Miguel Cane.
Durante años Colin Andrew Firth (Grayshott, Inglaterra, 1960), fue el actor de soporte británico por excelencia en filmes como Otro país (de 1984 y su debut en cine), la miniserie Orgullo y prejuicio (1995), que lo convirtió en una estrella en el mundo anglosajón, así como la versión definitiva del personaje de Mister Darcy, creado por Jane Austen. Más reconocimiento le llegaría con la serie de películas basadas en El diario de Bridget Jones (2001 y 2005) o Love actually (2003).
No obstante, desde que participó en A single man (2009), debut como director del célebre diseñador Tom Ford, y desde que obtuvo un Oscar por El discurso del rey (2010), las cosas han cambiado y Firth se ha reafirmado como uno de los actores más sólidos y solicitados actualmente.
Con la agenda llena, de entre los tres filmes que estrena este año el primero en llegar es Un pasado imborrable (The Railway Man), filme británico-australiano dirigido por Jonathan Teplitzky, basado en las experiencias reales de Eric Lomax, oficial del ejército británico capturado por los japoneses en Singapur en 1942 y que trabajó en la construcción de la línea entre Birmania y Tailandia. Cuando los guardias descubrieron su detallado mapa del trazado de la vía, Lomax fue acusado de espía. El ejército nipón lo sometió a brutales torturas que dejaron a Lomax severamente traumatizado. Esa es la trama central de la cinta, donde comparte créditos con Nicole Kidman en el papel de Patricia Wallace, la esposa de Eric y su compañera en su viaje de recuperación.
La de los 50 años parece estar resultando su mejor década.
Eso parece, ¿verdad? (risas). Digamos que ahora ya estoy en otro plano. Como todo es cíclico, creo que he llegado a esa edad en la que el trabajo que me ofrecen es mucho más interesante, porque mis personajes han pasado las angustias y tribulaciones de la juventud. Ahora, los hombres que interpreto, como en este caso Eric Lomax, ya tienen un pasado y están encarando su futuro. Encarnar este tipo de personajes tan ricos en matices era algo imposible de lograr en la época cuando yo tenía 20 o 30 años. Simplemente no resultaba creíble en estos roles. Puedo decirte que ahora me siento en el centro de las historias, y es un alivio frente al deterioro físico que experimento, como es natural. No me siento viejo, para nada, pero uno va adquiriendo una edad y hay que abrazarla, digo yo.
La de Eric Lomax es una aventura compleja, pues es una historia de amor y al mismo tiempo es sobre un dolor terrible y cómo dejarlo ir…
Exacto. Durante el rodaje lo vimos desde ambas caras, es la historia de cómo se supera un rencor y un trauma, y además el romance entre dos seres humanos. Se trata de una relación histórica que intentamos tratar con sencillez, pero que aborda temas extremadamente serios y devastadores dado que lo que nos define como seres humanos es lo que hacemos con las emociones y con las situaciones en las que nos encontramos. Esta es la historia de un hombre tratando de conectar por encima de sus limitaciones, superando sus barreras, dejando a un lado lo que podría ser una amargura paralizante. Todos tenemos barreras de uno u otro tipo y la película explora esas limitaciones en nuestras vidas. Ajustar las cuentas con el pasado.
Como éste, mucho de su trabajo es independiente… ¿Ha considerado dar un salto definitivo a Hollywood?
No nos engañemos, la verdad no me lluevan ofertas de ese tipo y si ha llegado alguna ha sido demasiado absurda como para hablar de ello (risas). Como verás, no me paso el día resistiendo la tentación de cobrar 14 millones de dólares por un taquillazo de Hollywood. Habría sucumbido hace años. Al final escojo mis trabajos por la gente con la que quiero trabajar, como en este caso, Nicole, a la que he admirado por años, o por la historia que cuenta… que en este caso es una gran historia, o, simplemente, por alegrarme y variar un poco las cosas, como fue el caso de Mamma Mia! (2008), aparte de que me moría de ganas de trabajar con Meryl Streep, siempre tuve curiosidad por hacer un musical… y ahora ya no tengo que hacerlo de nuevo (risas). Lo que más intento en mi trabajo es ampliar mis miras, así que no le diría que no a una película de acción por improbable que sea. La cosa es que sea interesante.
No es la primera vez que interpretas a un sobreviviente de guerra. ¿Facilita eso las cosas?
Fue una labor física y emocionalmente extenuante. Acababa el día con dolor de cabeza y a veces me quedaba medio paralizado al final de la jornada. Quise que mi angustia no fuera solo una reacción sino que tuviera un fondo, una sustancia. Ya había, en efecto, trabajado a un personaje similar en Un mes en el campo (1987), pero ese personaje era ficticio y no tuvo nada que ver con interpretar a alguien real, como es el caso de Eric Lomax. Es algo delicado, interpretar a alguien real, que además no pudiste conocer pero que fue significativo. Es un poco como el caso de Jorge VI en El discurso del rey. Nunca quise caer en el cliché.
La película tiene elementos emotivos muy impactantes. No debe ser fácil filmar eso.
Cada película requiere un trabajo diferente y hay realizadores que dentro de su brillantez no hacen más que reducir tu colaboración. Otros, como Tom Ford en A single man, crean una atmósfera donde sin mirar el guión ocurre lo mejor. Aquí la preparación fue intensa, pero Jonathan Teplitzky permitió momentos donde puse en práctica mucho de lo que aprendí haciendo teatro. Nicole me brindó un gran apoyo en las escenas juntos y así pude entrar en la mente de Lomax, compartir lo que sufrió y lograr hacer algo positivo de ello.
Hablando de cosas positivas, también existe el Colin Firth filántropo; ¿qué dices de ello?
Creo que hacer buenas acciones cobra más importancia en el acto, que en hablar de ello. No se trata de jactarme de nada. Dejé África de niño y sufro esa añoranza por el continente. No voy mucho, es verdad, pero me gusta darle voz al que trabaja allí, al que no alumbran los reflectores, ni goza de la atención que me dan a mí y no merezco. No soy más que el que llama al médico en un accidente (participa en campañas en favor de las tribus, en contra de las deportaciones al Congo, para Oxfam...). No sé de medicina ni tengo porqué, pero puedo y debo pedir ayuda para quien más lo necesita. No lo hago por mí, lo hago porque es algo que debemos hacer por nuestro prójimo, no importa quién sea. Es por mera humanidad básica. Ayudar al prójimo cuando se puede, es algo elemental. Eric Lomax lo hizo a su manera, y yo trato de ser igual.