2 abr 2014

Ida, de Pawel Pawlikowski. Por Claudi Etcheverry.

Imprescindible ir si quiere seguir creyendo que todavía hay un tipo de cine que no ha muerto.

Claudi Etcheverry.



Hacía tiempo que no iba al cine. Varios tropiezos personales me alejaron del biógrafo el último tiempo y entré a la sesión temiendo salir escaldado. Con esta cinta, mi reconciliación con el Séptimo Arte ha sido un clamor henchido de arrepentimiento por haberme olvidado de todo lo que es capaz de brindarnos por unas pocas monedas cuando es tan bueno. Al acabar, lamenté tener que levantarme y salir.



Ida es una joven novicia que ha sido criada en un convento al que llegó siendo una huérfana. Ante la inminencia de hacer los votos definitivos de sumisión, obediencia y castidad, la Superiora de la orden le sugiere que busque a una tía suya que vive en un pueblo lejos de la ciudad antes de ordenarse definitivamente. Allí se encamina Ida a buscar a la hermana de su madre con la duda de por qué no reclamó nunca por ella. Como una premonición, la Superiora le dice que se tome todo el tiempo que necesite.



El encuentro de Ida y su tía es un viaje de iniciación para ambas, por diferentes motivos. Para no quitarle interés a la cinta, apuntemos solamente y como síntesis que ambas viajan en dirección a la otra. Con estupor y en compañía de su tía Wanda, Ida descubre una historia que le había sido negada y sin la cual su decisión no dirimía entre ninguna disyuntiva sino que era un deslizarse en una dirección cualquiera y sin argumentos de contraste. Otra vez se verifica que todos tenemos derecho a los recuerdos, y que sin historia no hay identidad.



En este punto, la película se enlaza muy claramente con “Everything is illuminated”, de Liev Schreiber, donde un Elijah Wood cose una figura que del mismo modo se adentra a tientas en su pasado. Igual que en “Ida”, allí son varios los que también descubren mucho bajo una fina capa de tierra, pero la película de Schreiber difiere básicamente por su factura americana, con tomas y planos típicos de esa gran industria. “Ida” es una cinta primigenia, esencial, y su único refuerzo semántico es una selección musical exquisita pero que no está de relleno: apunta siempre al significado que tienen las melodías para la persona que está en la escena. La música de “Ida” no cede a ninguna convención ni nos indica grotescamente que tenemos que llorar si se oyen violines, o que viene sexo si descuella un saxo. Este gran cine prescinde de esos signos.



La película tiene detalles cautivadores. A pesar de haber hecho gran parte de la profesión en Reino Unido, el Director es plenamente polaco, dueño de aquel tipo de cine en que las imágenes son infinitamente más protagónicas que los actores que están en ellas. Los planos largos y serenos sorprenden, porque los protagonistas casi nunca están en el centro de la imagen. O están por encima del plano visual y la cámara se enrasa con el suelo; o apenas aparecen las cabezas y un enorme campo visual pesa sobre ellos. Ahí la atmósfera pesa verdaderamente sobre las vidas de unos seres que se debaten entre la espiritualidad, lo medroso y lo mísero de una Polonia ruda por doquier.



Pawlikowski no duda en mostrar escenas llenas de simbolismo, pero no lo hace en clave intelectual sino como una mirada secreta. No es un guiño para los cenáculos sino un gesto desesperado para compartir una realidad que conoce cotidiana pero entiende atroz.

La joven Ida hace un camino completo, como su nombre (de ida) y también de vuelta. Repasa y discute el principio de sus futuros votos, plantándose veraz ante la sumisión, la obediencia y la castidad. La película nos enseña que todos decidimos en algún momento de nuestra vida ser un determinado personaje, fruto a la vez de elecciones y de supresiones. De entre todos nuestros modelos y fantasmas elegimos unos y rechazamos otros para inaugurarmos así un día optando por quienes queremos ser en adelante. Lo extraordinario de Ida es que la joven decide optar por ser su personaje solamente después de haber hollado minuciosa, profunda y valientemente toda su persona.

Director: Pawel Pawlikowski; con Agata Kulesza, Agata Trzebuchowska, Adam Szyszkowski. POLONIA, 2014.




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