado por ese espíritu de anhelos imposibles, Oldman cae en la fascinación de querer ver en persona a la joven Claire, con quien se comunica por teléfono o detrás de una puerta. Un giro inesperado al final de la cinta le enfrentará a una realidad que Mister Oldman no esperaba... aunque es posible que muchos de los espectadores sí.

Podemos sospechar que a Tornatore se le ocurrió este script bajo el influjo cruzado a medio camino entre “El código Da Vinci” y “La invención de Hugo”, con un pellizco de “Nueve reinas”. En estas influencias no se permitió pincelar un meollo que a este argumento le hubiese venido como anillo al dedo, y que es la metáfora de Internet: lo que creemos por no ver. O mejor: como por Internet a veces no podemos ver al otro, acabamos por creer en aquello que no hemos podido dejar de crear.



Como casi siempre en sus filmes, el director de “La mejor oferta” se balancea peligrosamente entre un contenido de emociones muy universal mientras confía en unas triquiñuelas de muy buena factura para que el espectador caiga en ellas sin darse cuenta y sin empalagar. Tornatore no pone música de violines para indicar que en un momento que hay que emocionarse, pero es fácil que la butaca se haga demasiado dura cuando llevamos tres cuartos de hora de abalorios, ardides y vidrios de colores que se hacen demasiado evidentes.

Tiene oficio, diseña algunos planos de manera perfecta (la estantería de los guantes del Sr. Oldman; una toma magnífica del protagonista detrás de una verja; la escena de Claire dándose un baño) y lleva bastante controlado el ritmo hasta bien entrada la mitad de la película, pero al final urde una sorpresa para hacer pasar de carril toda la trama: toda la estructura del argumento chirría y al dire se le ve el plumero. Lo chirridos provienen del rastro de señuelos que ha ido dejando a lo largo del argumento y tratar de darles sentido al final en un esfuerzo espurio y obvio. Claire dice a Oldman al principio: “Pase lo que pase al final, que sepas que te he querido”. No era necesario salpicar toda la trama de pruebas indiciarias porque a la postre el espectador no está seguro de si se trata de ingenio... o si es que le toman por tonto. El problema es que la exageración de Giuseppe Tornatore hace que al inicio del desarrollo del guión algunos rasgos sean poco creíbles (como la construcción de las obsesiones de Oldman) y lo que el director trata de mostrar como mentiras verdaderas acaba estrellándose como verdaderas mentiras.



Es una película que resulta brillante por fuera, eso es innegable, pero que con una mirada mínimamente crítica no resulta brillante por dentro. Lo malo de Giuseppe Tornatore es que confía demasiado en los malabares que le dieron tanta gloria en “Cinema Paradiso” y parte de su madurez debería reflejarse en nuevos recursos expresivos y dramáticos como rodear a actores como Geoffrey Rush con otros de la misma escala para que muestren los sentimientos con tensión dramática y no con indicaciones pobres. Aunque esta película lo muestra muchísimo más maduro que en sus cintas anteriores, repite su mismísima ecuación hasta saciar. Es duro superar los fracasos, pero aquí se ve que a veces lo tiene mucho peor quien no consigue reponerse de sus éxitos.

Director: Giuseppe Tornatore; con Geoffrey Rush, Donald Sutherland, Sylvia Hoeks, Dermot Crowley, Jim Sturgess, Liya Kebede.





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