En los últimos diez años el panorama cinematográfico ofreció de todo; bueno, malo, mediocre y hasta horrendo. Aquí presentamos una lista – muy personal- de algunos filmes representativos de este primer periplo del nuevo Milenio.
Miguel Cane
La primera década del siglo llega a su fin y en materia de cine, sirvió no sólo para confirmar la presencia de directores que se manifestaron en la década anterior -- David Fincher, Tarantino, del Toro, Cuarón, Soderbergh, Lisa Cholodenko o Ang Lee-; también fue marco de referencia para lanzar figuras que han consolidado su carrera – Sofia Coppola, Michel Gondry, Spike Jonze, González Iñárritu, Jonathan Glazer o Chan-Wook Park- y en ella se estrenaron algunas de las cintas más interesantes de algunos grandes maestros contemporáneos – Woody Allen, David Lynch, Almodóvar, Scorsese, Cronenberg o Clint Eastwood-. Sin embargo, ya se sabe que no todo el cine es Hollywood, y en el resto del mundo se hizo cine extraordinario. A manera de colofón para este año, presentamos en este espacio una mirada a diez de las cintas más aclamadas de la década, que al personal criterio de su servidor, representan el mejor trabajo de algunos cineastas y actores en este periodo en la cultura cinematográfica contemporánea.
1. Dogville (Dinamarca-Suecia-Francia-Noruega-Finlandia-Japón-EU-GB, 2003) de Lars von Trier.
El legado teatral de Bertolt Brecht está vivo y bien, corrosivo y brutal en este filme completamente sui-generis de von Trier, agente provocador por excelencia del cine europeo (¿usted aguantó Anticristo hasta el final?). La total ausencia de escenografía sirve para resaltar el notable trabajo de un elenco encabezado por una valerosa Nicole Kidman que, en este filme, se convierte en una Ingrid Bergman para su generación. Cinta que, para bien o para mal, todo espectador encuentra inolvidable.
2. Mulholland Drive: Sueños, Misterios y Secretos (Mulholland Dr. EU-Francia, 2001) de David Lynch.
El creador de Twin Peaks, toma aquí algunos de los elementos temáticos que lo obsesionan – mujeres en problemas, seres siniestros, amoralidad, Hollywood-, para confeccionar la Soap Opera convertida en prodigiosa pesadilla del mito virginal. Esta joya esperpéntica y arrebatadora no sólo es la obra maestra de Lynch, también es el filme que (literalmente) nos descubrió a la formidable Naomi Watts.
3. Los Excéntricos Tenenbaum (The Royal Tenenbaums, EU, 2001) de Wes Anderson.
Este cuento de hadas fracturado para niños heridos en busca de redención, es una de las mejores obras de Anderson y su elenco: nunca estuvieron mejor Ben Stiller, Gwyneth Paltrow y Luke Wilson, como tres hermanos brillantes pero emocionalmente lisiados por un padre ególatra pero muy humano (el increíble Gene Hackman); admítalo: usted también siempre quiso ser un Tenenbaum.
4. Bajo la arena (Sous le Sable Francia, 2000) de Francois Ozon.
La inenarrable diva Charlotte Rampling se entrega como nadie en un tour-de-force actoral como el rostro más humano de nuestro peor terror: al abandono. Ozon se revela como el maestro de la alienación femenina con ésta, su segunda cinta, en la que una esposa se rehúsa a aceptar que la desaparición sin rastro alguno de su marido, represente el fin de su relación. Uno de los más impactantes filmes surgidos del Festival de Cannes.
5. Reencarnación (Birth, EU-GB, 2004) de Jonathan Glazer.
Si Stanley Kubrick hubiera entendido la mística femenina, habría hecho un filme acaso parecido a éste. En el palaciego ambiente de una rica familia neoyorquina, la abrupta revelación de un niño hecha a una joven viuda, da pie a una trama inquietante, exquisitamente realizada. Quizá el momento más memorable de esta cinta sea el plano sostenido por casi tres minutos del rostro de Nicole Kidman, en el que se da un tropel de emociones sucesivas, mismo que pasa a la posteridad como un testimonio a su talento.
6. Promesas peligrosas (Eastern Promises, EU-Canadá-GB, 2007) de David Cronenberg.
Tras varios años de explorar de modo subversivo los aspectos más repelentes de la naturaleza humana, el virtuoso cineasta canadiense nos muestra una mirada desalmada, brutal y genuina al mundo del crimen organizado ruso en la capital británica, todo relacionado con el nacimiento de una inocente: Naomi Watts y Viggo Mortensen interpretan a la madonna y el mafioso, de un modo magistral, mientras que Cronenberg no se aparta de la violencia que lo entusiasma, pero le da una sensación mucho más auténtica.
7. Hace mucho que te quiero (Il y a longtemps que je t'aime, Francia-Alemania, 2008) de Philippe Claudel.
Dos hermanas, que son prácticamente extrañas, se reencuentran después de una separación forzada. Los motivos de ésta, se irán revelando para mostrar las complejas y trágicas entretelas de una relación familiar difícil, pero de verdaderos lazos afectivos. Radiante y a la vez sosegada, la británica Kristin Scott-Thomas parte el alma del espectador en una abrumadora interpretación, quizá la más conmovedora de su prolífica carrera.
8. Caché: el observador oculto (Caché, Francia-Alemania-Austria-Italia-EU, 2005) de Michael Haneke.
El otro gran provocador europeo presenta una fabulita de angustia moderna y paranoia burguesa; carismáticos y elegantes, Juliette Binoche y Daniel Auteuil son la pareja aparentemente bien avenida que se descubre indefensa ante la calculada e implacable presencia del mal, que todo lo infecta y corrompe. Una cinta cuyo perturbador efecto hace eco aún días después de verla.
9. 2046 ( Alemania-Francia-China-Hong Kong, 2004), de Kar-wai Wong.
Un cúmulo de misteriosas y hermosas mujeres rodean a un escritor (Tony Leung) para que las disfrute, las haga sentir especiales y las deseche por un miedo intrínseco a perder el amor que no ha conseguido recuperar. Cinta preciosista, onírica en su estado más puro, que muestra al desamor en ese mismo estado, completamente fiel a la imagen para establecer una atmósfera única.
10. Perdidos en Tokio (Lost in Translation, EU-Japón, 2002), de Sofia Coppola.
Encuentros y desencuentros de hotel: La jovencita recién casada y sacada de onda se hace amiga del actor agotado a quien el shock del futuro le dio; las vidas de ambos no volverán a ser iguales. Bill Murray y Scarlett Johansson redefinen sus carreras mientras que Miss Coppola se establece como una directora de verdad y no sólo hija de papi. Si agregamos el soundtrack de superluxe, tenemos una de las películas más importantes y emotivos de una década que se abre hacia nuevos panoramas.
29 dic 2010
Las Mejores de 2010
La Pantalla del 2010
Miguel Cane
Al llegar al cierre del año (y coincidentalmente, de la década) pareciera inescapable la profusión de listas que buscan encapsular “lo mejor” -- uno de los términos más subjetivos por excelencia- de la cartelera internacional en estos últimos doce meses. A petición de lectores de este espacio, quien esto escribe presenta una lista personal con algunas cintas que llamaron mi atención (por distintas razones) en 2010. Aparecen sin ningún orden en particular y, lamentablemente, la mayoría no tiene aún fecha oficial de estreno en México.
Io sono Amore/Yo soy el amor
(Italia/Reino Unido/Alemania/Francia 2009)
Luca Guadagnino hace mancuerna con una deslumbrante Tilda Swinton, mostrando una elegante mirada a la brutal irrupción de la pasión en la estéril vida cotidiana de una aristocrática ama de casa de Milán, transformando su existencia y la de su extensa familia. Filme de exquisita belleza, cuya sustancia trasciende incluso a la forma, es una de las más destacadas cintas europeas del año.
The Kids are Alright/Los chicos están bien
(Estados Unidos, 2010)
Radiografía a una familia postmoderna, en este caso, dos adolescentes criados por una pareja lesbiana (extraordinarias Annette Bening y Julianne Moore) deciden buscar a su padre biológico, que resulta ser un eterno adolescente (Mark Ruffalo). La inclusión de este personaje, afecta de modo insospechado la dinámica familiar, sin embargo, no hay melodrama sino una inteligente y mordaz comedia concebida y ejecutada con astucia por Lisa Cholodenko.
Somewhere
(Estados Unidos, 2010)
Sofia Coppola regresa, tras haber concluido su trilogía sobre los “Sueños de jovencita”, para explorar la relación entre un padre célebre (Steven Dorff) y la hija prepúber (Elle Fanning) que prácticamente no conoce. El célebre Hotel Chateau-Marmont de Hollywood se convierte en un personaje más, de este filme sosegado y sensible (mas no sensiblero) realizado en la vena de su magistral Perdidos en Tokio.
Animal Kingdom
(Australia, 2010)
Josh Cody, un adolescente de Melbourne encuentra inescapables los lazos con su familia de criminales, aún pese a los esfuerzos de su madre – que tiene bastante cola que le pisen- por salvarlo. Como una abuela monstruosa, amoral y formidable, Jacki Weaver da la interpretación que define su carrera, mientras que como cineasta/escritor, David Michôd nos muestra el rostro humano de las bestias, en una tragedia modernista, vertiginosa y plena de sorpresas que sí funcionan.
Black Swan/Cisne Negro
(Estados Unidos, 2010)
Tomando elementos de filmes como Persona (Bergman, '66), El bebé de Rosemary (Polanski, '68) y La marca de la pantera (Schrader, '82), Darren Aronofsky narra el siniestro descenso a los infiernos de Nina, bonita bailarina (Natalie Portman), cuya obsesión por la danza podría convertirla en un monstruo. Femenina, despiadada, abrumadora, esta es la película más extravagante y visualmente perturbadora del creador de Réquiem por un sueño.
The King's Speech/El Discurso del Rey
(Reino Unido/Australia, 2010)
Colin Firth está literalmente soberbio en su interpretación de Jorge VI, rey de Inglaterra contra su voluntad, que requirió la ayuda de un logopeda para superar su tartamudeo y timidez. Tom Hooper toma una trama histórica que en otras manos podría ser pedestre, para crear una atmósfera humana y optimista, con personajes reales que apelan a la emoción, con un espléndido elenco.
Copie Conforme/Copia fiel
(Francia/Italia/Irán, 2010)
Juliette Binoche se reúne con Abbas Kiarostami, para mostrar con exquisita ternura la historia de una mujer irresistible que trastorna la ordenada (y aburrida) existencia de un novelista británico que viaja por la Toscana para promover su libro y se encuentra con que nada es lo que parece. Entusiasta, vigorizante, seductora, esta genial cinta del cineasta iraní rompe el molde de la comedia romántica para desvelar los entresijos del amor y sus despropósitos.
Miguel Cane
Al llegar al cierre del año (y coincidentalmente, de la década) pareciera inescapable la profusión de listas que buscan encapsular “lo mejor” -- uno de los términos más subjetivos por excelencia- de la cartelera internacional en estos últimos doce meses. A petición de lectores de este espacio, quien esto escribe presenta una lista personal con algunas cintas que llamaron mi atención (por distintas razones) en 2010. Aparecen sin ningún orden en particular y, lamentablemente, la mayoría no tiene aún fecha oficial de estreno en México.
Io sono Amore/Yo soy el amor
(Italia/Reino Unido/Alemania/Francia 2009)
Luca Guadagnino hace mancuerna con una deslumbrante Tilda Swinton, mostrando una elegante mirada a la brutal irrupción de la pasión en la estéril vida cotidiana de una aristocrática ama de casa de Milán, transformando su existencia y la de su extensa familia. Filme de exquisita belleza, cuya sustancia trasciende incluso a la forma, es una de las más destacadas cintas europeas del año.
The Kids are Alright/Los chicos están bien
(Estados Unidos, 2010)
Radiografía a una familia postmoderna, en este caso, dos adolescentes criados por una pareja lesbiana (extraordinarias Annette Bening y Julianne Moore) deciden buscar a su padre biológico, que resulta ser un eterno adolescente (Mark Ruffalo). La inclusión de este personaje, afecta de modo insospechado la dinámica familiar, sin embargo, no hay melodrama sino una inteligente y mordaz comedia concebida y ejecutada con astucia por Lisa Cholodenko.
Somewhere
(Estados Unidos, 2010)
Sofia Coppola regresa, tras haber concluido su trilogía sobre los “Sueños de jovencita”, para explorar la relación entre un padre célebre (Steven Dorff) y la hija prepúber (Elle Fanning) que prácticamente no conoce. El célebre Hotel Chateau-Marmont de Hollywood se convierte en un personaje más, de este filme sosegado y sensible (mas no sensiblero) realizado en la vena de su magistral Perdidos en Tokio.
Animal Kingdom
(Australia, 2010)
Josh Cody, un adolescente de Melbourne encuentra inescapables los lazos con su familia de criminales, aún pese a los esfuerzos de su madre – que tiene bastante cola que le pisen- por salvarlo. Como una abuela monstruosa, amoral y formidable, Jacki Weaver da la interpretación que define su carrera, mientras que como cineasta/escritor, David Michôd nos muestra el rostro humano de las bestias, en una tragedia modernista, vertiginosa y plena de sorpresas que sí funcionan.
Black Swan/Cisne Negro
(Estados Unidos, 2010)
Tomando elementos de filmes como Persona (Bergman, '66), El bebé de Rosemary (Polanski, '68) y La marca de la pantera (Schrader, '82), Darren Aronofsky narra el siniestro descenso a los infiernos de Nina, bonita bailarina (Natalie Portman), cuya obsesión por la danza podría convertirla en un monstruo. Femenina, despiadada, abrumadora, esta es la película más extravagante y visualmente perturbadora del creador de Réquiem por un sueño.
The King's Speech/El Discurso del Rey
(Reino Unido/Australia, 2010)
Colin Firth está literalmente soberbio en su interpretación de Jorge VI, rey de Inglaterra contra su voluntad, que requirió la ayuda de un logopeda para superar su tartamudeo y timidez. Tom Hooper toma una trama histórica que en otras manos podría ser pedestre, para crear una atmósfera humana y optimista, con personajes reales que apelan a la emoción, con un espléndido elenco.
Copie Conforme/Copia fiel
(Francia/Italia/Irán, 2010)
Juliette Binoche se reúne con Abbas Kiarostami, para mostrar con exquisita ternura la historia de una mujer irresistible que trastorna la ordenada (y aburrida) existencia de un novelista británico que viaja por la Toscana para promover su libro y se encuentra con que nada es lo que parece. Entusiasta, vigorizante, seductora, esta genial cinta del cineasta iraní rompe el molde de la comedia romántica para desvelar los entresijos del amor y sus despropósitos.
23 dic 2010
Adiós, Blake Edwards
El legendario cineasta creador de Desayuno con Diamantes, Días de Vino y Rosas, La Pantera Rosa y La Fiesta Inolvidable, falleció en Hollywood a los 88 años de edad.
Miguel Cane
Sin lugar a dudas, Blake Edwards fue uno de los nombres clave en la historia del cine moderno y uno de los más notables exponentes de la alta comedia. Cineasta versátil, irreverente, mordaz y temerario, deja al fallecer, el 15 de diciembre, un canon pletórico de cintas realmente icónicas, comparable al de su mentor y amigo Billy Wilder. Como aquél, Edwards – que nació en Tulsa, Oklahoma, el 26 de julio de 1922- se inició como escritor y fue poco a poco aprendiendo y perfeccionando el oficio de director de televisión (fue el responsable de la exitosa serie Peter Gunn) y posteriormente cine, intercalando géneros desde la comedia hasta el melodrama, sin dejar de lado algunos filmes de suspense inquietante.
El gran momento de Edwards, llegó hace medio siglo con la aparición de filmes como la memorable comedia romántica Desayuno con Diamantes – en la que aprovechó al máximo el radiante carisma de Audrey Hepburn convirtiéndola en un símbolo para la eternidad como Holly Golightly, la proverbial prosti con el corazón de oro, creada por Truman Capote- y la estrujante Días de Vino y Rosas, parábola sobre el alcoholismo en la que Jack Lemmon arrastra a su esposa, encarnada por la vulnerable y exquisita Lee Remick, por el tortuoso sendero del vicio, del que sólo uno de los dos volverá más o menos recuperado. Estas dos cintas, siempre con la impecable mancuerna musical de Henry Mancini, sirvieron para establecer a Edwards como un nombre de peso en ese Hollywood que hoy, por desgracia, ya no existe.
A ellas seguirían Chantaje a una Mujer (también con la hermosa Remick), una estremecedora cinta de intriga y terror, que es uno de los últimos exponentes del film-noir clásico y cuenta con un clímax inolvidable en el estadio Candlestick Park de San Francisco, aprovechando las locaciones a más no poder, con un ritmo vertiginoso.
Estilo en Rosa
En 1964, dirigió la que sería tal vez su cinta más célebre (por no decir lucrativa): La Pantera Rosa, misma que dirigió en Europa y lo llevó a hacer mancuerna con el genial e idiosincrático Peter Sellers.
En el filme éste interpretaba al pedante y torpe Inspector Clouseau, de la Sûrete francesa, encargado de recuperar un diamante robado (la pantera rosa del título) y a su paso, dejar un rastro de estropicios mientras que el ladrón de marras “El Fantasma” (el mismísimo David Niven) los cuernos con su esposa (la deliciosa Capucine) le ponía, sin pudor alguno. La película fue un éxito sin precedentes, lanzó a la fama al personaje animado (creación de Friz Freleng) que hoy es figura permanente en la cultura popular, al igual que el inolvidable tema musical de Mancini (que ciertamente usted ha oído, por lo menos una vez en su vida), y dio origen a una larga serie de secuelas (no todas con Sellers, que murió en 1980) y remakes vigentes hasta hoy, aunque ya no relacionadas con el fino estilo de Edwards, que cruzaba la fina línea entre el chiste ingenioso y el slapstick ultraviolento.
Junto con Sellers, además, haría otra película de gran impacto entre los espectadores de su tiempo: La Fiesta Inolvidable (1968), una pantagruélica set-piece improvisada en su mayor parte, misma que se distingue por sus gags visuales y la interpretación de Sellers como un inocuo pero catastrófico actor indio, que se convertiría en una de las grandes comedias del siglo XX.
Queremos tanto a Julie
La otra gran sociedad de Edwards fue con la prodigiosa Julie Andrews, con quien se casó en 1969. Juntos, no sólo crearon una familia sino también una serie de siete filmes , todos de mayor o menor éxito – hacia principios de los 70 los estudios le empezaron a volver la espalda, cosa que luego corregirían, cuando él se volvió independiente, pero no volvió a confiar en el sistema de la industria- como Darling Lili (en la que Julie hacía de una espía que también practicaba el estriptís), La Semilla de Tamarindo, (un sofisticado thriller de la guerra fría donde Julie sale muy bonita en un bikini amarillo), Víctor/Victoria (en la que Julie hace de una mujer que se gana la vida como hombre disfrazado de mujer y obtendría una nominación al Oscar por ello) y S.O.B., considerada por muchos el filme más personal de Edwards, una ácida – y no por ello menos amarga, que conste- comedia negra en la que ambos se parodiaban para desquitarse de la volubilidad de Hollywood, en la que para sorpresa de todo Dios y su vecino, la siempre propia Julie hizo lo impensable: su personaje de la adorable sweetheart de la pantalla, Sally Miles, en público decía palabrotas (“Shit!” y “Fuck!”) en voz bien alta, consumía estupefacientes y enseñaba las bubis al aire, alegremente.
Otras cintas de la época de este “resurgir” son El Hombre que amó a las mujeres (remake de una cinta de Truffaut con Burt Reynolds) y la exitosa 10: La Mujer Perfecta, que le reportó millones de dólares y lanzó a Bo Derek a la fama, con todo y su peinado de trencitas mientras que Dudley Moore era el “ganón” al intentar seducirla.
Hacia finales de los años 80, Edwards comenzó a manifestar los síntomas de una encefalopatía miálgica/síndrome de fatiga crónica, misma que mermaba su energia y por lo mismo, su carrera fue menguando. Su último filme comercial fue Switch, con la fea-pero-muy-sexy Ellen Barkin en 1991 y después, en el teatro dirigió a su Julie en el musical Victor/Victoria en Broadway en 1995. Ese fue su último trabajo y eventualmente se retiró a leer, algo que lo obsesionaba (leía hasta cinco libros en una semana). Como algo insólito en el medio, Edwards siempre se mantuvo cerca de su familia, en su hogar de Santa Monica y ahí falleció de una neumonía a los 88 años.
El legado que deja al morir, no sólo es extenso: es rico en texturas y temas. Filmes que hablaron a generaciones y que arrancaron carcajadas al más puesto, siempre con ingenio, clase y una brutal socarronería.
Adiós, Blake Edwards. Gracias por todo.
Lo sentimos tanto, Julie.
Miguel Cane
Sin lugar a dudas, Blake Edwards fue uno de los nombres clave en la historia del cine moderno y uno de los más notables exponentes de la alta comedia. Cineasta versátil, irreverente, mordaz y temerario, deja al fallecer, el 15 de diciembre, un canon pletórico de cintas realmente icónicas, comparable al de su mentor y amigo Billy Wilder. Como aquél, Edwards – que nació en Tulsa, Oklahoma, el 26 de julio de 1922- se inició como escritor y fue poco a poco aprendiendo y perfeccionando el oficio de director de televisión (fue el responsable de la exitosa serie Peter Gunn) y posteriormente cine, intercalando géneros desde la comedia hasta el melodrama, sin dejar de lado algunos filmes de suspense inquietante.
El gran momento de Edwards, llegó hace medio siglo con la aparición de filmes como la memorable comedia romántica Desayuno con Diamantes – en la que aprovechó al máximo el radiante carisma de Audrey Hepburn convirtiéndola en un símbolo para la eternidad como Holly Golightly, la proverbial prosti con el corazón de oro, creada por Truman Capote- y la estrujante Días de Vino y Rosas, parábola sobre el alcoholismo en la que Jack Lemmon arrastra a su esposa, encarnada por la vulnerable y exquisita Lee Remick, por el tortuoso sendero del vicio, del que sólo uno de los dos volverá más o menos recuperado. Estas dos cintas, siempre con la impecable mancuerna musical de Henry Mancini, sirvieron para establecer a Edwards como un nombre de peso en ese Hollywood que hoy, por desgracia, ya no existe.
A ellas seguirían Chantaje a una Mujer (también con la hermosa Remick), una estremecedora cinta de intriga y terror, que es uno de los últimos exponentes del film-noir clásico y cuenta con un clímax inolvidable en el estadio Candlestick Park de San Francisco, aprovechando las locaciones a más no poder, con un ritmo vertiginoso.
Estilo en Rosa
En 1964, dirigió la que sería tal vez su cinta más célebre (por no decir lucrativa): La Pantera Rosa, misma que dirigió en Europa y lo llevó a hacer mancuerna con el genial e idiosincrático Peter Sellers.
En el filme éste interpretaba al pedante y torpe Inspector Clouseau, de la Sûrete francesa, encargado de recuperar un diamante robado (la pantera rosa del título) y a su paso, dejar un rastro de estropicios mientras que el ladrón de marras “El Fantasma” (el mismísimo David Niven) los cuernos con su esposa (la deliciosa Capucine) le ponía, sin pudor alguno. La película fue un éxito sin precedentes, lanzó a la fama al personaje animado (creación de Friz Freleng) que hoy es figura permanente en la cultura popular, al igual que el inolvidable tema musical de Mancini (que ciertamente usted ha oído, por lo menos una vez en su vida), y dio origen a una larga serie de secuelas (no todas con Sellers, que murió en 1980) y remakes vigentes hasta hoy, aunque ya no relacionadas con el fino estilo de Edwards, que cruzaba la fina línea entre el chiste ingenioso y el slapstick ultraviolento.
Junto con Sellers, además, haría otra película de gran impacto entre los espectadores de su tiempo: La Fiesta Inolvidable (1968), una pantagruélica set-piece improvisada en su mayor parte, misma que se distingue por sus gags visuales y la interpretación de Sellers como un inocuo pero catastrófico actor indio, que se convertiría en una de las grandes comedias del siglo XX.
Queremos tanto a Julie
La otra gran sociedad de Edwards fue con la prodigiosa Julie Andrews, con quien se casó en 1969. Juntos, no sólo crearon una familia sino también una serie de siete filmes , todos de mayor o menor éxito – hacia principios de los 70 los estudios le empezaron a volver la espalda, cosa que luego corregirían, cuando él se volvió independiente, pero no volvió a confiar en el sistema de la industria- como Darling Lili (en la que Julie hacía de una espía que también practicaba el estriptís), La Semilla de Tamarindo, (un sofisticado thriller de la guerra fría donde Julie sale muy bonita en un bikini amarillo), Víctor/Victoria (en la que Julie hace de una mujer que se gana la vida como hombre disfrazado de mujer y obtendría una nominación al Oscar por ello) y S.O.B., considerada por muchos el filme más personal de Edwards, una ácida – y no por ello menos amarga, que conste- comedia negra en la que ambos se parodiaban para desquitarse de la volubilidad de Hollywood, en la que para sorpresa de todo Dios y su vecino, la siempre propia Julie hizo lo impensable: su personaje de la adorable sweetheart de la pantalla, Sally Miles, en público decía palabrotas (“Shit!” y “Fuck!”) en voz bien alta, consumía estupefacientes y enseñaba las bubis al aire, alegremente.
Otras cintas de la época de este “resurgir” son El Hombre que amó a las mujeres (remake de una cinta de Truffaut con Burt Reynolds) y la exitosa 10: La Mujer Perfecta, que le reportó millones de dólares y lanzó a Bo Derek a la fama, con todo y su peinado de trencitas mientras que Dudley Moore era el “ganón” al intentar seducirla.
Hacia finales de los años 80, Edwards comenzó a manifestar los síntomas de una encefalopatía miálgica/síndrome de fatiga crónica, misma que mermaba su energia y por lo mismo, su carrera fue menguando. Su último filme comercial fue Switch, con la fea-pero-muy-sexy Ellen Barkin en 1991 y después, en el teatro dirigió a su Julie en el musical Victor/Victoria en Broadway en 1995. Ese fue su último trabajo y eventualmente se retiró a leer, algo que lo obsesionaba (leía hasta cinco libros en una semana). Como algo insólito en el medio, Edwards siempre se mantuvo cerca de su familia, en su hogar de Santa Monica y ahí falleció de una neumonía a los 88 años.
El legado que deja al morir, no sólo es extenso: es rico en texturas y temas. Filmes que hablaron a generaciones y que arrancaron carcajadas al más puesto, siempre con ingenio, clase y una brutal socarronería.
Adiós, Blake Edwards. Gracias por todo.
Lo sentimos tanto, Julie.
22 dic 2010
Yo soy el amor / Io sonno l'Amore, de Luca Guadagnino
Retrato de familia en interior
Miguel Cane
Hacia mediados-fines de los años 60, buena parte del cinema italiano presentó frescos familiares sobre dinastías aquejadas por los males modernos, opuestos a la tradición que era una de las piedras angulares de su cultura. Cintas como Teorema (Pasolini, 68), La Caduta degli Dei (Visconti, 69) o Il Giardino degli Finzi-Contini (de Sica 1970) muestran estos atribulados dramas de notable elegancia, mientras que cintas como La Notte (Antonioni, 61) y Giulietta degli Spiriti (Fellini, 64) muestran retratos psicológicos del secreto femenino intensamente conectados al paso del tiempo.
A manera de homenaje a estos y otros filmes de esa época, Luca Guadagnino, presenta Io sonno l'Amore (Yo soy el amor), que ha causado sensación en Europa y el circuito anglosajón, en el que narra la historia de una familia de alta burguesía de Milán (paraíso industrial) que es sacudida por cambios que la transforman irrevocablemente.
Los Recchi son una familia potentada que tiene a la mujer de ornato, los sentimientos reprimidos y la chequera al alcance de la mano. La problemática se inicia con la herencia de poderes del abuelo (el veterano Gabriele Ferzetti, que trabajó con Antonioni) al padre e hijo, y afecta el destino de ambos. Los diálogos de la cinta son muy medidos, Guadagnino prefiere matizar con silencios y gestos, que representan la elegante represión familiar. La cinta va revelando con cierta distancia, casi pudorosa, los entresijos y entretelas de sus personajes: la búsqueda de identidad, la abrumadora llegada del amor verdadero, que perturbará a Emma Recchi (Tilda Swinton, sublime), que de buenas a primeras, sale de su letargo para encontrarse con la necesidad de amar y ser amada.
Los interiores se convierten en manifestaciones de la esencia de los protagonistas. Emma, rubia, imposiblemente chic, totalmente aristocrática pese a su 'dudoso' origen como inmigrante rusa, es el ama de casa perfecta que se deja arrastrar por una pasión por el cocinero, que reaviva sus sentidos e instintos. Esto, junto con otras subtramas relacionadas a otros miembros del clan, sirve para detonar el status quo y cambiar todo lo que vemos.
La narración visual, con imágenes que suplen diálogos, es impecable y exime a los personajes de los formulismos convencionales; esto vuelve la historia más sensorial y permite una ambigüedad que se ha ido perdiendo en esta época de explicación total a todos los aspectos de la trama. El simbolismo (el corte de pelo como acto de liberación, el placer de comer el plato preparado por el cocinero-objeto de deseo, o en los planos intercalados de las flores y la naturaleza en medio del coito) remite al estilo de Ken Russell en filmes como Mujeres enamoradas (1969) y pone en claro la abrumadora naturaleza del amor al presentarse en las estériles existencias de los Recchi, para bien.
La principal razón para ver esta cinta es, desde luego, la presencia de Tilda Swinton y no sólo por su talento histriónico y políglota (Emma es una rusa italoparlante) sino por la fuerza que le imprime a su creación: la mujer que se enamora por encima de la pervivencia de la dinastia familiar, su comodidad y las apariencias. El que se llame Emma no es casualidad (ecos de la Madame Bovary de Flaubert), y es una mujer tan bien interpretada, que se siente real. La Swinton irradia carisma y esa extraña belleza suya, que a veces roza lo esperpéntico, y con paso discreto se erige como protagonista absoluta de este impecable y grave melodrama coral de clases, al estilo de La Regla del juego (Renoir, 1938) y Gosford Park (Altman, 2001), con opulenta mansión, ricos y criados y la represión de la etiqueta social; este es un gran filme, realizado con talento de orfebre y gran cuidado al detalle, con una actuación magistral de una de las mejores actrices de nuestra era, en plenitud. Una mística femenina apasionante y pura, que permanece en la memoria de manera indeleble con sus imágenes preciosas.
Io sonno l'Amore /Yo soy el amor
Con: Tilda Swinton, Flavio Parenti, Edoardo Gabbriellini, Alba Rohrwacher, Gabriele Ferzetti y Marisa Berenson.
Dirige: Luca Guadagnino
Italia/Reino Unido/Alemania/Francia 2010
Miguel Cane
Hacia mediados-fines de los años 60, buena parte del cinema italiano presentó frescos familiares sobre dinastías aquejadas por los males modernos, opuestos a la tradición que era una de las piedras angulares de su cultura. Cintas como Teorema (Pasolini, 68), La Caduta degli Dei (Visconti, 69) o Il Giardino degli Finzi-Contini (de Sica 1970) muestran estos atribulados dramas de notable elegancia, mientras que cintas como La Notte (Antonioni, 61) y Giulietta degli Spiriti (Fellini, 64) muestran retratos psicológicos del secreto femenino intensamente conectados al paso del tiempo.
A manera de homenaje a estos y otros filmes de esa época, Luca Guadagnino, presenta Io sonno l'Amore (Yo soy el amor), que ha causado sensación en Europa y el circuito anglosajón, en el que narra la historia de una familia de alta burguesía de Milán (paraíso industrial) que es sacudida por cambios que la transforman irrevocablemente.
Los Recchi son una familia potentada que tiene a la mujer de ornato, los sentimientos reprimidos y la chequera al alcance de la mano. La problemática se inicia con la herencia de poderes del abuelo (el veterano Gabriele Ferzetti, que trabajó con Antonioni) al padre e hijo, y afecta el destino de ambos. Los diálogos de la cinta son muy medidos, Guadagnino prefiere matizar con silencios y gestos, que representan la elegante represión familiar. La cinta va revelando con cierta distancia, casi pudorosa, los entresijos y entretelas de sus personajes: la búsqueda de identidad, la abrumadora llegada del amor verdadero, que perturbará a Emma Recchi (Tilda Swinton, sublime), que de buenas a primeras, sale de su letargo para encontrarse con la necesidad de amar y ser amada.
Los interiores se convierten en manifestaciones de la esencia de los protagonistas. Emma, rubia, imposiblemente chic, totalmente aristocrática pese a su 'dudoso' origen como inmigrante rusa, es el ama de casa perfecta que se deja arrastrar por una pasión por el cocinero, que reaviva sus sentidos e instintos. Esto, junto con otras subtramas relacionadas a otros miembros del clan, sirve para detonar el status quo y cambiar todo lo que vemos.
La narración visual, con imágenes que suplen diálogos, es impecable y exime a los personajes de los formulismos convencionales; esto vuelve la historia más sensorial y permite una ambigüedad que se ha ido perdiendo en esta época de explicación total a todos los aspectos de la trama. El simbolismo (el corte de pelo como acto de liberación, el placer de comer el plato preparado por el cocinero-objeto de deseo, o en los planos intercalados de las flores y la naturaleza en medio del coito) remite al estilo de Ken Russell en filmes como Mujeres enamoradas (1969) y pone en claro la abrumadora naturaleza del amor al presentarse en las estériles existencias de los Recchi, para bien.
La principal razón para ver esta cinta es, desde luego, la presencia de Tilda Swinton y no sólo por su talento histriónico y políglota (Emma es una rusa italoparlante) sino por la fuerza que le imprime a su creación: la mujer que se enamora por encima de la pervivencia de la dinastia familiar, su comodidad y las apariencias. El que se llame Emma no es casualidad (ecos de la Madame Bovary de Flaubert), y es una mujer tan bien interpretada, que se siente real. La Swinton irradia carisma y esa extraña belleza suya, que a veces roza lo esperpéntico, y con paso discreto se erige como protagonista absoluta de este impecable y grave melodrama coral de clases, al estilo de La Regla del juego (Renoir, 1938) y Gosford Park (Altman, 2001), con opulenta mansión, ricos y criados y la represión de la etiqueta social; este es un gran filme, realizado con talento de orfebre y gran cuidado al detalle, con una actuación magistral de una de las mejores actrices de nuestra era, en plenitud. Una mística femenina apasionante y pura, que permanece en la memoria de manera indeleble con sus imágenes preciosas.
Io sonno l'Amore /Yo soy el amor
Con: Tilda Swinton, Flavio Parenti, Edoardo Gabbriellini, Alba Rohrwacher, Gabriele Ferzetti y Marisa Berenson.
Dirige: Luca Guadagnino
Italia/Reino Unido/Alemania/Francia 2010
La amorosa Tilda Swinton
Miguel Cane
Altísima y delgada, poseedora de un aspecto literalmente único y de un carácter jovial, Katharine Mathilda Swinton (Londres, 1960) descubrió que tenía una ardiente vocación por el teatro cuando era estudiante –miembro de una de las familias más acaudaladas de Escocia, fue compañera de internado de la mismísima Lady Diana Spencer- y se incorporó, muy joven, a las compañías del Traverse Theatre de Edimburgo y la Royal Shakespeare Company, antes de convertirse en una figura muy popular, a mediados de los ochenta, en los circuitos artísticos e intelectuales por su fructífera colaboración con el pintor, escultor y cineasta Derek Jarman, a través de filmes como Caravaggio, The Last of England, War Requiem o Edward II, basada en la obra de Christopher Marlowe, por la que obtuvo la copa Volpi a la mejor actriz en el Festival de Venecia de 1991.
Al año siguiente, Sally Potter la puso en el mapa internacional al elegirla para protagonizar Orlando, una fastuosa adaptación de la novela de Virginia Woolf, y esto le valió el reconocimiento en su país y también la entrada al cine estadounidense, donde fue figura marginal por algunos años, hasta que su aparición como una abogada amoral que sufre una crisis de pánico en Michael Clayton (al lado de George Clooney) le valió un Oscar.
No obstante, la fama no llama la atención de Tilda. Ni los flashes, ni el glamour: vive con sus hijos pequeños y sus dos compañeros (y la compañera de uno de ellos, el escritor y artista John Byrne, que es el padre biológico de los gemelos) en Escocia y prefiere trabajar para el cine independiente en ambos lados del Atlántico, amasando un prestigio como una de las mejores actrices vivas, con una habilidad casi camaleónica para transformarse, tal y como se deja ver en Yo soy el amor, filme realizado en Italia bajo la dirección de Luca Guadagnino, en el que ha causado sensación por su trabajo, señalándolo como uno de los logros actorales más destacados del año.
¿Cuál podríamos decir que es el tema central de Yo soy Amor?
La familia postmoderna y cómo retiene sus valores ante la revolución del amor. Personalmente siento que el amor es el gran motor de cambio en la vida de los humanos, el gran creador de crisis, el acelerador de metamorfosis. Emma, mi personaje, se enamora de otro personaje marginado como ella. Y, que ya sea por clase social o por edad, es una pasión inaceptable. En este aspecto, Emma tiene ilustres antepasados como lo son Madame Bovary – de hecho, el nombre no es coincidental- o Anna Karenina.
¿Cómo defines a Emma?
Es una mujer entre los 40 y los 50, rusa emigrada a Milán. Huyó de una miseria abyecta para convertirse en una señora de sociedad, mas ahora que sus hijos ya son mayores, no produce riqueza, ni produce cultura y que fue elegida por su marido, un rico industrial, por su belleza, como habría hecho con una obra de arte. Emma es propiedad suya, y se encuentra en un momento de su vida en que la jaula en la que ha vivido la encierra con un dramatismo explícito. Ella quiere vivir.
El amor y sus despropósitos y la familia anticonvencional: esos temas los tienes muy cercanos, ¿no?
El amor lo es todo y tiene muchas facetas. Mi familia es mi amor; mi compañero (el italiano Sandro Kopp, artista) y yo compartimos un hogar y una familia con John (Byrne), su novia y nuestros hijos. El amor es algo sólido, no una cosa quebradiza. Si el amor es real, nada tiene que romperse. ¡Y mis hijos se sienten cuádruplemente amados! Lo que me fascina es que la gente, cuando oye de nuestro arreglo, se imagine de inmediato que no son dos relaciones monógamas que viven bajo un mismo techo. ¡Por supuesto que lo somos! John y yo tuvimos dos hijos extraordinarios y no podríamos ser más felices en este aspecto. Y llevamos muchísimos años sin ser pareja sexual, pero es una de las personas más importantes de mi vida. Los dos vivimos felizmente otras relaciones, pero él es mi amigo más querido.
Es algo sorprendente y esperanzador...
¿Tú crees? ¿Esperanzador?
Sobre todo para familias que podrían evitar una fractura desagradable. Esperanzador para hijos de padres separados.
Eso sí, desde luego. Sinceramente creo que se puede evitar mucha animadversión y rencor al llegar a un acuerdo armonioso, tierno. Cuando la gente me dice que nuestra forma de vida es extraordinaria me entristezco, me hace suponer que lo habitual es la rabia y el desamor, que lo normal es no llevarse bien con los padres de tus hijos y romper los vínculos familiares. Yo no creo que eso sea demasiado normal. Es perfectamente posible amar a gente con la que no te acuestas y dar lo mejor de tu tiempo para ellos. Mis hijos son mi vida. Fui madre a los cuarenta y un años, ya no creí que lo sería. Me maravilló la maternidad: así que compartir a mis hijos con su padre, con mi amante y con otras personas que los quieren, me parece algo maravilloso, como decía. Multiplica su autoestima y su capacidad de amar. Eso es algo, curiosamente, que Emma, en la película, viene a descubrir ya tarde: la capacidad de amar. Pero tiene una enorme suerte al dejar que la arrase con tanta fuerza.
Tu trabajo te ha llevado por todo el mundo e incluso te ha llevado a Hollywood, pero no parece que te guste tanto como para quedarte ahí, ¿cierto?
Mi relación con Hollywood es... bueno, digamos que no nos conocemos demasiado bien. Eso sí: somos muy educados y correctos el uno con el otro. En Hollywood he ido a algunas fiestas, pero yo nunca he organizado ninguna. Yo voy a trabajar a donde me llamen, aunque es un misterio para mí saber cómo he llegado a estar ni siquiera en una producción de Hollywood. Si alguien de allí me quiere, tiene que ser para un papel con forma de Tilda. Nunca me he hecho ilusiones de encajar allí si no es con roles de este tipo. Pero a pesar de eso, es un lugar muy interesante. Lo que me maravilla es que quienes más me reconocen en América suelen ser los niños. Supongo que es por Narnia. Eso me gusta. A los adultos les suele costar trabajo ubicarme. Pero eso está bien, lo que debo reconocer es que siempre ha habido sitio para los europeos, desde Bertolt Brecht hasta Werner Herzog. A Luca Guadagnino y a mí nos encantaría hacer una película allí con un presupuesto, igual que hizo Hitchcock. Sería fascinante, ¿no?
Además de actriz, eres un icono de la moda. ¿Es algo natural?
Una de las grandes bendiciones de mi vida es que muchos de mis amigos son artistas, se dedican a la moda. Mi colaboración con Viktor y Rolf, por ejemplo, es una de las partes más satisfactorias de mi trabajo: encuentro un tipo de energía único, algo que tiene que ver con el aspecto absolutamente personal de la moda, con cómo invoca a nuestro espíritu y nos reta a ser auténticos. Ellos me han ayudado a crear estos aspectos de “disfraz” de una cierta androginia, que me gustan. Como lo que hacía David Bowie. Creo que tiene que ver con el hecho de ser alta (mido 1.80) y de no llevar maquillaje si no lo necesito. ¿Sabes? El otro día, en el aeropuerto de Los Ángeles ¡me cacheó un policía masculino! (risas)
¿Te gustaría ser condecorada como Dama del Imperio Británico, así como Helen Mirren o Judi Dench?
No. Creo que me gustaría más lo de ser Caballero. Sir Tilda suena bien, ¿verdad? Habrá que sugerírselo a la Reina. Si no le da un ataque, tal vez le guste la idea… (más risas)
Recién terminaste de rodar en Nueva York Tenemos que hablar de Kevin, un filme que se antoja polémico. ¿Qué te atrae a esa clase de cintas?
Que tienen algo qué decir, que no son la rutina de siempre. Mi personaje, Eva Khatchadourian, es una madre así como yo, cuyo hijo, Kevin, comete un acto de violencia indescriptible y ella trata de comprenderlo, al ver su realidad alterada para siempre. Esa es la clase de historias que me interesan. Las que sacuden la mente, la consciencia o el alma. No puedo imaginarme en una película dulce y luminosa… ¿Y sabes qué? No me molestaría hacerla.
¿Y por qué no?
¡Porque no me la han ofrecido! Pero yo siempre soy materia dispuesta.
Altísima y delgada, poseedora de un aspecto literalmente único y de un carácter jovial, Katharine Mathilda Swinton (Londres, 1960) descubrió que tenía una ardiente vocación por el teatro cuando era estudiante –miembro de una de las familias más acaudaladas de Escocia, fue compañera de internado de la mismísima Lady Diana Spencer- y se incorporó, muy joven, a las compañías del Traverse Theatre de Edimburgo y la Royal Shakespeare Company, antes de convertirse en una figura muy popular, a mediados de los ochenta, en los circuitos artísticos e intelectuales por su fructífera colaboración con el pintor, escultor y cineasta Derek Jarman, a través de filmes como Caravaggio, The Last of England, War Requiem o Edward II, basada en la obra de Christopher Marlowe, por la que obtuvo la copa Volpi a la mejor actriz en el Festival de Venecia de 1991.
Al año siguiente, Sally Potter la puso en el mapa internacional al elegirla para protagonizar Orlando, una fastuosa adaptación de la novela de Virginia Woolf, y esto le valió el reconocimiento en su país y también la entrada al cine estadounidense, donde fue figura marginal por algunos años, hasta que su aparición como una abogada amoral que sufre una crisis de pánico en Michael Clayton (al lado de George Clooney) le valió un Oscar.
No obstante, la fama no llama la atención de Tilda. Ni los flashes, ni el glamour: vive con sus hijos pequeños y sus dos compañeros (y la compañera de uno de ellos, el escritor y artista John Byrne, que es el padre biológico de los gemelos) en Escocia y prefiere trabajar para el cine independiente en ambos lados del Atlántico, amasando un prestigio como una de las mejores actrices vivas, con una habilidad casi camaleónica para transformarse, tal y como se deja ver en Yo soy el amor, filme realizado en Italia bajo la dirección de Luca Guadagnino, en el que ha causado sensación por su trabajo, señalándolo como uno de los logros actorales más destacados del año.
¿Cuál podríamos decir que es el tema central de Yo soy Amor?
La familia postmoderna y cómo retiene sus valores ante la revolución del amor. Personalmente siento que el amor es el gran motor de cambio en la vida de los humanos, el gran creador de crisis, el acelerador de metamorfosis. Emma, mi personaje, se enamora de otro personaje marginado como ella. Y, que ya sea por clase social o por edad, es una pasión inaceptable. En este aspecto, Emma tiene ilustres antepasados como lo son Madame Bovary – de hecho, el nombre no es coincidental- o Anna Karenina.
¿Cómo defines a Emma?
Es una mujer entre los 40 y los 50, rusa emigrada a Milán. Huyó de una miseria abyecta para convertirse en una señora de sociedad, mas ahora que sus hijos ya son mayores, no produce riqueza, ni produce cultura y que fue elegida por su marido, un rico industrial, por su belleza, como habría hecho con una obra de arte. Emma es propiedad suya, y se encuentra en un momento de su vida en que la jaula en la que ha vivido la encierra con un dramatismo explícito. Ella quiere vivir.
El amor y sus despropósitos y la familia anticonvencional: esos temas los tienes muy cercanos, ¿no?
El amor lo es todo y tiene muchas facetas. Mi familia es mi amor; mi compañero (el italiano Sandro Kopp, artista) y yo compartimos un hogar y una familia con John (Byrne), su novia y nuestros hijos. El amor es algo sólido, no una cosa quebradiza. Si el amor es real, nada tiene que romperse. ¡Y mis hijos se sienten cuádruplemente amados! Lo que me fascina es que la gente, cuando oye de nuestro arreglo, se imagine de inmediato que no son dos relaciones monógamas que viven bajo un mismo techo. ¡Por supuesto que lo somos! John y yo tuvimos dos hijos extraordinarios y no podríamos ser más felices en este aspecto. Y llevamos muchísimos años sin ser pareja sexual, pero es una de las personas más importantes de mi vida. Los dos vivimos felizmente otras relaciones, pero él es mi amigo más querido.
Es algo sorprendente y esperanzador...
¿Tú crees? ¿Esperanzador?
Sobre todo para familias que podrían evitar una fractura desagradable. Esperanzador para hijos de padres separados.
Eso sí, desde luego. Sinceramente creo que se puede evitar mucha animadversión y rencor al llegar a un acuerdo armonioso, tierno. Cuando la gente me dice que nuestra forma de vida es extraordinaria me entristezco, me hace suponer que lo habitual es la rabia y el desamor, que lo normal es no llevarse bien con los padres de tus hijos y romper los vínculos familiares. Yo no creo que eso sea demasiado normal. Es perfectamente posible amar a gente con la que no te acuestas y dar lo mejor de tu tiempo para ellos. Mis hijos son mi vida. Fui madre a los cuarenta y un años, ya no creí que lo sería. Me maravilló la maternidad: así que compartir a mis hijos con su padre, con mi amante y con otras personas que los quieren, me parece algo maravilloso, como decía. Multiplica su autoestima y su capacidad de amar. Eso es algo, curiosamente, que Emma, en la película, viene a descubrir ya tarde: la capacidad de amar. Pero tiene una enorme suerte al dejar que la arrase con tanta fuerza.
Tu trabajo te ha llevado por todo el mundo e incluso te ha llevado a Hollywood, pero no parece que te guste tanto como para quedarte ahí, ¿cierto?
Mi relación con Hollywood es... bueno, digamos que no nos conocemos demasiado bien. Eso sí: somos muy educados y correctos el uno con el otro. En Hollywood he ido a algunas fiestas, pero yo nunca he organizado ninguna. Yo voy a trabajar a donde me llamen, aunque es un misterio para mí saber cómo he llegado a estar ni siquiera en una producción de Hollywood. Si alguien de allí me quiere, tiene que ser para un papel con forma de Tilda. Nunca me he hecho ilusiones de encajar allí si no es con roles de este tipo. Pero a pesar de eso, es un lugar muy interesante. Lo que me maravilla es que quienes más me reconocen en América suelen ser los niños. Supongo que es por Narnia. Eso me gusta. A los adultos les suele costar trabajo ubicarme. Pero eso está bien, lo que debo reconocer es que siempre ha habido sitio para los europeos, desde Bertolt Brecht hasta Werner Herzog. A Luca Guadagnino y a mí nos encantaría hacer una película allí con un presupuesto, igual que hizo Hitchcock. Sería fascinante, ¿no?
Además de actriz, eres un icono de la moda. ¿Es algo natural?
Una de las grandes bendiciones de mi vida es que muchos de mis amigos son artistas, se dedican a la moda. Mi colaboración con Viktor y Rolf, por ejemplo, es una de las partes más satisfactorias de mi trabajo: encuentro un tipo de energía único, algo que tiene que ver con el aspecto absolutamente personal de la moda, con cómo invoca a nuestro espíritu y nos reta a ser auténticos. Ellos me han ayudado a crear estos aspectos de “disfraz” de una cierta androginia, que me gustan. Como lo que hacía David Bowie. Creo que tiene que ver con el hecho de ser alta (mido 1.80) y de no llevar maquillaje si no lo necesito. ¿Sabes? El otro día, en el aeropuerto de Los Ángeles ¡me cacheó un policía masculino! (risas)
¿Te gustaría ser condecorada como Dama del Imperio Británico, así como Helen Mirren o Judi Dench?
No. Creo que me gustaría más lo de ser Caballero. Sir Tilda suena bien, ¿verdad? Habrá que sugerírselo a la Reina. Si no le da un ataque, tal vez le guste la idea… (más risas)
Recién terminaste de rodar en Nueva York Tenemos que hablar de Kevin, un filme que se antoja polémico. ¿Qué te atrae a esa clase de cintas?
Que tienen algo qué decir, que no son la rutina de siempre. Mi personaje, Eva Khatchadourian, es una madre así como yo, cuyo hijo, Kevin, comete un acto de violencia indescriptible y ella trata de comprenderlo, al ver su realidad alterada para siempre. Esa es la clase de historias que me interesan. Las que sacuden la mente, la consciencia o el alma. No puedo imaginarme en una película dulce y luminosa… ¿Y sabes qué? No me molestaría hacerla.
¿Y por qué no?
¡Porque no me la han ofrecido! Pero yo siempre soy materia dispuesta.
12 dic 2010
Juego de Traiciones / Caza a la Espia / Fair Game, de Doug Liman
Señora Espía
Miguel Cane
El género del cinema de intriga y espionaje ha encontrado un buen artesano en Doug Liman que con El caso Bourne (2002), se estableció con solidez en el arte de crear una ficción inquietante y plausible. Ahora, parte de hechos reales para presentar una historiareal que resulta más apasionante que cualquier trama imaginaria.
Basándose en los libros The politics of truth, de Joseph Wilson, y Fair game, de Valerie Plame, la cinta revela los tejemanejes de un suceso que conmocionó a la opinión pública norteamericana, escándalo a nivel internacional, que si bien no llegó a la altura del caso Watergate, tuvo resonancias muy controversiales.
Valerie Plame (aquí interpretada por Naomi Watts, muy convincente) es un ama de casa y madre de familia de Washington D.C. que trabaja secretamente como agente de la CIA, y su marido, Joe Wilson, (un estupendo Sean Penn) es un embajador retirado. Cuando surge una misión en Nígeria ella sugiere su nombre y en un momento determinado éste confiesa en una entrevista a un periódico que éste país no vendió uranio a Saddam Hussein, y que no había en Irak armas de destrucción masiva, que era algo inventado por el presidente Bush con ocultos intereses. Para vengarse de esta declaración de Joe Wilson, la Casa Blanca filtró a la prensa republicana la identidad de Valerie Plame como agente de la CIA y su vida se convirtió en una pesadilla.
Estos son los hechos y en ellos se basa este film cuyo guión tropieza un poco con una larga primera parte que gira en torno a las misiones y trabajos importantes que Valerie Plame lleva a cabo, que quedaron suspendidos en el momento en que dejó de pertenecer a la agencia al conocerse su identidad. Este hecho puso en peligro la vida de algunos confidentes e incluso la suya propia, debido a las amenazas recibidas y también las de su familia, lo que casi llega a provocar la destrucción de su matrimonio.
El problema de esta cinta surge cuando se detiene en exceso en estas misiones y en unos hechos de los que se da una abundante información técnica y política que interesa poco al espectador que no es especialista en estas cuestiones, captando mejor la atención la parte final que se centra en el drama personal de la familia a raíz de la denuncia. El matrimonio Wilson, tras demostrar el amor por su país, ve manchado su honor, peligrar su integridad familiar y su intimidad es infectada por la corrupción política. A partir de esos momentos se plantea una nueva manera de ganarse la vida y buscar otro lugar donde continuar sus vidas, pero no todo es tan fácil.
Con un ritmo que recuerda a Todos los hombres del presidente (Pakula, 1976), Liman muesa cómo se echa a andar la maquinaria para destruir a aquellos que no sirven a los intereses del poder o que les son molestos por cualquier circunstancia. La tensión en el segundo acto de la cinta llega a volverse tangible, y aún si ya se conoce el desenlace, la angustiosa sensación de algo ominoso es inevitable para el espectador: Naomi Watts confiere a su personaje aspectos de fuerza férrea (como agente) y vulnerabilidad (como esposa y madre), haciendo que Plame sea una mujer tridimensional, más allá de caer en el cliché de ser un James Bond femenino, demostrando que, muchas veces, la realidad es tan – o más- impactante y memorable como la más sofisticada ficción.
Caza a la Espia/ Fair Game
Con Naomi Watts, Sean Penn, Ty Burrell, Sam Shepard, Noah Emmerich y Brooke Smith.
Dirige: Doug Liman
EstadosUnidos 2010
Miguel Cane
El género del cinema de intriga y espionaje ha encontrado un buen artesano en Doug Liman que con El caso Bourne (2002), se estableció con solidez en el arte de crear una ficción inquietante y plausible. Ahora, parte de hechos reales para presentar una historiareal que resulta más apasionante que cualquier trama imaginaria.
Basándose en los libros The politics of truth, de Joseph Wilson, y Fair game, de Valerie Plame, la cinta revela los tejemanejes de un suceso que conmocionó a la opinión pública norteamericana, escándalo a nivel internacional, que si bien no llegó a la altura del caso Watergate, tuvo resonancias muy controversiales.
Valerie Plame (aquí interpretada por Naomi Watts, muy convincente) es un ama de casa y madre de familia de Washington D.C. que trabaja secretamente como agente de la CIA, y su marido, Joe Wilson, (un estupendo Sean Penn) es un embajador retirado. Cuando surge una misión en Nígeria ella sugiere su nombre y en un momento determinado éste confiesa en una entrevista a un periódico que éste país no vendió uranio a Saddam Hussein, y que no había en Irak armas de destrucción masiva, que era algo inventado por el presidente Bush con ocultos intereses. Para vengarse de esta declaración de Joe Wilson, la Casa Blanca filtró a la prensa republicana la identidad de Valerie Plame como agente de la CIA y su vida se convirtió en una pesadilla.
Estos son los hechos y en ellos se basa este film cuyo guión tropieza un poco con una larga primera parte que gira en torno a las misiones y trabajos importantes que Valerie Plame lleva a cabo, que quedaron suspendidos en el momento en que dejó de pertenecer a la agencia al conocerse su identidad. Este hecho puso en peligro la vida de algunos confidentes e incluso la suya propia, debido a las amenazas recibidas y también las de su familia, lo que casi llega a provocar la destrucción de su matrimonio.
El problema de esta cinta surge cuando se detiene en exceso en estas misiones y en unos hechos de los que se da una abundante información técnica y política que interesa poco al espectador que no es especialista en estas cuestiones, captando mejor la atención la parte final que se centra en el drama personal de la familia a raíz de la denuncia. El matrimonio Wilson, tras demostrar el amor por su país, ve manchado su honor, peligrar su integridad familiar y su intimidad es infectada por la corrupción política. A partir de esos momentos se plantea una nueva manera de ganarse la vida y buscar otro lugar donde continuar sus vidas, pero no todo es tan fácil.
Con un ritmo que recuerda a Todos los hombres del presidente (Pakula, 1976), Liman muesa cómo se echa a andar la maquinaria para destruir a aquellos que no sirven a los intereses del poder o que les son molestos por cualquier circunstancia. La tensión en el segundo acto de la cinta llega a volverse tangible, y aún si ya se conoce el desenlace, la angustiosa sensación de algo ominoso es inevitable para el espectador: Naomi Watts confiere a su personaje aspectos de fuerza férrea (como agente) y vulnerabilidad (como esposa y madre), haciendo que Plame sea una mujer tridimensional, más allá de caer en el cliché de ser un James Bond femenino, demostrando que, muchas veces, la realidad es tan – o más- impactante y memorable como la más sofisticada ficción.
Caza a la Espia/ Fair Game
Con Naomi Watts, Sean Penn, Ty Burrell, Sam Shepard, Noah Emmerich y Brooke Smith.
Dirige: Doug Liman
EstadosUnidos 2010
A la caza de Naomi Watts
Se ha ganado a pulso el título de estrella. Es actriz, compañera y madre y protagonista de Caza a la espía, una historia verdadera.
Miguel Cane
La fama no le llegó fácilmente a Naomi Watts (Londres, 1968). De hecho, podría decirse que le costó mucho ganarse lo que tiene, y lo ha hecho a pulso. Cuando en el festival de Cannes de 2001 se estrenó la controversial cinta de David Lynch Mulholland Drive, que causó sensación a nivel internacional, casi nadie conocía a esta hermosa rubia natural, hija de Peter Watts, ingeniero de sonido de Pink Floyd hasta 1974. Naomi es la mejor amiga de Nicole Kidman (se conocieron un casting que realizaron juntas para un comercial) desde la adolescencia y ha trabajado activamente en la industria cinematográfica durante los últimos 17 años, desde su debut en la cinta australiana Flirting. Después de instalarse en Hollywood, como niñera temporal de Nicole (y su entonces marido Tom Cruise) trabajó regularmente en pequeños papeles en proyectos cinematográficos por lo que se sentía algo menos que entusiasta, hasta que la promesa que era se consolidó con su reveladora participación en el personaje de Betty Elms/Diane Selwyn en la cinta de Lynch, que le valió elogios de la crítica y un espectro mucho más amplio de roles cinematográficos, entre ellos 21 Gramos, El Aro, Promesas del Este, y ahora, Caza a la Espía donde trabaja a las ordenes de Doug Liman y comparte créditos con Sean Penn, con la que participó en el Festival Internacional de Cine de Cannes.
En este inquietante thriller se narra la historia real de Valerie Elise Plame – interpretada por Watts-, un ama de casa de Washington D.C., madre de familia y casada felizmente con un ex-diplomático (el ex embajador Joe Wilson, interpretado por Penn), que fue expuesta como agente de la CIA por el periodista Robert Novak, después de que su marido Joe Wilson publicase un artículo en el que acusaba al Gobierno de Estados Unidos de utilizar argumentos falsos para justificar la invasión de Irak. Wilson acusó a la Casa Blanca de filtrar el nombre de su esposa para vengarse. El caso conmocionó al Gobierno de Estados Unidos y suscitó un escándalo a nivel internacional.
¿Cómo definirías la experiencia de interpretar a una persona real?
Es un trabajo que acarrea una gran presión. En la mayoría de los casos, la persona real a la que se interpreta ya ha fallecido, pero Valerie no solo está viva, sino que estuvo muy implicada en el proceso de creación de la película. Ella fue una de las principales ayudantes de Doug (Liman) durante el rodaje. Nuestro propósito era mantenernos fieles a la realidad y Valerie jugó un papel central. Como actriz, esforzarte demasiado en parecerte a alguien puede terminar alejándote de su esencia. No quería realizar una simple imitación, quería buscar una cierta verdad en la historia y en el personaje, así que procuraba limitar mi contacto con ella mientras rodábamos.
¿Qué tan difícil fue identificarse con la doble vida de Valerie, como espía y ama de casa? Como actriz, tú experimentas con muchas vidas paralelas, ¿no?
Eso es justamente lo que me despertó una admiración instantánea por el personaje de Valerie: su lucha y su habilidad para encontrar un equilibrio entre esas dos facetas de su vida. Una mañana cualquiera, ella tenía que decidir qué pasaporte utilizar en su próxima misión, pero al mismo tiempo debía dar el desayuno a sus gemelitos, ir al supermercado, elaborar reportes a sus superiores... Valerie es la persona más ordenada que he conocido jamás. Cada uno de nuestros encuentros venía precedido por varios mails con instrucciones muy precisas sobre la reunión. Yo suelo ser más espontánea (risas), pero ella lo tiene todo bajo control. Recuerdo que en uno de nuestros primeros encuentros, antes del rodaje, estábamos muy lejos la una de la otra y ella propuso quedar en un punto intermedio: el aeropuerto de Chicago. Y pensé: ¿A quién se le ocurre citarse en un aeropuerto? ¡A una espía, claro! (risas).
Acudiste a un campamento militar para prepararte. ¿Qué tal la experiencia?
¡Sí, y fue realmente intenso! A Doug le preocupaba que, al haber tenido a mi egundo bebé hacía poco tiempo, mi cuerpo pudiera responder de un modo suave, más bien maternal, a la tensión y la acción del film. Y lo cierto es que Valerie, aunque pueda parecer femenina y delicada, es una persona increíblemente fuerte, ágil y diestra. Doug quería asegurarse de que yo diera una imagen de mujer de hierro. ¡Y vaya que me costó!
En esta cinta te reúnes por tercera vez con Sean Penn después de 21 Gramos y El Asesinato de Richard Nixon...
Sí. Conozco a Sean desde hace tiempo, somos buenos amigos y me enteré de que él era la primera opción para el papel de Joseph Wilson, el esposo de Valerie. Los productores preguntaron si podían valerse para enviarle el guión sin pasar por el filtro de los agentes. Así lo hicimos. Él lo leyó, le encantó y aceptó. Ha sido un enorme placer volver a trabajar con Sean y creo que hemos desarrollado una química especial, una familiaridad acogedora. Supone una gran tranquilidad saber que llegarás al rodaje y que todo funcionará bien. Con Sean esto sucede. Y eso es algo que no tiene precio.
¿Qué relación mantienes con el éxito de tu carrera?
Creo sinceramente que el éxito no me ha cambiado como persona. Yo soy la misma chica que llegó de Australia en el 95. Eso tiene mucho que ver con el hecho de que mi carrera despegó cuando ya era adulta y madura. Imagino que el éxito te puede consumir si no tienes las cosas claras, pero yo sé muy bien quién soy. Soy muy consciente de cuánto he luchado y de lo que me ha costado llegar a donde estoy. Mulholland Drive lo cambió todo para mí. Hasta aquel momento, mi vida era una lucha constante y algo desafortunada por encontrar mi lugar en el mundo del cine. Pero entonces llegó David y me dio la oportunidad de trabajar en una película que conectó de una forma extraordinaria con muchos espectadores.
¿Y cómo ha cambiado con tu maternidad?
Ha sido algo total; de hecho, ser madre ha cambiado por completo mi modo de elegir mis papeles. Antes los criterios que guiaban mis elecciones eran el nombre del director y mi interés personal en la historia, y aunque eso no se ha perdido del todo, hoy en día lo fundamental es saber si podré compatibilizar el rodaje con mi vida familiar. En cuanto me ofrecen algo, pregunto: ¿Cuánto durará el rodaje? ¿Dónde será? ¿Podrán acompañarme mis hijos? Luego, soy muy afortunada de contar con Liev (Schreiber), como compañero. Así intentamos hacer turnos a la hora de elegir nuestros proyectos. Hace poco él participó en una obra de teatro en Nueva York y yo descansé durante seis meses para estar con mis hijos. Por otra parte, creo que la maternidad me ha vuelto una persona más situada en el presente. Solemos estar demasiado pendientes del futuro y el pasado, pero cuando estás rodeada de niños es imposible distraerse, ellos te mantienen anclada al hoy y eso es algo muy positivo.
Ahora hay otro rol basado en una persona real en tu futuro - Marilyn Monroe en Blonde, la adaptación de la novela de Joyce Carol Oates que dirigirá Andrew Dominik en 2011...
¡Oh, esa sí que es una gran figura!... me da un poco de miedo y también me resulta irresistible, fascinante. Marilyn es uno de los personajes más icónicos de la historia. Todo el mundo piensa que la conoce. Pero hay que aclarar, que no se trata de una biografía si no de una imagen mitológica de Marilyn, como lo indica el libro, eiuq es una novela, no una biografía... Todavía no tengo claro cómo lo vamos a hacer, pero me encantan tanto el libro como las ideas de Andrew, así que se trata de un proyecto que me emociona mucho, vamos a ver qué tal funciona.
Miguel Cane
La fama no le llegó fácilmente a Naomi Watts (Londres, 1968). De hecho, podría decirse que le costó mucho ganarse lo que tiene, y lo ha hecho a pulso. Cuando en el festival de Cannes de 2001 se estrenó la controversial cinta de David Lynch Mulholland Drive, que causó sensación a nivel internacional, casi nadie conocía a esta hermosa rubia natural, hija de Peter Watts, ingeniero de sonido de Pink Floyd hasta 1974. Naomi es la mejor amiga de Nicole Kidman (se conocieron un casting que realizaron juntas para un comercial) desde la adolescencia y ha trabajado activamente en la industria cinematográfica durante los últimos 17 años, desde su debut en la cinta australiana Flirting. Después de instalarse en Hollywood, como niñera temporal de Nicole (y su entonces marido Tom Cruise) trabajó regularmente en pequeños papeles en proyectos cinematográficos por lo que se sentía algo menos que entusiasta, hasta que la promesa que era se consolidó con su reveladora participación en el personaje de Betty Elms/Diane Selwyn en la cinta de Lynch, que le valió elogios de la crítica y un espectro mucho más amplio de roles cinematográficos, entre ellos 21 Gramos, El Aro, Promesas del Este, y ahora, Caza a la Espía donde trabaja a las ordenes de Doug Liman y comparte créditos con Sean Penn, con la que participó en el Festival Internacional de Cine de Cannes.
En este inquietante thriller se narra la historia real de Valerie Elise Plame – interpretada por Watts-, un ama de casa de Washington D.C., madre de familia y casada felizmente con un ex-diplomático (el ex embajador Joe Wilson, interpretado por Penn), que fue expuesta como agente de la CIA por el periodista Robert Novak, después de que su marido Joe Wilson publicase un artículo en el que acusaba al Gobierno de Estados Unidos de utilizar argumentos falsos para justificar la invasión de Irak. Wilson acusó a la Casa Blanca de filtrar el nombre de su esposa para vengarse. El caso conmocionó al Gobierno de Estados Unidos y suscitó un escándalo a nivel internacional.
¿Cómo definirías la experiencia de interpretar a una persona real?
Es un trabajo que acarrea una gran presión. En la mayoría de los casos, la persona real a la que se interpreta ya ha fallecido, pero Valerie no solo está viva, sino que estuvo muy implicada en el proceso de creación de la película. Ella fue una de las principales ayudantes de Doug (Liman) durante el rodaje. Nuestro propósito era mantenernos fieles a la realidad y Valerie jugó un papel central. Como actriz, esforzarte demasiado en parecerte a alguien puede terminar alejándote de su esencia. No quería realizar una simple imitación, quería buscar una cierta verdad en la historia y en el personaje, así que procuraba limitar mi contacto con ella mientras rodábamos.
¿Qué tan difícil fue identificarse con la doble vida de Valerie, como espía y ama de casa? Como actriz, tú experimentas con muchas vidas paralelas, ¿no?
Eso es justamente lo que me despertó una admiración instantánea por el personaje de Valerie: su lucha y su habilidad para encontrar un equilibrio entre esas dos facetas de su vida. Una mañana cualquiera, ella tenía que decidir qué pasaporte utilizar en su próxima misión, pero al mismo tiempo debía dar el desayuno a sus gemelitos, ir al supermercado, elaborar reportes a sus superiores... Valerie es la persona más ordenada que he conocido jamás. Cada uno de nuestros encuentros venía precedido por varios mails con instrucciones muy precisas sobre la reunión. Yo suelo ser más espontánea (risas), pero ella lo tiene todo bajo control. Recuerdo que en uno de nuestros primeros encuentros, antes del rodaje, estábamos muy lejos la una de la otra y ella propuso quedar en un punto intermedio: el aeropuerto de Chicago. Y pensé: ¿A quién se le ocurre citarse en un aeropuerto? ¡A una espía, claro! (risas).
Acudiste a un campamento militar para prepararte. ¿Qué tal la experiencia?
¡Sí, y fue realmente intenso! A Doug le preocupaba que, al haber tenido a mi egundo bebé hacía poco tiempo, mi cuerpo pudiera responder de un modo suave, más bien maternal, a la tensión y la acción del film. Y lo cierto es que Valerie, aunque pueda parecer femenina y delicada, es una persona increíblemente fuerte, ágil y diestra. Doug quería asegurarse de que yo diera una imagen de mujer de hierro. ¡Y vaya que me costó!
En esta cinta te reúnes por tercera vez con Sean Penn después de 21 Gramos y El Asesinato de Richard Nixon...
Sí. Conozco a Sean desde hace tiempo, somos buenos amigos y me enteré de que él era la primera opción para el papel de Joseph Wilson, el esposo de Valerie. Los productores preguntaron si podían valerse para enviarle el guión sin pasar por el filtro de los agentes. Así lo hicimos. Él lo leyó, le encantó y aceptó. Ha sido un enorme placer volver a trabajar con Sean y creo que hemos desarrollado una química especial, una familiaridad acogedora. Supone una gran tranquilidad saber que llegarás al rodaje y que todo funcionará bien. Con Sean esto sucede. Y eso es algo que no tiene precio.
¿Qué relación mantienes con el éxito de tu carrera?
Creo sinceramente que el éxito no me ha cambiado como persona. Yo soy la misma chica que llegó de Australia en el 95. Eso tiene mucho que ver con el hecho de que mi carrera despegó cuando ya era adulta y madura. Imagino que el éxito te puede consumir si no tienes las cosas claras, pero yo sé muy bien quién soy. Soy muy consciente de cuánto he luchado y de lo que me ha costado llegar a donde estoy. Mulholland Drive lo cambió todo para mí. Hasta aquel momento, mi vida era una lucha constante y algo desafortunada por encontrar mi lugar en el mundo del cine. Pero entonces llegó David y me dio la oportunidad de trabajar en una película que conectó de una forma extraordinaria con muchos espectadores.
¿Y cómo ha cambiado con tu maternidad?
Ha sido algo total; de hecho, ser madre ha cambiado por completo mi modo de elegir mis papeles. Antes los criterios que guiaban mis elecciones eran el nombre del director y mi interés personal en la historia, y aunque eso no se ha perdido del todo, hoy en día lo fundamental es saber si podré compatibilizar el rodaje con mi vida familiar. En cuanto me ofrecen algo, pregunto: ¿Cuánto durará el rodaje? ¿Dónde será? ¿Podrán acompañarme mis hijos? Luego, soy muy afortunada de contar con Liev (Schreiber), como compañero. Así intentamos hacer turnos a la hora de elegir nuestros proyectos. Hace poco él participó en una obra de teatro en Nueva York y yo descansé durante seis meses para estar con mis hijos. Por otra parte, creo que la maternidad me ha vuelto una persona más situada en el presente. Solemos estar demasiado pendientes del futuro y el pasado, pero cuando estás rodeada de niños es imposible distraerse, ellos te mantienen anclada al hoy y eso es algo muy positivo.
Ahora hay otro rol basado en una persona real en tu futuro - Marilyn Monroe en Blonde, la adaptación de la novela de Joyce Carol Oates que dirigirá Andrew Dominik en 2011...
¡Oh, esa sí que es una gran figura!... me da un poco de miedo y también me resulta irresistible, fascinante. Marilyn es uno de los personajes más icónicos de la historia. Todo el mundo piensa que la conoce. Pero hay que aclarar, que no se trata de una biografía si no de una imagen mitológica de Marilyn, como lo indica el libro, eiuq es una novela, no una biografía... Todavía no tengo claro cómo lo vamos a hacer, pero me encantan tanto el libro como las ideas de Andrew, así que se trata de un proyecto que me emociona mucho, vamos a ver qué tal funciona.
9 dic 2010
The Kids are All Right / Los chicos están bien, de Lisa Cholodenko
Post Data: ¡Viva la familia!
Miguel Cane
Joni (Mia Wasikowska) y Laser (Joh Hutcherson) tienen dos mamás. Literalmente. Son hijos del matrimonio conformado por Jules (Julianne Moore) y Nic (Annette Bening), una pareja de lesbianas californianas de clase acomodada y muy alivianadas, que han criado a sus hijos con dosis generosas de libertad y una sensibilidad muy new age. Sin embargo, tratándose de una película de Lisa Cholodenko, nada es lo que parece y las relaciones son mucho más sofisticadas que en otras comedias familiares – y esta cinta, que no les digan lo contrario, es exactamente eso- e incluso, un tanto subersivas.
La dinámica armoniosa entre madres e hijos – si bien Nic desempeña la función de paterfamilias donde Jules es la madre dedicada al hogar - encuentra un giro cuando los chamacos del título anuncian que quieren conocer la identidad del donador de esperma que es su padre biológico. La peripecia nos lleva a conocer a Paul (Mark Ruffalo) el encantador e irresponsable eterno adolescente que tiene problemas para aceptar la edad madura y el golpe de tener dos hijos. Pero la cosa no termina ahí y pronto, el cuadro se va ampliando para mostrarnos todas las posibilidades de las relaciones ente estos personajes y sus inesperadas consecuencias.
El cuarto largometraje de Lisa Cholodenko es un filme hermosamente realizado, con un guión ágil que no aburre, que, como su notable Laurel Canyon (La Calle de las Tentaciones) o su espléndido debut con High Art, transita de la risa al melodrama de alto registro, de modo sutil. Las dos protagonistas brindan actuaciones deslumbrantes, con una naturalidad formidable; con intercambiar una mirada o con un simple gesto, muestran un crisol de sentimientos encontrados; la Cholodenko es una gran directora de actores, se involucra y los involucra, en el quéhacer de sus personajes. Las tensiones y los ritmos entre Nic (asertiva, dominante, a veces irascible, pero enormemente devota a su familia) y Jules (frágil y quebradiza, con una dulzura abrumadora) están muy claros y la magia del cine hace lo suyo: durante dos horas son esos personajes y nosotros lo creemos. Las complementa muy bien Ruffalo, que con su sola presencia trastorna las reglas establecidas, pero demuestra una humanidad sorprendente – en otras manos, su rol podía haber devenido en las caricaturas que Adam Sandler ha intepretado por años-.
Como guionista y realizadora, Cholodenko hace un gran trabajo, de una integridad poco vista en Hollywood – sitio donde ha trabajado siempre al margen, no exactamente independiente, aunque tampoco para el circuito comercial- que muestra a una familia “extraordinaria” como unidad perfectamente normal, cosa que la sociedad aún hoy, se resiste a ver como algo cotidiano.
Cinta de excepcional factura Los chicos están bien, se deja ver como una propuesta de cine logrado, elegante, ingenioso, con sano sarcasmo y autorreflexión, para mostrar una historia engañosamente sencilla con un elenco magistral. La Moore y la Bening están de campeonato, así que no permita que le digan que el cine no es ir a ver actuaciones. Eso es una falacia – esto es cinema de actores y hay que verlo, sin falta.
The Kids are All Right / Los chicos están bien
Con Julianne Moore, Annette Bening, Mia Wasikowska, Yaya Da Costa, Josh Hutcherson y Mark Ruffalo
Dirige: Lisa Cholodenko
Estados Unidos, 2010
Miguel Cane
Joni (Mia Wasikowska) y Laser (Joh Hutcherson) tienen dos mamás. Literalmente. Son hijos del matrimonio conformado por Jules (Julianne Moore) y Nic (Annette Bening), una pareja de lesbianas californianas de clase acomodada y muy alivianadas, que han criado a sus hijos con dosis generosas de libertad y una sensibilidad muy new age. Sin embargo, tratándose de una película de Lisa Cholodenko, nada es lo que parece y las relaciones son mucho más sofisticadas que en otras comedias familiares – y esta cinta, que no les digan lo contrario, es exactamente eso- e incluso, un tanto subersivas.
La dinámica armoniosa entre madres e hijos – si bien Nic desempeña la función de paterfamilias donde Jules es la madre dedicada al hogar - encuentra un giro cuando los chamacos del título anuncian que quieren conocer la identidad del donador de esperma que es su padre biológico. La peripecia nos lleva a conocer a Paul (Mark Ruffalo) el encantador e irresponsable eterno adolescente que tiene problemas para aceptar la edad madura y el golpe de tener dos hijos. Pero la cosa no termina ahí y pronto, el cuadro se va ampliando para mostrarnos todas las posibilidades de las relaciones ente estos personajes y sus inesperadas consecuencias.
El cuarto largometraje de Lisa Cholodenko es un filme hermosamente realizado, con un guión ágil que no aburre, que, como su notable Laurel Canyon (La Calle de las Tentaciones) o su espléndido debut con High Art, transita de la risa al melodrama de alto registro, de modo sutil. Las dos protagonistas brindan actuaciones deslumbrantes, con una naturalidad formidable; con intercambiar una mirada o con un simple gesto, muestran un crisol de sentimientos encontrados; la Cholodenko es una gran directora de actores, se involucra y los involucra, en el quéhacer de sus personajes. Las tensiones y los ritmos entre Nic (asertiva, dominante, a veces irascible, pero enormemente devota a su familia) y Jules (frágil y quebradiza, con una dulzura abrumadora) están muy claros y la magia del cine hace lo suyo: durante dos horas son esos personajes y nosotros lo creemos. Las complementa muy bien Ruffalo, que con su sola presencia trastorna las reglas establecidas, pero demuestra una humanidad sorprendente – en otras manos, su rol podía haber devenido en las caricaturas que Adam Sandler ha intepretado por años-.
Como guionista y realizadora, Cholodenko hace un gran trabajo, de una integridad poco vista en Hollywood – sitio donde ha trabajado siempre al margen, no exactamente independiente, aunque tampoco para el circuito comercial- que muestra a una familia “extraordinaria” como unidad perfectamente normal, cosa que la sociedad aún hoy, se resiste a ver como algo cotidiano.
Cinta de excepcional factura Los chicos están bien, se deja ver como una propuesta de cine logrado, elegante, ingenioso, con sano sarcasmo y autorreflexión, para mostrar una historia engañosamente sencilla con un elenco magistral. La Moore y la Bening están de campeonato, así que no permita que le digan que el cine no es ir a ver actuaciones. Eso es una falacia – esto es cinema de actores y hay que verlo, sin falta.
The Kids are All Right / Los chicos están bien
Con Julianne Moore, Annette Bening, Mia Wasikowska, Yaya Da Costa, Josh Hutcherson y Mark Ruffalo
Dirige: Lisa Cholodenko
Estados Unidos, 2010
2 dic 2010
Julianne Moore está (muy) bien
En la última década se ha colocado como una de las figuras más aclamadas de la esfera cinematográfica; madre, esposa, escritora. Todas facetas de una gran mujer.
Miguel Cane
Encontrarse con Julianne Moore (Carolina del Norte, 1960), a los cincuenta años recién cumplidos, es ver a una mujer literalmente en plenitud: de su belleza, de su salud y de su carrera. El yoga y largos paseos por el bajo Manhattan la mantienen en forma y que reconoce que los estragos de la fama no la han tocado, por lo que su vida familiar al lado de su marido, el director Bart Freundlich y sus hijos Caleb y Liv, es un remanso de paz después de pasar tiempo en locaciones o sets. Selectiva con su trabajo, Julianne afirma que elije sus proyectos principalmente por cómo la hacen sentir los personajes y vio cumplido un sueño cuando la directora Lisa Cholodenko, de quien ha sido amiga por años, le ofreció protagonizar al lado de Annette Bening Los chicos están bien, una cinta que causó sensación en la Berlinale, y que es considerada una de las mejores del año 2010.
¿Cómo describirías para el público la trama de la película?
Es principalmente un retrato de familia, muy contemporáneo. Una película acerca de un matrimonio como cualquier otro, que está casado mucho tiempo y tiene hijos, y sobre cómo se vive con eso. Que la pareja sea conformada por dos mujeres, es lo que le da un tono particular. Creo que se trata de un tema que hoy en día es muy relevante e interesante para explorar, porque el cine en general se queda en los comienzos de la relación, no en cómo continúa y aquí podemos ver cómo es la relación cotidiana de una pareja que lleva más de veinte años de compartirlo todo, casa, hijos, libros... es algo fascinante y más, por el modo en que Lisa lo presenta y conecta con la siguiente generación.
¿Cómo fue la dinámica para hacer de la esposa de Annette Bening?
Bueno, no es difícil trabajar con Annette. ¡Me casaría con ella en un segundo! (risas) No, en serio. Las dos estamos casadas hace mucho tiempo y tenemos hijos (Bening es la mujer que logró atrapar al elusivo Warren Beatty en 1992 y desde entonces son felices) y sabemos muy bien lo que es eso. Me interesan profundamente las relaciones familiares de todo tipo. En este caso, para establecer un matrimonio convincente, Annette y yo hablamos muchísimo; Lisa nos dio total libertad, es decir, nos dio directrices, pero la creación de los personajes en gran parte corrió a cargo de nosotras. Fuimos juntas a Costco a comprar víveres y productos de limpieza, como si fuésemos una pareja. Hablamos con muchos matrimonios gay, tanto de mujeres como de hombres... fue una experiencia sumamente enriquecedora.
¿Fue un proceso de colaboración?
De alguna manera, aunque la película es cien por ciento el trabajo y la visión de Lisa: el tono del filme fue cambiando con el tiempo y, de hecho, la última línea que se dice en la película cambió unas semanas antes de rodar. Lisa, Annette y yo no estábamos muy convencidas del cierre, y lo cambiamos. Al principio era muy distinto el guión y el tiempo lo fue tornando cada vez mejor. Lisa es una escritora sensible, brillante, muy, muy perceptiva. A mí me gusta trabajar en proyectos con gente interesante, guiones y actores que me atrapen, que me fascinen. Creo que gran parte del trabajo de un actor consiste en lograr que la gente se vea a sí misma a través de uno. Lo mejor que me puede pasar es que se reconozcan en lo que yo hago, que piensen que lo que le pasa a mi personaje podría haberles pasado a ellos. Jules es el reflejo de un momento en el que miles y miles de mujeres, de cualquier credo, raza o preferencia sexual, se ha encontrado: el umbral de la mediana edad, de la menopausia y de la incertidumbre. El miedo a lo desconocido y ésto a ella, aunque adore a su familia, la abruma.
Hablemos un poco acerca de Jules. ¿Por qué interpretarla de esta manera?
Me interesaba hacer un personaje así, un poco perdido en un lugar tan estructurado como es su propia familia. Alguien que no sabe qué hacer con sus hijos ni con su pareja después de un cierto tiempo y cómo se adapta a esa situación específica de su vida. Eso es algo que ves mucho en la vida real, pero no en las películas. En el cine la gente siempre parece saber adónde va. Y ella no sabe. Cuando reúne a su familia para hablarles, les dice que no sabe bien lo que está haciendo, que no sabe adónde va y lo hace porque necesita su apoyo. A mí me gustan los proyectos que tratan del comportamiento humano, pero creo que no podemos encasillarnos porque de todo se puede aprender. Cuando estás en una película hay que hacer las cosas bien y si es necesario uno se lleva el personaje a casa para sentirlo y vivirlo. Pero después es muy importante volver a la realidad del hogar, estar con la familia. Jules siempre se quedaba en el set y yo volvía a mis hijos siendo simplemente “Má”.
Tus hijos, tu familia, son algo muy importante y eso es algo que está muy presente en este filme.
Es un deseo universal, una necesidad. Queremos conectar, vivir en grupo y estar cerca unos a otros. Yo soy una mujer muy urbana. Resido en Nueva York y dentro de la ciudad hay pequeños vecindarios, comunidades, gente que se conoce y comparte su vida con un café, en el supermercado, paseando. Hay muchos estudios que hablan de la necesidad de los seres humanos de conectarse con otros y la familia, sea como sea – con padre y madre o un sólo padre o padres del mismo sexo-, es la base de nuestroi mundo. Yo soy una madre que trabaja y trato de organizarme. No es fácil, lo reconozco. Para mi marido y para mí es muy importante la vida familiar. No nos gusta trabajar al mismo tiempo ni pasar el verano lejos de los niños. Esta película la rodamos en Los Ángeles durante las vacaciones de mis hijos y todos los fines de semana Bart volaba a estar con nosotros. Disfrutamos la calidad del tiempo. Trato de ser flexible en todo lo que hago y mi esposo también. Es maravilloso tener un compañero que te comprende, porque hace lo mismo que tú.
Debutaste en la pequeña pantalla y cumples veinticinco años de carrera, yendo siempre a más, pero sin comprometer tu integridad ¿cómo lo has conseguido?
Tuve y tengo mucha, muchísima suerte. Empecé a trabajar cuando termine la Universidad. En aquella época hice mucho teatro, mucha televisión. Eran los años ochenta y ahora mi carrera en el cine es muy sólida, pero es cierto que el éxito me llego tarde. Ya me sentía anciana cuando conseguí mi primera película. Luego me tocó un periodo de trabajo muy intenso y hoy soy feliz con lo que he logrado, pero también soy consciente de que es algo efímero y que no lo tendré siempre, así que procuro no cimentar mi felicidad ni mi realización personal en ello. Hay muchas cosas que componen la persona que soy y todas me complementan, pero en el orden de prioridades, mi familia, mis hijos, siempre serán primero.
Miguel Cane
Encontrarse con Julianne Moore (Carolina del Norte, 1960), a los cincuenta años recién cumplidos, es ver a una mujer literalmente en plenitud: de su belleza, de su salud y de su carrera. El yoga y largos paseos por el bajo Manhattan la mantienen en forma y que reconoce que los estragos de la fama no la han tocado, por lo que su vida familiar al lado de su marido, el director Bart Freundlich y sus hijos Caleb y Liv, es un remanso de paz después de pasar tiempo en locaciones o sets. Selectiva con su trabajo, Julianne afirma que elije sus proyectos principalmente por cómo la hacen sentir los personajes y vio cumplido un sueño cuando la directora Lisa Cholodenko, de quien ha sido amiga por años, le ofreció protagonizar al lado de Annette Bening Los chicos están bien, una cinta que causó sensación en la Berlinale, y que es considerada una de las mejores del año 2010.
¿Cómo describirías para el público la trama de la película?
Es principalmente un retrato de familia, muy contemporáneo. Una película acerca de un matrimonio como cualquier otro, que está casado mucho tiempo y tiene hijos, y sobre cómo se vive con eso. Que la pareja sea conformada por dos mujeres, es lo que le da un tono particular. Creo que se trata de un tema que hoy en día es muy relevante e interesante para explorar, porque el cine en general se queda en los comienzos de la relación, no en cómo continúa y aquí podemos ver cómo es la relación cotidiana de una pareja que lleva más de veinte años de compartirlo todo, casa, hijos, libros... es algo fascinante y más, por el modo en que Lisa lo presenta y conecta con la siguiente generación.
¿Cómo fue la dinámica para hacer de la esposa de Annette Bening?
Bueno, no es difícil trabajar con Annette. ¡Me casaría con ella en un segundo! (risas) No, en serio. Las dos estamos casadas hace mucho tiempo y tenemos hijos (Bening es la mujer que logró atrapar al elusivo Warren Beatty en 1992 y desde entonces son felices) y sabemos muy bien lo que es eso. Me interesan profundamente las relaciones familiares de todo tipo. En este caso, para establecer un matrimonio convincente, Annette y yo hablamos muchísimo; Lisa nos dio total libertad, es decir, nos dio directrices, pero la creación de los personajes en gran parte corrió a cargo de nosotras. Fuimos juntas a Costco a comprar víveres y productos de limpieza, como si fuésemos una pareja. Hablamos con muchos matrimonios gay, tanto de mujeres como de hombres... fue una experiencia sumamente enriquecedora.
¿Fue un proceso de colaboración?
De alguna manera, aunque la película es cien por ciento el trabajo y la visión de Lisa: el tono del filme fue cambiando con el tiempo y, de hecho, la última línea que se dice en la película cambió unas semanas antes de rodar. Lisa, Annette y yo no estábamos muy convencidas del cierre, y lo cambiamos. Al principio era muy distinto el guión y el tiempo lo fue tornando cada vez mejor. Lisa es una escritora sensible, brillante, muy, muy perceptiva. A mí me gusta trabajar en proyectos con gente interesante, guiones y actores que me atrapen, que me fascinen. Creo que gran parte del trabajo de un actor consiste en lograr que la gente se vea a sí misma a través de uno. Lo mejor que me puede pasar es que se reconozcan en lo que yo hago, que piensen que lo que le pasa a mi personaje podría haberles pasado a ellos. Jules es el reflejo de un momento en el que miles y miles de mujeres, de cualquier credo, raza o preferencia sexual, se ha encontrado: el umbral de la mediana edad, de la menopausia y de la incertidumbre. El miedo a lo desconocido y ésto a ella, aunque adore a su familia, la abruma.
Hablemos un poco acerca de Jules. ¿Por qué interpretarla de esta manera?
Me interesaba hacer un personaje así, un poco perdido en un lugar tan estructurado como es su propia familia. Alguien que no sabe qué hacer con sus hijos ni con su pareja después de un cierto tiempo y cómo se adapta a esa situación específica de su vida. Eso es algo que ves mucho en la vida real, pero no en las películas. En el cine la gente siempre parece saber adónde va. Y ella no sabe. Cuando reúne a su familia para hablarles, les dice que no sabe bien lo que está haciendo, que no sabe adónde va y lo hace porque necesita su apoyo. A mí me gustan los proyectos que tratan del comportamiento humano, pero creo que no podemos encasillarnos porque de todo se puede aprender. Cuando estás en una película hay que hacer las cosas bien y si es necesario uno se lleva el personaje a casa para sentirlo y vivirlo. Pero después es muy importante volver a la realidad del hogar, estar con la familia. Jules siempre se quedaba en el set y yo volvía a mis hijos siendo simplemente “Má”.
Tus hijos, tu familia, son algo muy importante y eso es algo que está muy presente en este filme.
Es un deseo universal, una necesidad. Queremos conectar, vivir en grupo y estar cerca unos a otros. Yo soy una mujer muy urbana. Resido en Nueva York y dentro de la ciudad hay pequeños vecindarios, comunidades, gente que se conoce y comparte su vida con un café, en el supermercado, paseando. Hay muchos estudios que hablan de la necesidad de los seres humanos de conectarse con otros y la familia, sea como sea – con padre y madre o un sólo padre o padres del mismo sexo-, es la base de nuestroi mundo. Yo soy una madre que trabaja y trato de organizarme. No es fácil, lo reconozco. Para mi marido y para mí es muy importante la vida familiar. No nos gusta trabajar al mismo tiempo ni pasar el verano lejos de los niños. Esta película la rodamos en Los Ángeles durante las vacaciones de mis hijos y todos los fines de semana Bart volaba a estar con nosotros. Disfrutamos la calidad del tiempo. Trato de ser flexible en todo lo que hago y mi esposo también. Es maravilloso tener un compañero que te comprende, porque hace lo mismo que tú.
Debutaste en la pequeña pantalla y cumples veinticinco años de carrera, yendo siempre a más, pero sin comprometer tu integridad ¿cómo lo has conseguido?
Tuve y tengo mucha, muchísima suerte. Empecé a trabajar cuando termine la Universidad. En aquella época hice mucho teatro, mucha televisión. Eran los años ochenta y ahora mi carrera en el cine es muy sólida, pero es cierto que el éxito me llego tarde. Ya me sentía anciana cuando conseguí mi primera película. Luego me tocó un periodo de trabajo muy intenso y hoy soy feliz con lo que he logrado, pero también soy consciente de que es algo efímero y que no lo tendré siempre, así que procuro no cimentar mi felicidad ni mi realización personal en ello. Hay muchas cosas que componen la persona que soy y todas me complementan, pero en el orden de prioridades, mi familia, mis hijos, siempre serán primero.
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