Miguel Cane.
Con una carrera brillante y el respeto de sus colegas en una industria difícil, Julianne Moore (Fayetteville, 1961) ha conseguido conjugar su trabajo ante cámaras con su prioridad: ser madre de tiempo completo. No es cosa fácil, pero se las ingenia para conseguirlo. De este modo, selecciona los proyectos en los que se involucra siguiendo un criterio muy claro: la película debe permitirle libertad. Su participación en Mapa a las estrellas entra en esta categoría. El director David Cronenberg había detenido por algunos años el proyecto escrito por Bruce Wagner —una mirada escrutadora y cínica a los monstruos sagrados del Hollywood de hoy—, pero al fin logró sacarlo adelante. Julianne encarna a Havana Segrand, una actriz capaz literalmente de cualquier cosa para recuperar la fama. Su actuación ha causado polémica entre críticos y espectadores, pero obtuvo el prestigiado premio a mejor actriz en el Festival de Cannes.
¿Qué fue lo que la motivó a involucrarse en este proyecto, además de trabajar con Cronenberg?
Siempre admiré las películas de David y quería hacer algo con él; estuvimos en charlas para ver si podía trabajar en Cosmópolis, pero no pude por otros compromisos, entonces me ofreció Mapa a las estrellas y me comprometí a hacerlo con él. Me encantó el guión, en particular el hecho de que sea una historia de este tipo y que sea algo que pudiera ocurrir realmente. Sus personajes trascienden los convencionalismos, con un resultado de tragedia griega moderna, me llamó mucho la atención.
¿Te preocupaba que la película cayese en el morbo fácil?
No, porque conociendo el trabajo previo de David y habiendo discutido juntos el proyecto sabía que no lo iba a tratar de manera sensacionalista. Eso tampoco pasó con Bruce Wagner, el escritor. A ninguno le interesaba nada el morbo, y tenían muy claro que había que tratar el tema con gracia para no caer en lo sórdido. También así lo pensé yo, porque mi intención era crear una interpretación lo más normal y humana posible para mi personaje, evitando juzgar sus actos, aunque sean terribles.
¿Sientes que Havana Segrand es una especie de monstruo?
Es difícil… porque la veo de dos formas, como la actriz que la encarna, y como una persona común y corriente que se entera de los pormenores de su historia. Como actriz, te puedo decir que resultaría muy fácil catalogarla como monstruo e interpretarla como tal. Es cierto que Havana hace cosas monstruosas, pero ella no es un monstruo, sino una mujer con traumas muy graves, perturbada psicológicamente, que abusa del alcohol y las drogas y carga con la pesada loza de un abuso sexual prolongado en su infancia... Esos elementos tan complejos te sirven para crear al personaje y darle vida en la pantalla. Y tiene más matices que un simple personaje perverso.
¿Y a nivel humano, cómo la consideras?
No lo sé… no sé de qué podría servir mi opinión. Es solo la opinión de una persona. Te voy a poner un ejemplo: cuando filmamos Hannibal, a Anthony Hopkins mucha gente le preguntaba cómo veía él a su personaje y si se sentía cómodo en la piel del mismo. Algunos, incluso, tenían problemas para distinguir a Tony del personaje Hannibal Lecter. Y eso era algo que lo desconcertaba. Para él era muy fácil dejar el traje de Hannibal en el ropero, pero para el público no.
Supongo que eso hace una diferencia notable a la hora de hacer el personaje.
Eso es cierto. No quise juzgar a Havana, al menos mientras estábamos preparando el rodaje. Lo que más me llama la atención de ella es su dualidad. Por un lado es una mujer hermosa, divertida, que encanta a todo mundo, una estrella de cine de pura cepa, pero que a la vez tiene un carácter difícil, retorcido, desequilibrado. El desafío para mí radicaba en interpretar a una mujer tan dinámica por un lado y tan destructiva por otro, y que el espectador asimilase todo ello con interés. Después, cuando ya habíamos terminado de filmar, cuando estaba “desintoxicándome”, por así decirlo, quitándome los aspectos de la recreación de Havana, pude verla de otra manera. Es un alma tan perdida, terriblemente adolescente en el mejor de los casos. Su deseo de que la vean y la reconozcan y la validen, toda esa externalización de su necesidad interior es en cierto modo desgarradora.
Tu personaje y tú son actrices. ¿Cómo fue para ti asimilar a alguien tan opuesta a ti?
Tuve que hacer una división: dónde está Julianne y hasta dónde está Havana. Como actor no puedes etiquetar a las personas con base en un aspecto de tu vida, porque en ese caso te limitas tú y limitas a tu personaje. Cada uno es distinto, igual que nosotros somos diferentes. En este caso, Havana y yo somos completamente distintas, venimos de lugares muy diferentes, aunque tengamos en común la profesión. El contraste es muy grande; ella vive en un mundo de privilegio total, de completa irrealidad, todo obedece a su propia lógica personal, retorcida y turbia, pero es su lógica. Y al interpretarla, tenía que ser mi lógica, al menos hasta que David gritaba ¡corte!... no sé si soy una buena actriz, pero me gusta pensar que lo soy. Puedo decirte que estoy segura de que Havana piensa lo mismo de sí misma, aun si, a todos los demás —aun a mí, que la interpreté— nos parece que sus actos son reprobables, con un profundo patetismo.
¿Cuál es el método que sigues para interpretar personajes tan complejos, cómo es que los consigues en un mundo tan competitivo y difícil?
Luchando. En serio. Lo importante es no dejar de buscarlos. Porque a mí, como a todo el mundo, me sigue resultando complicado encontrar papeles interesantes, sobre todo a mi edad… curiosamente, eso sí lo tengo en común con Havana. No hay muchos papeles para mujeres de 50 o de 60 o más, que tengan sustancia. Esto es un negocio, y a quienes lo manejan no les preocupa lo más mínimo ofrecer papeles con interés; lo único que quieren es que las películas que financian den dinero. Por eso no me extraña que de cuando en cuando recurran a hologramas en vez de a actores (risas). Es difícil. Y no me gusta la idea de ir a la yugular de alguien por un papel. Por suerte, no me obsesiona mi carrera. Es sólida y me hace sentir orgullosa, pero para mí es más importante mi familia. Tenerla me hace sentir profundamente afortunada.
¿Preferirías no actuar antes de aceptar papeles superficiales?
En un mundo ideal, podría decirte que no hay papeles superficiales, sino que las circunstancias de determinadas películas son las que hacen que lo sean. Pero este no es un mundo ideal y como dije, esta es una industria. Un negocio. Me ha pasado muchas veces que veo un papel y digo, “¡Yo no puedo hacer eso!”, no soy de las que cree que pude hacerlo todo. No puedo. Pero si tengo una conexión y respondo a algo, tiendo a estar consciente de lo que soy capaz. Por eso también hago cintas más comerciales. Porque por cada película así que haga, puedo hacer dos o tres proyectos independientes como éste, que me pareció interesante y quise hacerlo. Obviamente, busco nuevos retos, personajes desafiantes e historias que pienso que merece la pena que se cuenten. En ocasiones las intenciones no corresponden con los resultados, pero la vida es así.
¿Podrías decir que tu profesión es el reto en sí?
Podrías ponerlo en esa perspectiva, sí. No creo que exista un solo actor en el mundo que haya elegido este trabajo que no lo piense. Pero todo, los rodajes, las locaciones, los imprevistos, los proyectos que se caen y no se filman, los proyectos que fracasan, ya sea con crítica o público, o peor aún, ambos (ríe); el estar ausente por un cierto tiempo de mi hogar, el tener que estar por teléfono con mis hijos cuando preferiría estar jugando con ellos, extrañar a mi marido, despertarme en habitaciones desconocidas, encarar a la prensa, hacer alfombras rojas… todas esas cosas son aspectos que tienen que ver con el negocio en torno a lo que hacemos, y hay que aceptarlos porque van implícitos con el trabajo. A mí me gusta estar en el set, levantarme todos los días para ir rodar y trabajar con un montón de gente para hacer una película. Esa es la parte divertida. La otra es la que ya te digo. Pero supongo que es el precio que pago por trabajar en lo que me gusta.