Como un ángel
Miguel Cane
Autor de algunas de las cintas más polémicas e inquietantes de la década, como la memorable Bajo la arena (que resucitó la carrera de la divina Charlotte Rampling), el espectacular musical 8 Mujeres o la formidable 5x1, François Ozon es ecléctico e imprevisible y virtualmente inclasificable (Swimming Pool, Tiempo de Vivir) , como sucede con su más reciente filme, Ricky – que ostenta el estúpido título en español Sólo los niños van al cielo- , que maneja con gracia los elementos de una comedia romántica, un melodrama europeo y lo mejor del surrealismo buñueliano, con humor y desconcertantes dosis de ternura.
Katie (Alexandra Lamy) trabaja en una fábrica de productos químicos. Vive con su hija Lisa (Mèlusine Meyade) en un departamento humilde y pasa alguna estrechéz económica. Cierto día, en el trabajo, conoce a Paco (Sergi López, brillante), y poco a poco van enamorándose. Finalmente establecen una relación que pronto se vuelve estable. Tanto, que Katie se queda embarazada y tiene a un niño literalmente angelical al que llaman Ricky, que al cabo de poco tiempo termina desarrollando unas alas, con plumas y todo, que le salen de la espalda.
Así expuesta, la cinta funciona en varios planos. Con un argumento de este tipo uno podría pensar que estamos ante el enésimo cuento fantástico (divierte pensar qué habría hecho Hollywood con semejante historia), pero nada más lejos del resultado final, y ahí precisamente es donde está la gracia. La película se enmarca dentro de unos límites de realismo, y de hecho durante la primera mitad, es justo lo que parece: una historia sobre la clase obrera, con un estilo, seco, frío y realista. A pesar de esto, en ningún momento Ozon cede a la tentación del dramatismo facilón y la ofensiva condescendencia hacia el pobre. Mantiene un plano de serenidad objetiva y expositiva hasta que la llegada de Paco y la formación de la "familia" cambia el tono, y la cinta coquetea con un aire fantástico, de manera natural, sin apartarse de su estética realista.
Al principio, madre y hermana se sorprenden, pero en seguida aprenden a aceptar la anomalía de Ricky, de modo tan rápido como increíble, metáfora del amor materno (como al cierre de El Bebé de Rosemary, en la que la joven madre arrulla a su hijo infernal) y la aceptación de lo "distinto" en un entorno cotidiano y se propone hacernos creer al mismo tiempo lo mágico y lo realista. Y lo consigue.
Pasando con facilidad del drama a la comedia y con un tono en varios momentos algo perturbador, se presencia el crecimiento de los apéndices del bebé y cómo va aprendiendo a volar por sí solo, y paralelamente cómo madre e hija deben adaptarse a la novedad, mientras que Paco trata de acercarse de nuevo a los suyos. Para algunos, esta mezcla de tonos y estilos podría parecer indefinición, pero lo cierto es que está todo muy bien cohesionado y el resultado es sorprendentemente coherente, lo cuál transmite aún más una sensación extraña y mágica: es curioso pensar cómo nos "impermeabilizamos" de la belleza de lo fantástico con productos tan excesivos y azucarados como la anodina Desde mi cielo, del sobrevaloradísimo Peter Jackson, que de puro empacho y pose termina por ofender al público, mientras que Ozon en cambio, sabe administrar sabiamente su toque mágico y al final resulta infinitamente más emotivo, enternecedor y sorprendente, sin moraleja, ni mensaje alguno, metido con calzador; una historia encantadora contada sólo por el deseo de narrar un cuento memorable.
Ricky
Con Sergi López, Alexandra Lamy, Mélusine Mayance, Arthur Peyret, André Wilms, Jean-Claude Bolle-Reddat y Maryline Even.
Dirige: François Ozon
Francia, Italia 2009